Reino Unido y Unión Europea, una relación plagada de altibajos
Durante sus casi cinco décadas de permanencia, los británicos se han quedado fuera de muchos aspectos de la UE, incluido el euro
La relación entre Reino Unido y sus socios de la Unión Europea al otro lado del canal de la Mancha ha estado marcada por los altibajos, cuando no las diferencias, y ha sido un reflejo de su historia, durante la que se ha enfrentado en cruentas guerras con quienes ahora son sus aliados, y en cierta medida del anhelo de su pasado imperial.
Acostumbrado como estaba a mirar hacia el mar y no hacia Europa cuando los dominios del imperio británico se extendían por los cinco continentes, el estallido de la Primera Guerra Mundial, pero sobre todo de la Segunda, acercó a Reino Unido a sus vecinos del sur.
Tras la contienda, cuando la idea de acercar a las naciones europeas comenzó a cobrar forma, incluso el propio Winston Churchill habló de unos “Estados Unidos de Europa” en un discurso pronunciado en la Universidad de Zurich en septiembre de 1946. “Si Europa estuviera una vez unida en compartir su herencia común no habría límite para la felicidad, la prosperidad y la gloria que sus 300 o 400 millones de habitantes gozarían”, aseguró.
Pese a ello, cuando en 1951 se puso en marca la Comunidad Europea del Carbón y el Acero (CECA), de la que con los años surgiría lo que hoy es la Unión Europea, Reino Unido no se sumó a los seis países fundadores -Alemania, Francia, Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo e Italia-.
“Nunca entendí por qué los británicos no se unieron. Llegué a la conclusión de que debió de ser porque era el precio de la victoria, la ilusión de que uno puede mantener lo que tiene, sin cambios”, comentó sobre ello uno de los padres fundadores de la UE, Jean Monnet.
El doble veto de Francia
En 1958 ve la luz la Comunidad Económica Europea (CEE) y en 1961 un Reino Unido con su imperio en retroceso ante la independencia de buena parte de sus colonias y con Estados Unidos más preocupado por sus asuntos solicita la entrada. Pero se toparía con el veto del entonces presidente francés, Charles de Gaulle.
Al primer intento del conservador Harold MacMillan le siguió en 1967 el del laborista Harold Wilson, con idéntico resultado: el veto de Francia. Finalmente, con De Gaulle ya fuera del Elíseo en Francia, Reino Unido entró en la CEE en 1973 junto con Dinamarca e Irlanda. En 1975, tras la llegada de los laboristas al poder, los británicos fueron convocados a un referéndum para pronunciarse sobre si querían seguir en el nuevo club, que se saldó con un contundente 67 por ciento a favor.
Sin embargo, pronto empezarían a sonar voces discordantes y críticas hacia Bruselas, en particular desde el ala más a la derecha del Partido Conservador y desde el ala más izquierdista del Partido Laborista. En este caso, su máximo exponente, Michael Foot, planteó en su manifiesto electoral en 1983 la salida de la CEE.
En 1978, cuando se decide crear el Sistema Monetario Europeo (SME), Reino Unido decide quedarse al margen de nuevo, pero es el año 1984 sin duda el que marca todo un hito en la relación entre el país y el resto de sus socios.
El cheque británico
La entonces primera ministra, Margaret Thatcher, consigue negociar lo que pasará a llamarse en la jerga comunitaria como el ‘cheque británico’ y que no era otra cosa sino una compensación por las contribuciones que el país hacía al presupuesto comunitario y los pocos fondos para su agricultura que recibía.
Tan solo cuatro años después, Thatcher pronunciaría el discurso que es considerado como el germen del euroescepticismo. Desde la ciudad belga de Brujas, la Dama de Hierro, como era popularmente conocida, expresó su rechazo a “un superestado europeo que ejerce un nuevo dominio desde Bruselas”.
Sin embargo, pese a los deseos de Thatcher -que por aquel entonces no gozaban del respaldo de todos los miembros de su gobierno-, la integración siguió adelante y con la firma del Tratado de Maastricht en 1992 nacía oficialmente la Unión Europea. Nuevamente, Londres negocia una excepción y se queda fuera de la Unión Económica y Monetaria, manteniendo la libra como su moneda oficial, así como del capítulo social.
Lo mismo ocurrió en 1995 cuando se aprueba el acuerdo de Schengen, que suprime las fronteras terrestres entre los estados miembros, pero del que esta vez quedan fuera tanto Reino Unido como Irlanda. En 1996 estalla la crisis de las vacas locas y Bruselas prohíbe la venta de carne al país durante tres años, algo que dejó huella en los británicos.
Blair: nos vamos acercando
La llegada del laborista Tony Blair a Downing Street en 1997 supuso una mejora de las relaciones con Europa, sumándose al capítulo social y sopesando incluso la entrada en el euro, si bien finalmente la opción quedó descartada.
En 2004 se produce la gran ampliación, con la entrada de diez nuevos estados miembros, procedentes en su mayoría de Europa del este. La llegada de migrantes de estos países en los años siguientes iría generando un poso de rechazo en un sector de la población, que pese a su contribución a la economía británica los ven como competencia, y crearía el caldo de cultivo para lo que ocurriría una década después.
Con la entrada en vigor del Tratado de Lisboa en 2009, Reino Unido vuelve a conseguir una vez más una exención, en esta ocasión la Carta de Derechos Fundamentales, además de una mayor flexibilidad a la ahora de decidir sumarse o mantenerse al margen de cuestiones de interior y justicia. Esto genera críticas hacia Reino Unido, ya que se considera que el país busca una “Europa a la carta”.
El giro de Cameron
En 2010 David Cameron se convierte en primer ministro al frente del primer gobierno de coalición desde la posguerra entre conservadores y liberaldemócratas. El nuevo ‘premier’ imprime un claro giro a su política europea, sacando a los tories del Partido Popular Europeo (PEE) para formar un nuevo grupo en la Eurocámara junto a otros partidos euroescépticos y antifederalistas.
Además, decide dejar de participar en las reuniones del eurogrupo -a las que había conseguido ser invitado su predecesor, Gordon Brown- y en 2011 el Parlamento británico aprueba una ley que prevé la celebración de un referéndum en el futuro en caso de un traspaso significativo de poder a la UE por parte de Reino Unido.
Con la UE sumida en una profunda crisis económica, Cameron bloquea en la cumbre de diciembre de 2011 una propuesta para un nuevo tratado de regulación fiscal ante la imposibilidad de lograr el respaldo de Francia y Alemania para salvaguardar la City de Londres. El primer ministro dejó a Reino Unido aislado ante el temor de una rebelión en las filas de su partido si claudicaba.
Y en esta coyuntura, el 23 de enero de 2013 en un discurso pronunciado en Bloomberg, Cameron plantea la posibilidad de un referéndum sobre la pertenencia de Reino Unido a la UE ante las crecientes dudas que según él esto planteaba entre la población.
“Estoy a favor de un referéndum. Creo que hay que hacer frente a esta cuestión, modelarla, liderar el debate. No esperar simplemente que una situación difícil desaparecerá”, sostuvo, si bien dejó claro que entonces votar entre “el ‘status quo’ y la salida sería una elección completamente falsa”. En lugar de ello, apostó por negociar un nuevo acuerdo con la UE.
En 2015, Cameron consigue la reelección y en febrero de 2016 logra arrancar a los líderes europeos lo que el primer ministro define como un “nuevo estatus” de Reino Unido en la UE. Animado por ello, y deseoso de cerrar las críticas del ala más euroescéptica de su partido, anuncia la convocatoria de un referéndum el 23 de junio de ese año. El resto, ya es historia.