Miquel Fernández, español vacunado por Pfizer: "No lo consideré un acto extraordinario, creía que había que hacerlo”
Asegura que tras los pinchazos tuvo durante unas horas síntomas que "habitualmente se tiene en un caso de gripe".
Mientras la cifra de fallecidos por coronavirus sigue aumentando, la sociedad vive pendiente de la carrera que mantienen las farmacéuticas por obtener una vacuna que sea eficaz y detenga la pandemia. Nombres como Pfizer y BioNTech, Sputnik V, Oxford y AstraZeneca o Moderna aparecen en cualquier conversación.
Todo el mundo, desde expertos o políticos hasta simples opinadores, empiezan a marcar en rojo la fecha en la que creen que la primera vacuna verá la luz. Este esfuerzo de las farmacéuticas va acompañado del sacrificio de miles de voluntarios que decidieron inyectarse las dosis necesarias para comprobar si los candidatos vacunales realmente funcionan. Uno de ellos es Miquel Fernández, un catalán de 38 años residente en la ciudad estadounidense de Norman (Oklahoma).
A finales del pasado mes de agosto vio el anuncio de que Pfizer estaba buscando gente de Norman que quisiera ser voluntaria. No tardó ni diez minutos en rellenar el documento para inscribirse. Solo tuvo que pensar un momento en la situación de crisis sanitaria y económica actual.
“Fue una decisión muy rápida. En ese momento no lo consideré un acto extraordinario, creía que había que hacerlo”, detalla Fernández, que se alegró del anuncio de Pfizer del pasado 9 de noviembre. La compañía estadounidense, en una nota de prensa, informó que su vacuna contra el coronavirus es “eficaz en un 90%”.
Días más tarde, el 1 de septiembre, ya tenía la primera dosis en el cuerpo. En la clínica a la que acudió tuvo que rellenar un documento sobre su evolución y situación médica y le hicieron un análisis de sangre, un chequeo médico mirándole la respiración o los ganglios y una PCR.
“Tuve unas cinco horas de dolor de cabeza, malestar general, dolor muscular, fiebre, lo que habitualmente se tiene en un caso de gripe”, recuerda. Tras la segunda dosis que le inyectaron 21 días después, tuvo más dolor e hinchazón en el brazo, pero menos fiebre. De hecho, Fernández, que confiesa no haber padecido ningún efecto secundario visible más adverso, lo llega a calificar como “algo anecdótico”.
Su confianza en la vacuna y en el proceso fue tal que en ningún momento tuvo dudas ni pensó en echarse para atrás. “No se me hizo larga la noche anterior ni las horas previas al primer pinchazo. Tampoco estaba nervioso y no tuve que distraerme, simplemente me desperté, fui para allá con el coche y cuando entré, me la pusieron. No hubo más”, apunta este reusense.
Orgullo familiar
Para su sorpresa, la reacción de su familia, amigos y seres queridos fue unitaria: se sintieron orgullosos de su decisión y le repitieron que ellos no se habrían atrevido. Esto, recuerda, le pilló descolocado, ya que no se considera “especialmente valiente”. “Sufren un poco por mí, cosa que agradezco pero que no hace falta porque estoy perfectamente”, añade.
Afirma también que cuando leen cualquier noticia relacionada con una vacuna contra el coronavirus le hablan para ver si es la que él se ha puesto. Especialmente, esto le ha pasado cuando Oxford anunció que había parado momentáneamente el desarrollo de su vacuna por un efecto adverso.
Él se encarga de transmitirles que la suya es la Pfizer. Entre las peores consecuencias que podría acarrear esta vacuna apunta que, aunque no lo sabe con seguridad, podría estar que su cuerpo produjera algún tipo de ARN parecido al que le inyectaron generando una respuesta autoinmune.
Fernández explica que un amigo suyo, profesor de inmunología de la universidad de Pensilvania, le comentó que esto se debe a que es un tipo de tecnología relativamente nueva y al no saberse ese ARN inyectado podría existir esa posibilidad. “Ese sería el más fatal, creo yo, pero no es algo que me preocupe especialmente”, sentencia este español que lleva desde 2013 viviendo en Estados Unidos.
Un estudio de 26 meses
Desde la farmacéutica informaron a Fernández que en cualquier momento puede dejar de participar en el estudio, que se alarga 26 meses desde la primera dosis. En estos más de dos años, este diseñador de software catalán, siempre y cuando llegue hasta el final, tendrá seis o siete revisiones médicas, que pueden ser más si tiene algún problema específico. También tendrá que completar cada martes un formulario sobre su estado en una aplicación del móvil.
Una diferencia de Pfizer con Oxford o Sputnik V es que a Fernández no le dieron una compensación económica por participar, pero sí que le pagaron por el tiempo dedicado o el desplazamiento. “Por cada visita te pagan 120 dólares... No lo sabía, simplemente me presenté”, afirma.
El pasado 9 de noviembre, con el anuncio de la farmacéutica estadounidense, tuvo el móvil lleno de mensajes de amigos y familiares sobre esta noticia: “No reaccioné de ningún modo especial, pero sí me alegro de que haya buenas noticias. Solo tuve un cierto nivel de satisfacción pequeño por haber hecho una mínima contribución a nivel personal”.
Además, entiende el optimismo que ha generado la noticia, ya que considera que “han pasado muchos meses de acumulación de estrés”. “Que haya avances es positivo”, asegura el catalán, que sí que pide cierta prudencia y no pensar en recuperar la normalidad a corto plazo.
Sea como fuere y parafraseando a Fernández, el anuncio de Pfizer sí que permite ver “un poco de luz al final del túnel”. Y él, como voluntario, ha contribuido a que el final de la pandemia esté un poquito más cerca.