Memoria de Euskadi
Ramón Jáuregui es uno de los políticos más prestigiosos que ha dado la democracia española desde el final de la Transición. Protagonista de excepción de la vida política vasca primero y de la nacional después, nunca ha dejado de exponer sus opiniones con claridad. Lo ha hecho en múltiples intervenciones públicas y en no pocos artículos y libros, con una ponderación que propios y aún extraños nunca han dejado de reconocer. Ahora se ha decidido a recoger una parte de sus escritos en un libro titulado Memoria de Euskadi, que lleva un sugerente subtítulo: El relato de la paz. Como él mismo se encarga de aclarar desde la propia introducción, no es ni un libro de memorias ni un ensayo sobre la política vasca; es un poco las dos cosas. Mediante la lectura de sus artículos somos capaces de acercarnos a sus vivencias más intensas y, al tiempo, conocer sus opiniones sobre los temas más candentes de la realidad vasca que le tocó vivir. A través de las unas y de las otras, de las vivencias y de las opiniones de Ramón, es posible hacerse una idea cabal de las actuaciones más importantes que su partido, el Partido Socialista de Euskadi, desarrolló durante los largos años en los que ETA se hizo presente de forma siniestra en la vida de los vascos y del resto de los españoles. Ese partido, el de los socialistas vascos, al que el autor define como un partido de país, de paz y de pacto. Un libro que ve la luz cuando ETA acaba de anunciar su disolución.
La desaparición definitiva de ETA ha puesto sobre la mesa, precisamente, el debate sobre el llamado relato; es decir, acerca de la historia de casi cincuenta años de terrorismo y también de su final. Como resulta fácil de suponer, no hay la más remota unanimidad, ni sobre lo que supuso la violencia y sus motivaciones, ni, por supuesto, sobre las razones y las consecuencias de su final, de este final en concreto, y es más: hay varios relatos. De cuál sea el que finalmente se imponga dependen muchas cosas. Desde luego que se haga justicia a las víctimas para las que la desaparición del terror no supone el final del sufrimiento. Una suerte de historia final equidistante, en la que no quedara claro que a lo largo de la existencia de ETA hubo víctimas y asesinos, sería insoportable para quienes perdieron a seres queridos en estos largos años. Una historia final en la que ETA apareciera como una consecuencia lamentable, de un conflicto existente por años entre el País Vasco y el resto de España, dejaría una peligrosa huella en los jóvenes vascos que van vivir en una sociedad en la que coexisten formas distintas de sentirse vasco, todas ellas legítimas. Precisamente, la violencia surge porque hay quienes quisieron imponer una visión monolítica de esa sociedad vasca, muy alejada de su verdadera naturaleza plural, y hacerlo por la fuerza de las armas. Una historia del final de ETA que siembre dudas acerca de la victoria de la democracia sobre los terroristas por el hecho de que persistan en la sociedad vasca quienes defiendan la independencia, sería, entre otras cosas, olvidar que los demócratas nunca perseguimos ideas, en este caso, el independentismo, sino a aquellos que teniéndolas pretendían imponerlas sobre los demás con violencia, chantajes y amedrentamiento. Es en el contexto de este debate en el que el libro de Ramón Jáuregui resulta especialmente interesante: se trata, al fin y al cabo, de acceder a la historia de lo que sucedió en Euskadi en vivo, cuando los hechos se estaban produciendo.
ETA cometió su segundo atentado en 1968, mató a un policía, Melitón Manzanas, en el portal de su casa. Ramón nos cuenta la sensación que ese atentado provocó en su cuadrilla de amigos: estaban todos emocionados. Él se sintió conmocionado. Nos traslada así la acogida que entre sectores antifranquistas tuvo la aparición de ETA. En su propias palabras "había una compresión histórica, contextual a aquella justicia popular y vengativa, pero no era menor la razón moral contra el crimen". Esa ambivalencia en determinados sectores sociales del País Vasco, de España, de Europa y de Iberoamérica se prolongó, desgraciadamente, mucho más de lo deseable. De hecho, la primera vez en la que la línea de división que existe entre los demócratas y los violentos se traza con claridad es en el Pacto de Ajuria Enea, al que Ramón hace referencia en distintos momentos en su libro, Para destacar su importancia política en la lucha contra ETA y poner de manifiesto que las líneas maestras de la política antiterrorista que se incorporan a ese Pacto son las que, con las imprescindibles adaptaciones han seguido todos los gobiernos hasta el final de la violencia.
Como Ramón recuerda, es en ese pacto, que firmaron todos los partidos políticos democráticos sin excepción, en el que se recoge expresamente la habilitación para que se produzcan "procesos de diálogo entre los poderes competentes del Estado y quienes decidan abandonar la violencia". Los gobiernos de la democracia lo intentaron; lo hizo el gobierno de Felipe González, el de José María Aznar y el de José Luis Rodríguez Zapatero. Los tres intentos fracasaron por la misma razón: ETA no quiso nunca dialogar, lo único que pretendía era imponer sus tesis políticas, algo que el Estado nunca aceptó. Ramón apunta, no obstante, que de los tres intentos, el que se produjo en las condiciones más favorables fue el último, el protagonizado por el gobierno de Zapatero. El primero, en Argel, se hizo con una ETA muy fuerte que acababa, además, de cometer algunos atentados, el de Zaragoza entre ellos, especialmente sanguinarios. El segundo, el que llevó a cabo el gobierno de José María Aznar, se desarrolló después de la firma del llamado Pacto de Lizarra, entre el PNV y Batasuna, léase ETA. Fue un intento cuyo precio político se había pagado por adelantado. El tercero, el que abordó el gobierno de Zapatero, se hizo con una ETA más debilitada, aunque no tanto como algunos nos quieren hacer creer ahora, en un contexto social fuertemente influenciado por los atentados yihadistas, con un apoyo explícito del Parlamento y, por supuesto, con la lección de lo que se había hecho mal en los anteriores bien aprendida. Eso sí, fue el único que no contó con el apoyo de la oposición política; de hecho, lo que hizo el PP fue oponerse con uñas y dientes. El atentado de la T4 acabó con este tercer intento y, como Ramón apunta en su libro, con la escasa credibilidad que a la banda terrorista le quedaba en Euskadi. Hoy lo podemos decir con rotundidad: la bomba de la T4 marcó el principio del fin de ETA.
A ese final también se refiere Ramón en un artículo reciente, del año, 2014, que dedica, justamente, a detallar lo que califica como sus paradojas. Creo que merece la pena transcribir uno de sus párrafos: "Les haré una confesión. Durante muchos años, mientras sufríamos más de cincuenta asesinatos al año, muchos pensábamos que nunca acabaríamos con ese problema. Después del Pacto de Ajuria enea (1988), ya en los años noventa, creí que la paz sería la consecuencia de algún tipo de acuerdo entre las fuerzas políticas y que exigiría mucha generosidad a un final dialogado como cobertura del cese de la violencia, aunque sin concesiones políticas. Hoy puedo decirles que nunca imaginé un final tan limpio, tan claro, tan rotundo como lo ha sido. ETA se ha ido sin nada. Nada se ha pagado y nada les debemos. Nada se ha pactado. ETA ha sido derrotada por la sociedad, desarticulada por la Policía y por la ley, empujada por la política hacia la aceptación de sus reglas, desbordada por la realidad y por su propia gente hacia el abandono de su fanatismo. Todo lo que ha ocurrido desde aquel octubre del 2001 avala la derrota sin paliativos del terrorismo y la victoria plena de la democracia... ¿A qué viene entonces negar la evidencia y darle la vuelta a la realidad? ¿Qué se pretende?... Yo recuerdo muy bien su historia. Las razones que esgrimieron para despreciar la autonomía y la democracia en 1978. Su agenda reivindicativa, tan ampulosa, su alternativa KAS, la autodeterminación, Navarra, la expulsión de las fuerzas de seguridad... ¿Qué ha quedado de toda aquella retórica?... ¿Por qué entonces otorgarles la victoria? ¿Qué teoría enferma y absurda quiere privarnos de ese logro inmenso de la democracia y la paciencia del pueblo española?"
El libro de Ramón también da buena cuenta de la heroica historia de los militantes y dirigentes del PSE, que nunca desistieron. Es verdad que no fue ni el único partido perseguido, ni el único colectivo que sufrió atentados. Las cifras de víctimas de los Cuerpos y Fuerzas de la Seguridad del Estado lo dejan muy claro. Pero sufrieron mucho. Desde los años ochenta en los que, como ha escrito José María Calleja, otro perseguido, los muertos tenían que pedir perdón por serlo. Hace pocos días tuvimos ocasión de recordarlo en una agrupación socialista vasca emblemática, la de Rentería, que sufrió hasta 27 ataques distintos durante los años de terrorismo en Euskadi. A los socialistas vascos, resistentes, también hace justicia este libro de Ramón Jáuregui de imprescindible lectura para quienes deseen acercarse a la parte más cruel de la historia del Pías Vasco de los últimos cincuenta años.
Memoria de Euskadi: El relato de la Paz (Catarata), de Ramón Jáuregi