¿Por qué lidera España las estadísticas de contagios en Europa?

¿Por qué lidera España las estadísticas de contagios en Europa?

El panorama es, a tenor del mapa pandémico actual, sombrío.

Una mujer en una piscina pública de Madrid. Susana Vera / reuters

Por José Antonio López Guerrero, profesor titular de Microbiología, Universidad Autónoma de Madrid: 

“Con los rastreadores actuales tenemos más que suficiente (menos de 1 por cada 35.000 habitantes). Si necesitáramos más en el futuro, ya los conseguiríamos”.

Una frase como esta, declarada por el vicepresidente de una de las actuales comunidades autónomas españolas más azotadas por el SARS-CoV-2 (COVID-19 en adelante), deja clara una de las singularidades de España en la desescalada tras finalizar el Estado de Alarma por la pandemia: ¡hemos decidido ir a remolque de los efectos del virus, siempre por detrás!

El panorama no pinta bien, máxime con la vuelta de las vacaciones y la llegada anual de los próximos brotes víricos estacionales: virus respiratorio sincitial, rinovirus, rotavirus, otros coronavirus catarrales, gripe…

Con el hashtag #unaestrategiaintegral, una treintena de expertos en ámbitos tan multidisciplinares como sanidad, virología, economía o evolución, entre otros, abogamos por una visión holística, global, preventiva, complementaria a las actuales acciones emprendidas y, sobre todo, integral.

En definitiva, una que nos permita anticiparnos, ir por delante del virus o, en su defecto, actuar con contundencia y rapidez ante cualquier contingencia presente y futura.

Para ello contemplamos tres posibles escenarios: Fase 1 con brotes controlados o casos esporádicos limitados; Fase 2 con brotes complejos o transmisión comunitaria puntual; y, finalmente, la Fase 3 en aquellas emergencias con transmisión comunitaria no controlada.

Cada una de estas fases iría asociada a una actuación conjunta y programada. En suma, se abogaría por una coordinación –que no mando único– y establecimiento de criterios consensuados en todo el territorio nacional. Y, aunque parece poco probable que ocurra, la unificación de criterios supranacionales.

De este modo, se garantizaría la movilidad segura –o más segura– de viajeros en el territorio de la UE, delimitando al máximo las imposiciones restrictivas entre países. Comenzando por el control en el tránsito entre fronteras con, preferentemente, ensayos PCR en origen, tal y como ya propuso en su momento la comunidad canaria o anunció Austria.

Hay un solo virus –varias variantes genéticas, pero, de momento, sin definirse virulencias diferenciales– que atenaza a todo el planeta. Así que no tiene sentido establecer tantas estrategias como países, “länder”, departamentos o comunidades autónomas haya.

Además del control de fronteras, las principales recomendaciones que desde #unaestrategiaintegral se anuncian no dejan de ser obvias: uso de mascarilla, distanciamiento e higiene de manos; detección precoz con rastreadores –1/4000-5000 habitantes—- y rastreo de secuencias genómicas del virus de la COVID-19 en aguas fecales; uso de tecnología, apps móviles, con base de datos única nacional; pruebas de RT-PCR selectivas, en brotes esporádicos, o masivas en los casos de transmisión comunitaria con pérdida de trazabilidad.

Complementariamente, aunque también fundamental, habría que fomentar las actividades de prevención de la infección. Eso implica más limpieza y desinfección de los espacios públicos, unido al aumento de la publicidad y campañas de información en los medios de comunicación que aboguen por la concienciación colectiva.

Tal y como se ha indicado, cada país de la UE y el Reino Unido han emprendido, desde el principio de la pandemia, acciones de control y seguimiento a título individual.

Partiendo de los confinamientos quirúrgicos que llevó a cabo el norte de Italia en febrero, cuando todavía desconocíamos el potencial de transmisión del virus entre asintomáticos y desaconsejábamos el uso masivo de la mascarilla, hemos visto países más tibios en la aplicación de medidas drásticas. Es el caso de Alemania, cuya constitución, dicen, hacía inviable impedir las manifestaciones en pleno pico pandémico.

En contraposición, también países como España declararon el estado de alarma estableciendo una cuarentena global, con la lógica excepción de las actividades declaradas esenciales.

En otra línea menos ortodoxa de acción, países como Reino Unido –que rectificó cuando contempló el algoritmo matemático que les abocaba a cientos de miles de muertos– o Suecia abogaron por un “transcurrir” pandémico natural para alcanzar la “inmunidad de rebaño” sin hundir la economía. Meses más tarde, dicha fallida estrategia ha llevado al país escandinavo a tener las cifras de contagios y muertes más alta de su entorno y a hundirse económicamente bloqueado, entre otros, por sus propios vecinos.

Sobre otros “experimentos” como los llevados a cabo por EE.UU. o Brasil, las cifras hablan por sí solas. Estrategias diferentes, resultados no tan distintos. El virus, ni entiende de fronteras ni de experimentos. ¿Y ahora?

El repunte de nuevos casos, aunque desigual entre países, está siendo generalizado. De momento Italia, pese a ser el inicio de la pandemia en Europa, es uno de los países que, si nos atenemos a sus datos, mejor parece estar controlando la “nueva realidad” –con puntos calientes como Venecia o Roma–.

No están claras las causas. Si excluimos que sus ciudadanos, sus jóvenes, sean más responsables que en el resto de la UE, un aumento del número de cribados aleatorios y dirigidos de PCR, el reforzamiento de la sanidad o quizás el hecho de que sigan bajo el estado de emergencia hasta el próximo 15 de octubre –algo parecido al “mando único” que se estableció en España el 14 de marzo y que desmantelamos en mayo– podrían indicar el camino a seguir, aunque no parecen explicaciones contundentes.

Según datos presentados el 14 de agosto por la Universidad Johns Hopkins, en una semana Alemania reportó algo más de 7 000 nuevas infecciones, cerca de 13 000 Francia, 5 000 Holanda o unos 4 000 Bélgica.

En España, en ese mismo periodo, se reportaron en torno a los 27 500 nuevos casos, la mayoría entre gente joven –la media de edad está ya en unos 35 años– que podrían subestimar la virulencia del virus asociándose muchos, pero no todos, los brotes al ocio y celebraciones de este sector poblacional.

Sea como fuere, la situación europea es preocupante, y el hecho diferencial de España es alarmante sin lugar a dudas. Estamos realizando más test que detectan más asintomáticos y permiten seguir los brotes. Pero lógicamente, a su vez, dan cuenta de un mayor número de positivos.

Empezamos el desconfinamiento con un paisaje tan optimista como en el resto de Europa. Ahora es el momento de tomar el pulso a los gestores autonómicos y del gobierno central para implementar todas las medidas que incidan en revertir esta subida alarmante de casos que, aunque no debamos hablar de una segunda ola, sí nos sitúan en una posición incómoda.

El Ministerio de Sanidad ha definido 11 nuevas medidas restrictivas que redundan en la necesidad del distanciamiento social –fundamental, aunque en detrimento de parte del tejido empresarial–, control del cumplimiento de las medidas de protección en empresas y, quiero creer, actuaciones urgentes en el refuerzo de la atención primaria, contratación de rastreadores bien instruidos y otras medidas sobre las que ya hemos incidido.

Dentro de unos días terminan las vacaciones de verano y, sobre todo, sonará la campana para miles de jóvenes con el derecho constitucional de recibir una enseñanza digna, independientemente de la condición social y económica de los padres –miles de nuestros hijos no disponen de wifi ni mucho menos ordenador–.

El panorama es, a tenor del mapa pandémico actual, sombrío. Tenemos que actuar contundentemente y situarnos por delante del SARS-CoV-2, sin dejar que nos marque el ritmo del baile.

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