Lo mejor que podemos desear para 2019
Siempre me han hecho sonreír las costumbres de fin de año de mucha gente que conozco.
La mayoría son extravagantes, otras muy extrañas, casi todas simplemente inocentes. Mi tía abuela solía subirse a una silla y justo a la medianoche del 31 de diciembre, saltaba gritando "¡Voy a viajar!". Mi prima E. también saltaba pero además, comía apresuradamente un racimo de uvas, símbolo de la prosperidad. En casa de mi amiga J., en cambio, la costumbre de año nuevo era comerse una buena cucharada de lentejas muy calientes, para asegurar la bonanza y la alegría en los meses siguientes.
Y es que al parecer, todos los rituales de fin de año, parecen resumir ese deseo casi privado de disfrutar de doce meses de felicidad y buenos momentos, con una serie de símbolos auspiciosos que nadie sabe muy bien de donde provienen, pero que igualmente toman por ciertos. Costumbres que de una u otra manera todos practicamos y disfrutamos como parte de ese ambiente extraordinario que parece preceder a la última noche del año.
En cambio, yo no tengo grandes tradiciones para estas fechas, a no ser la de pensar que siempre hay una oportunidad para crear lo importante y valioso en nuestra vida. Para encontrar lecciones en las pequeñas grietas dolorosas, para reconstruir con paciencia los espacios rotos, los llenos de sombras. Vivimos en una sociedad que señala, juzga y menosprecia. Que invalida, subestima y aplasta con falsas responsabilidades y deseos sin forma. Vivimos en una cultura que aprueba la violencia, que la normaliza y la asume como parte de la vida cotidiana, cuando no lo es.
De manera que deseo que el año que comienza en breve sea una celebración a lo bueno, a lo extraño, a lo simbólico y a lo valioso que forma parte de nuestra vida. Quiero celebrar un año por la identidad, por la individualidad, por todos los logros privados, por todos los buenos momentos que se sostienen sobre los pequeños logros invisibles.
Deseo un año en que ninguna mujer se avergüence de su cuerpo.
Deseo un año en que ningún hombre tema llorar o reír en voz alta.
Deseo un año en que nadie deje de escribir.
Deseo un año en el que a nadie le falte un libro que leer.
Deseo un año en el amor no derrote a nadie, ni se convierta en un arma para infligir heridas.
Deseo un año para enfrentar el miedo a luchar, deseo un año para comprender que la crisis es real, pero que la necesidad de conservar la integridad emocional y mental, también lo es.
Quiero un año de aprendizaje, de muchas maneras de mirar al futuro.
Quiero un año para la rebeldía, para demostrar muchas veces que el poder convertido en herramienta autoritaria nunca podrá vencer a la mera voluntad de ser feliz.
Quiero un año para comprender mejor y con mucha más amabilidad mi mente y mi cuerpo.
Quiero un año para besar muchas veces, para decir te amo muchas veces. Para celebrar muchas veces la alegría de mi familia y amigos.
Quiero un año de bodas, de embarazos, de peleas, de carcajadas, de vencer la distancia de la amistad por cualquier medio.
No tengo grandes tradiciones para estas fechas, a no ser la de pensar siempre que hay una oportunidad para crear lo importante y valioso en nuestra vida. Para encontrar lecciones en las pequeñas grietas dolorosas, para reconstruir con paciencia los espacios rotos, los llenos de sombras. Creo que la oscuridad tiene peso y belleza, tanta como la luz. De modo que cuando imagino los nuevos comienzos, siempre aspiro a las sombras sean parte de esa mirada a lo que nace, a esos espacios sin forma que comenzamos a recorrer.
Vivimos en una sociedad que señala, juzga y menosprecia. Que invalida, subestima y aplasta con falsas responsabilidades y deseos sin forma. Vivimos en una cultura que aprueba la violencia, que la normaliza y la asume como parte de la vida cotidiana, cuando no lo es. De manera que deseo que el año que comienza en breve sea una celebración a lo bueno, a lo extraño, a lo simbólico y a lo valioso que forma parte de nuestra vida.
Quiero celebrar un año por la identidad, por la individualidad, por todos los logros privados, por todos los buenos momentos que se sostienen sobre los pequeños logros invisibles.
Estoy convencida que contamos el tiempo que nos resta por vivir, no el que vivimos. Contamos las horas que avanzamos, no las que disfrutamos. Se trata de una idea que puede resultar tan desconcertante como hermosa en su melancolía. Pero, aún así, la posibilidad de un nuevo año me hace sonreír.
Después de todo, vivir es un negocio riesgoso, pero también una apuesta solemne por crear y crecer. E incluso, simplemente aspirar a cierto tipo de paz. Y eso es justo, lo que deseo para todos en el año que está muy cerca de comenzar.
Este post se publicó originalmente en el HuffPost México.