Señores, voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros
Es todo tan delirante, tanta la frustración, es tan alta la decepción, que a uno le entran ganas de emular a Estanislao Figueras.
Dicen que trabajan por y para España pero sólo viven por y para sus propios intereses. Aseguran que la estabilidad es la prioridad absoluta mientras se afanan en provocar la inestabilidad. Presumen de ser los políticos más jóvenes y preparados de la Historia de España y se comportan como caciques casposos de principios de siglo XX. Son Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Pablo Casado, Albert Rivera y Santiago Abascal.
Se mire donde se mire —a la izquierda, a la derecha, al frente o hacia atrás— sólo existe un sentimiento entre la sociedad: la melancolía. Melancolía al pensar en todo lo que pudo ser y no fue, en lo que se pensaba que iba a ocurrir y nunca sucedió. Melancolía al constatar que este país va cuesta abajo y sin frenos. Otra vez.
A día de hoy no hay político que mejor represente el sentir de los españoles que Estanislao Figueras, el primero de los cuatro presidentes que tuvo la infausta I República. Cuentan las crónicas de la época que, en 1873 y tan sólo cuatro meses después de tomar posesión de su cargo, Figueras estaba superado por las circunstancias: crisis institucional, de Gobierno y de representatividad, con varios intentos de Golpe de Estado que hacían tambalear el fragilísimo sistema político que había acabado con una institución tan arraigada en la sociedad como la monarquía.
Un caos absoluto en sólo cinco meses. Entre tanto caos Figueras sufrió un ataque de sensatez y en pleno Consejo de Ministros exclamó: “Señores, voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros”. Y se marchó de la sala. Vive Dios que no fueron meras palabras: al día siguiente, ante su ausencia, los ministros buscaron a Figueras y no le hallaron. Lógico. El presidente tomó las de Villadiego sin presentar tan siquiera la dimisión y no se le volvió a ver por España hasta un mes después, ya con Pi y Margall como presidente.
Ese “Señores, voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros” es lo que pensaban los españoles consultados por el CIS en junio: al 34,2% la política les generaba desconfianza, al 15,8% aburrimiento, al 13,3% indiferencia y al 9,2% irritación. Es la información política de la semana: el cansancio, el hartazgo de la sociedad incluso antes de la investidura fallida de Pedro Sánchez de julio. No hace falta ser Tezanos para deducir que esos porcentajes son hoy mucho más elevados.
¿Qué les pasa a los políticos? ¿En qué piensan? ¿Es tan difícil alcanzar un acuerdo entre dos partidos de izquierda? La ciudadanía lanza al aire estas preguntas sin obtener respuesta. Porque nadie la sabe, ni siquiera los consejeros áulicos de Sánchez o Iglesias. Nadie entiende nada y los políticos, a los que se les llena la boca en campaña electoral con las palabras ‘españoles’, ‘sociedad’ o ‘yo sí escucho’, permanecen cómodamente instalados en una burbuja cuya explosión sólo va a dejar magullada a esa ciudadanía a la que dicen respetar y a la que tan poco representan. España sí, pero nunca por delante sus intereses partidistas.
Vivimos con estupor un Juego de Tronos de patio de colegio, una lucha encarnizada de egos. Tenemos unos políticos que no escuchan las demandas de la sociedad (“¡Con Rivera no, con Rivera no!”) pero caen rendidos ante los susurros de sus guruses electorales. Escuchan, claro que escuchan, pero sólo a aquellos que les auguran grandes éxitos basados en predicciones imposibles y en luchas de poder inútiles y dañinas para el país. Por supuesto ninguno se plantea tan siquiera que, ante su incapacidad de pactar para formar Gobierno, deberían dar un paso atrás y renunciar como candidatos en unas futuras elecciones. Eso sí sería un acto de sensatez.
La ciudadanía mira estupefacta un espectáculo delirante y deprimente del que no puede apartar los ojos. Y mientras tanto, sentimos cada vez más cerca el gélido aliento de una nueva crisis económica. Las inversiones a corto plazo se contraen, aumenta la incertidumbre y Mario Draghi vuelve a sacar la artillería pesada para calmar a los mercados y sostener la economía europea. Blanco y en botella.
Carecemos de unos políticos responsables que se preocupen de verdad por el futuro de España. Da igual el apellido que tenga. Sánchez piensa en noviembre, Iglesias en puestos ministeriales, Casado en no hablar mucho para no errar, Rivera en Cataluña, Cataluña, Cataluña, y Abascal en muros fronterizos con Marruecos. Cada líder político tiene su afán y nos lleva de cabeza a unas nuevas elecciones ignorando que la ciudadanía está hasta el gorro de ellos. ¿Sinceramente esperan una gran movilización de esa España hastiada en noviembre? ¿Confían en que a todos se nos olvide qué ha ocurrido? Ya lo dejó escrito Goethe: “El entusiasmo no es un producto que se pueda conservar en salmuera por muchos años”.
En fin, es todo tan delirante, tanta la frustración, es tan alta la decepción, que a uno le entran ganas de emular a Figueras, coger un avión a Europa (excepto a Reino Unido, líderes del delirio y el suicidio político) y gritar en pleno despegue: “Señores, voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros”.
Estanislao Figueras: un sabio.