‘Othello’, hello, infierno!
Un collage teatral en el que se amontonan ideas del presente con alta carga política.
Voadora es la compañía gallega que intervienen en los clásicos al estilo de los artistas contemporáneos. Esta vez lo hacen sobre Othello de Shakespeare, el paradigma de la historia de celos y, ahora, elegida por la sociedad como la obra que habla del feminicidio y el patriarcado. La desestructuran. La rejerarquizan. La muestran de otra manera. Resultado que presentan en el Teatro de la Abadía. Centro que está apostando muy fuerte por cambiar el paso que el centro y sus espectadores habían adquirido bajo el rígido control y la supervisión alemana de José Luis Gómez.
En este caso, Desdémona, la hija del gobernador se enamora de Othello, negro y musulmán. Una sensualidad exótica para una cristiana veneciana que estaba consagrada a ser disfrutada y mostrada por hombres más pudientes de su sociedad. Mujer que se casa, en contra de la voluntad del padre y a sus espaldas. La felicidad, rebeldía y éxito de la pareja despierta la envidia de Yago, el lugarteniente de Otelo, quien a partir de entonces no cejara en su intento de destruirla. Con un rumorcillo por aquí, una palabra por allá, dejando caer esto y lo otro. Ay, Yago, Yago y su verde envidia inglesa.
Obra montada como un totum revolutum. Dotada del aspecto confuso del arte contemporáneo. En la que todo está permitido. En la que todo es posible, todo se puede hacer. Con ese aspecto de capricho Se convierte en un collage en el que se amontonan ideas. Ideas presentes y del presente con alta carga política.
Como que Desdémona, la mujer, ponga voz a todos los personajes empoderándose. Como que no importa el género del personaje a la hora de representarlo pues puede ser encarnado indistintamente por un hombre o una mujer. Como que la edad del personaje tampoco condiciona la elección de un intérprete. Mientras que los estereotipos de raza solo pueden ser interpretados por actores de esa raza. Es decir, al negro Otelo solo lo puede representar un negro.
Como que los cuerpos desnudos y que se muestran, al contrario de lo que suele suceder, sean los de los hombres, los masculinos, para variar. Una desnudez que se presenta frontal al público, cosa poco habitual. Como que ese cuerpo desnudo y masculino, con una incipiente tripita cervecera y poco musculado, se muestre con picardía, guasón, cómico, abierto a ser mirado y disfrutado.
Un acumulo que también tiene que ver con los gestos. Como el gesto que popularmente se relacionan con la realeza. Ese saludo real de antebrazo en alto y pegado que aletea como una hoja movida por la brisa en las ventanillas de los coches reales. Un gesto que tantas veces se usa como referencia para ridiculizar a Sus Majestades los Reyes, ya sean la reina de Inglaterra o los reyes de España, sobre todo entre los jóvenes, entre los que es un lugar común.
Donde la asfixia, la agonía que supone, la violencia, se representan con el gesto de una rodilla en el cuello. Rodilla que esta vez pone un negro en un cuello blanco. La rodilla de Otelo en el cuello de su fiel esposa Desdémona, inmovilizada en la cama, con sábanas de novia, y en la casa. En la alcoba donde no llegan las cámaras que permitan la grabación y su viralización para indignar a la población, como ha sucedido con el caso Floyd que dio lugar al movimiento #BlackLivesMatter.
Todo amenizado con una sempiterna música que suena allí donde se vaya. No hay espacio que pueda aislarse de ese sonido que cambia del tecno a un cuplé o una copla como si fueran la misma cosa. Ruido.
Un sonido estándar que dificulta el decir y que acompaña el hacer, al que hay que acostumbrarse ante la imposibilidad de silencio. Un sonido que llama a bailar como si el mundo se hubiera convertido en una macrodiscoteca. Una discoteca en la que todo está teñido y cubierto de carne, del color que tienen los teloncillos que cubren el fondo del escenario, del color de la carne de Desdémona, el cuerpo de la mujer convertido en campo de batalla.
Se produce así una Torre de Babel escénica. Una orgía. Llena de referencias teatrales contemporáneas que van desde la ya clásica compañía de La cubana y su revista charnega, a la ultramoderna de Los números imaginarios, compañía también ligada a la Abadía. Y de arte. Desde la pantera negra de Bob Wilson, hasta los trajes negros de los nobles y los caprichos de Goya intervenidos por los hermanos Chapman.
Una relectura que no se ajusta a los patrones de medir ya clásicos, ni si quiera a los patrones clásicos que han incluido lo contemporáneo. Y, que, por tanto, dificultan la valoración crítica y el disfrute de un espectador formado incluso del bien informado. Que al no poder coser un discurso. Hilar una historia. Al ser sometido a una sucesión de imágenes donde lo bello y lo zafio, lo anodino, lo corriente y lo extraordinario se mezclan sin medida ni control reconocibles, posiblemente descartará esta propuesta por azarosa y contingente. Por simple y hasta facilona.
Pues el teatro del presente, el que se está construyendo ahora, tiene por delante el construir ese cuerpo teórico en el que clasificarlo. Ese cuerpo teórico dotado de palabras que permitan construir el relato que parecen necesitar los humanos. El que permita, como a Chimo Bayo, decir esta sí, esta no.
No se han dado cuenta que la comedia y sus payasos, ya son tragedias hechas por trágicos. Pues han perdido su gracia. Ya no se puede uno reír de lo mismo que se reían nuestros recientes antepasados. Ya que, si como al gótico de Othello, se le quitan la “O” y la “t”, queda hello. Hola. Y si al decirlo se cae la “o” final quedará, hell. Simplemente, el infierno, curiosamente centrado en la belleza animal que tiene y pasea el maltratado cuerpo humano que tanto se dice cuidar en el mundo contemporáneo.