Lo que nadie te cuenta sobre la depresión posparto
"Quiero irme al bosque, sentarme y pasarme el día llorando", le susurré a mi marido. Estábamos sentados en la cama temprano por la noche con nuestra hija de 5 semanas sumida en un sueño ligero en su mecedora después de la hora que tuvimos que estar paseándola, arrullándola y meciéndola, un ritual que teníamos que repetir siempre después de darle de mamar.
Y no es un uso figurado, lo digo literalmente.
Estaba intentando explicar cómo me sentía como madre primeriza, pero no me salían las palabras adecuadas. Exhausta, frustrada, saturada, triste... Había dicho esas palabras a todo aquel que me había querido escuchar. Las respuestas eran siempre las mismas y giraban en torno a tomarme un tiempo para mí misma, alejarme del bebé unas horas y hacer algo que me gustara.
Sin embargo, lo que me habría gustado hacer si el desconcertante frío de marzo me lo hubiera permitido era ir a hacer senderismo por el bosque, sentarme bajo un árbol sin hojas y llorar. Durante horas. Todo el día.
Miré a mi marido a través de las lágrimas que parecían cubrir mis ojos perpetuamente desde que había nacido nuestra hija. Se tomó su tiempo.
"Creo que tienes depresión posparto", me dijo.
No jodas, ¿en serio?
Como ya había sufrido depresión en el pasado, había pasado tiempo durante el embarazo trazando un plan de actuación por si acaso volvía en forma de depresión posparto.
Me alentaba el hecho de que un tema del que antes apenas se hablaba estuviera saliendo a la luz ahora. Leía artículos de famosas como Chrissy Teigen y Adele y agradecía que estas mujeres estuvieran utilizando su influencia para ser sinceras y abiertas sobre un problema que tantas mujeres sufren. Veía programas de televisión y me alegraba al ver cómo la depresión posparto había pasado de no mencionarse siquiera a mencionarse (como Hannah en el final de Girls) o incluso a convertirse en el tema central de episodios enteros (como Rainbow buscando terapia y apoyo para la depresión posparto en Black-ish).
Pero cuando la depresión me atrapó en la realidad, cuando los lloros pasaron a ocupar todo mi día durante todos los días por motivos que ni siquiera podía explicar, cuando la ansiedad giraba en espiral por cualquier asunto, ya fuera por los hábitos de sueño de mi hija o por no saber qué marca de agua para bebé comprar, cuando pensaba que mi vida jamás volvería a estar estructurada ni podría recuperar la rutina, cuando la culpa por no hacer de madre tanto como debería me mantenía despierta por las noches mirando el techo, cuando la tristeza, la rabia y el pánico se prolongaron más allá de las "dos semanas" de depresión posparto de las que hablan los libros, me di cuenta de que no podía confiar en lo que me decían las otras mujeres de que todo mejoraría ni tampoco en las tramas televisivas que solo duran un episodio.
Sabía que lo que necesitaba era ir a terapia. Sabía que necesitaba a algún profesional. Sabía que necesitaba ayuda.
Lo que no sabía era lo complicado que iba a ser conseguir esa ayuda.
Todo lo que había oído sobre la depresión posparto me había hecho creer que lo más complicado sería admitir el sufrimiento. El estigma y la vergüenza eran mencionados una y otra vez como los mayores obstáculos que se interponían en el camino hacia el tratamiento. Las experiencias de mujeres reales con depresión posparto y las representaciones televisivas seguían una narrativa lineal: problema, admisión, diagnóstico, tratamiento y, al final, alivio.
Al principio me sentí orgullosa de mí misma: me había dado cuenta de que tenía problemas y de que necesitaba ayuda. Tenía un buen trabajo con un buen seguro y vivía en una ciudad grande: no podía ser tan complicado encontrar terapeutas para que me diagnosticaran y me trataran hasta alcanzar ese ansiado alivio.
Pero resulta que por mucho que "hablemos de ello" y nos enorgullezcamos de ello como sociedad, estamos fracasando estrepitosamente a la hora de hacer algo por la gran mayoría de las mujeres.
Estoy segura de que para muchas mujeres, la vergüenza por sentir depresión posparto es un motivo muy real por el que no buscan tratamiento, pero no es el único obstáculo. Hay comunidades (en Reddit, en Facebook o enTwitter) repletas de mujeres que, como yo, saben que están sufriendo depresión porsparto. Por desgracia, no es que el mundo haya reaccionado facilitándonos una avalancha de recursos.
El precio del tratamiento es el mayor obstáculo, tal y como no tardé en constatar. Tras investigar las distintas opciones en Google, llamé a dos centros especializados en terapias para padres: The Seleni Center, una organización sin ánimo de lucro "dedicada a servir de apoyo para la salud emocional de personas y familias durante la formación de la familia con el fin de desbloquear el potencial de las futuras generaciones", y The Motherhood Center of New York, que ofrece "servicios de apoyo a madres primerizas y futuras madres, una amplia gama de tratamientos para las mujeres que padecen cambios de humor perinatales y trastornos de ansiedad", según sus respectivas páginas web.
A la hora de valorar las sesiones individuales de terapia, ambas organizaciones manejaban precios que se iban a las centenas de dólares. (Eso sí, tengo que decir que la terapeuta de The Seleni Center fue más allá de sus labores y llamó personalmente a mi seguro para ver si podía hacerse cargo de una parte del coste, así como tratar de negociar a la baja el precio del tratamiento. No obstante, como sucede con muchos servicios de salud mental, el tratamiento seguía siendo económicamente inviable).
Es algo de lo que las estrellas que comparten sus experiencias en revistas glamurosas no tienen que preocuparse. Las series de televisión que tocan el tema de las madres con depresión y graban escenas de terapia en salas elegantes tampoco abordan ese problema. Por mucho que el estigma se esté reduciendo y cada vez se hable más de la importancia de cuidar la salud mental, los estudios siguen demostrando que el precio suele ser el obstáculo más común a la hora de buscar tratamiento.
A eso hay que añadirle la increíble (mareante e inevitable) factura que te llega en Estados Unidos cuando has dado a luz (incluso teniendo seguro) y los costes asociados con la crianza del bebé, gastos que pueden hacer que invertir algo, por poco que sea, en tu salud mental, sea una imposibilidad o, como poco, un gasto frívolo e indulgente.
Los dos centros me redirigieron entonces a sus sesiones grupales, una opción considerablemente más económica de entre 10 y 25 dólares por cada hora de conversación con un grupo de madres primerizas con sus bebés y con un terapeuta o con un trabajador social. Sin embargo, esta opción también fue complicada.
Aunque los expertos aseguran que es bueno sacar a los recién nacidos, también recomiendan evitar zonas donde haya mucha gente, ya que el bebé podría estar expuesto a enfermedades. La opción de llevar a mi pequeña en el metro, especialmente durante la peor temporada de gripe, quedaba automáticamente descartada, tal y como me había recordado la pediatra. Cuando me surgía un imprevisto durante sus primeras semanas, apenas podía llevarla conmigo a una tienda que está al otro lado de la calle, algo que dista mucho del desafío físico y mental que supondría un viaje de una hora en metro con dos trasbordos.
Muchas madres se ven obligadas a volver al trabajo pocas semanas después de haber dado a luz debido a la carencia de leyes en Estados Unidos que garanticen la baja por maternidad. Se encuentran muchas veces trabajando cuando todavía no han dejado de sangrar y con el cuerpo todavía deshecho. Muchos empleadores han demostrado que solo están dispuestos a conceder el mínimo tiempo posible a sus trabajadoras para que se recuperen de las evidentes y demostradas secuelas físicas de un parto, y dudo mucho que la mayoría de los empleadores estuvieran dispuestos a permitir de forma voluntaria que se tomaran un descanso a mitad de la jornada para asistir a sesiones grupales de terapia para tratarse de unos síntomas mentales que son mucho menos visibles.
También había algunas opciones de tratamiento gratuitas que no requerían salir de casa. Una línea de asistencia gratuita de Nueva York aseguraba que podía ofrecerme los recursos que necesitaba. Sin embargo, cuando mi mano estaba suspendida sobre el botón de llamar tras haber introducido ya el número, me entraron las dudas. Me encontraba en un lugar profundo y oscuro y la idea de que un desconocido al otro lado de la línea en un centro de llamadas pudiera ayudarme se volvió de repente en mi mente no solo ilógica y poco razonable, sino una completa utopía. No llegué a llamar.
La línea telefónica de apoyo Parent Helpline también estaba entre mis opciones, pero se supone que está para padres que corren el riesgo de hacer daño a sus hijos, una descripción que sonaba mucho más impactante que mi caso.
Era una sensación inefable que me abrumaba día tras día. No era simple tristeza. No era simple ansiedad. No era simplemente verme superada por mis nuevas responsabilidades y por los cambios en mi vida. Sentía que no era yo misma, un fantasma que no reconocía en un cuerpo que aún parecía cargar con el peso del parto. En mi mente, era consciente de que quería a mi hija, pero no lograba entender cómo es que ahora era madre. Era una niebla que invadía mi piso, espesa y grisácea, independientemente de cuántos momentos de felicidad lograra vivir.
Todo, todos los días, todo el día, era demasiado terrorífico, solitario y complicado. Una sensación incognoscible que no tiene nombre y que hace que la depresión posparto sea un problema tan peligroso, el motivo por el que es necesario que hagamos algo más que escribir tuits para animar a las madres a pedir ayuda y buscar recursos, que no es más que dejarle la responsabilidad a la persona que sufre el problema.
Al final, creo que tuve muchísima suerte. Mi supervisor fue muy comprensivo y me dio flexibilidad en mi vuelta al trabajo durante mi nueva vida como madre primeriza con un recién nacido. Tengo un marido que sí pudo pedirse la baja por paternidad y cuidar del bebé mientras yo asistía a la única terapia individual que pude pagar y encajar en mi horario.
Vivo en una buena zona para familias en una gran ciudad donde pude buscar ayuda tan cerca que ni siquiera tenía que coger el coche, aunque seguía siendo a media tarde y no era gratis. Mis propios padres vivían cerca y me ayudaron muchísimo durante esos primeros agotadores meses en los que apenas dormí. Puedo permitirme pagar los cuidados del bebé.
De alguna forma, esta mezcla de ayuda y comprensión fue suficiente para ayudarme a superar la primera fase tras el nacimiento de mi hija y las peores partes de la depresión derivada. Mi hija tiene ahora 5 meses y ya no lloro todos los días.
Pero sigo enfadada. La sociedad no debería permitirse el lujo de darse una palmadita en la espalda por el simple hecho de reconocer que se trata de una experiencia tremendamente extendida y común (1 de cada 9 mujeres sufren los síntomas de la depresión posparto).
Recibir ayuda no debería depender de la suerte. Si vamos a incluir la depresión posparto en el cine, también debemos comprometernos a crear medios concretos para que las personas que lo necesitan reciban ayuda.
Este post fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.