El mando a distancia
Todo depende, como siempre, de una decisión orquestada en nuestro cerebro.
Hay programas basura en los que se cobra un dineral por hablar de vidas ajenas con muy poca sustancia. Casualmente, en la mayoría de los casos no sabemos muy bien cómo llegamos hasta ellos. Pero lo consiguen en no pocas ocasiones porque, como bien sabemos, la carne es débil y la parte de nuestro cerebro que da la orden al mando a distancia, a veces nos juega malas pasadas.
No sólo el programa, sino el canal de Sálvame, se cuela en nuestras vidas como una cucaracha por el conducto de la calefacción, después de haber seleccionado con el mando la configuración automática de los canales que se instalan por defecto en el televisor.
Una vez el insecto se cuela en el conducto, y ateniéndonos a la leyenda de que sobreviviría hasta a una bomba atómica, uno tiene la misma escapatoria que el protagonista de La Metaformosis de Kafka: ninguna.
La pseudotertulia de trasnochados del programa en cuestión induce a pensar que esta gente se embolsa a final de mes mucho más que la mayoría de los profesionales de la Sanidad pública, esos a los que aplaudimos a las ocho cada día durante el confinamiento y de los que hoy apenas nos acordamos. Hay que reconocer que los de la pseudotertulia hacen bien su trabajo anestesiando a sus pacientes televidentes. Conozco incluso el caso de jubilados que roncan tanto durante el programa que acaban tronando contra el televisor.
Llegamos a tal punto de obsesión con las vidas de los demás, que uno se siente raro si no se acomoda en el sofá a verlo aunque sea durante unos minutos. Consiguen que fulanito y sus líos se conviertan en un tema de debate nacional que traspasa fronteras y, como se suele decir en estos casos, hasta llegan a “incendiar las redes”. Los guionistas del programa merecen una distinción, porque no es fácil estirar el chicle como un rapero del Bronx y que no acabe por saltar todo por los aires. Alguna vez ha pasado, pero no pasa nada, se reconstruye el chicle y aquí no ha pasado nada.
Adonde quiero ir a parar es que, por muy incomprensible que parezca tener codificado ciertos canales en el televisor, esto no quiere decir que tenga que regalar su tiempo libre. Igual que sucede con marcas de ropa low cost o servicios de reparto de comida rápida de dudosa reputación. También existen, pero no por ello estamos obligados a usarlos.
Todo depende, como siempre, de una decisión orquestada en nuestro cerebro. La etimología del verbo decidir (del latín, dēcīdĕre) alude a “separar cortando”. Uno elige una ropa para el día siguiente y no otra, se decide por el norte o el sur para irse de vacaciones o escoge un plato del menú que va a comer y no otro, es decir, debemos descartar algo para decidirnos por otra cosa.
La cucaracha que camina por el conducto de la calefacción un día encontrará la rejilla para recorrer el salón hasta llegar al mando. Si no ponemos remedio a tiempo acabará por pasar por el botón que seleccione el programa de la pseudotertulia y se acomodará en el sofá hasta que con el paso del tiempo acabemos reconociéndonos en este insecto indestructible.