Las grandes potencias pelean por el control militar del espacio
EEUU lanza hoy su Fuerza Espacial y Francia la presenta el mes que viene, ante el ascenso de Rusia y China en investigación y satélites
Es momento de renovar nuestros clásicos. Eso de “por tierra, mar y aire” hace mucho que, en el mundo de la Defensa, se quedó antiguo, con el espacio como único límite (si es que es finito, que esa es otra). Desde este 29 de agosto, más aún, porque EEUU pone en marcha su Fuerza Espacial, el primer cuerpo específicamente diseñado para hacer frente a los retos de seguridad que proceden de allende la exosfera.
El presidente Donald Trump ha tomado la bandera de la nueva Guerra de las Galaxias para evitar que se le adelanten sus rivales, Rusia y China, pero no es el único que levanta los ojos al cielo. Francia también ha presentado este verano su Estrategia Espacial de Defensa, mientras India avanza en el mundo satelital a pasos de gigante. Y eso que las convenciones internacionales piden que, por favor, no se militarice también más allá de nuestro planeta.
EEUU la anunció hace un año largo y este jueves cuaja esta Fuerza Espacial, que en principio contará con 87 unidades, que deben abrir una “nueva era” en la defensa del país, en palabras del republicano. El general de cuatro estrellas de la Fuerza Aérea John Raymond será el primer comandante del que oficialmente se llamará “Comando Espacial de Estados Unidos”. Este cuerpo militar estará dentro de la estructura de la Fuerza Aérea, como había recomendado el Departamento de Defensa, aunque Trump quería convertirlo en la sexta división de sus Fuerzas Armadas. Tendrá autonomía, pero también servidumbres. Se espera que esté plenamente operativo en 2020.
Su objetivo será el de lanzar advertencias de misiles y operaciones satelitales, así como ofrecer control y apoyo espacial. “Por supuesto”, revisará la posible presencia de satélites espía y “protegerá las capacidades” del país ante retos tan diversos como la basura espacial y la entrada en liza de nuevos actores privados, a la conquista del espacio. Se espera que en la presentación de este jueves se aporten más detalles sobre misiones preferentes y metas.
Según ha prometido la Casa Blanca, sólo costará a cada contribuyente 1,5 dólares al año. “Hemos puesto fin a décadas de recortes y declive presupuestario. Y hemos renovado el compromiso de Estados Unidos con la exploración espacial humana, prometiendo ir más lejos en el espacio, más lejos y más rápido que nunca”, resaltó hace pocos días Mike Pence, el vicepresidente estadounidense, quien incluye este hito en la triada de promesas espaciales de su Administración, junto al regreso del hombre a la Luna en 2024 y una misión a Marte, “más temprano que tarde”.
Trump lo ha explicado en pocas palabras: “para defender EEUU, no basta con tener presencia en el espacio, sino que debemos tener el dominio del espacio”. Para ello llevan tiempo preparándose. En 2010, ya lanzó la X-37B, una nave espacial dependiente de la Fuerza Aérea, militar; en 2017 aprobó su Directiva 1 de Política Espacial y cada año destina 3.000 millones de dólares a la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de la Defensa, que incluye fondos para estudiar satélites y sistemas no tripulados.
EEUU estaba quedándose un paso por atrás, de ahí este sprint. A finales del pasado año, Glenn Gaffney, exdirector de la rama de Ciencia y Tecnología de la Agencia Central de Inteligencia (la popular CIA), dijo que se habían “atrofiado” las capacidades del país y ese era uno de los “mayores desafíos” en seguiridad nacional. “China y Rusia han continuado construyendo e invirtiendo en sus capacidades en esta área, así como en otras”, denunciaba, apuntando a un plazo de unos 20 años como escenario optimista para remontar. Esas críticas, y la realidad, enervaban a Trump.
De hecho, la decisión de Washington de crear esta nueva fuerza escoció muchísimo en estos dos grandes rivales. Moscú y Pekín censuraron el proyecto, diciendo que de implementarse infringiría el tratado sobre el espacio ultraterrestre firmado en 1967 por más de cien países, incluido el mismo EEUU, que prohíbe la militarización del espacio. Rusia se negó a renovar un contrato con la NASA para el traslado de astronautas de EEUU a la Estación Espacial Internacional.
A Trump no le gustan los pasos dados por estos países últimamente. China, que impulsó muy tarde su carrera espacial, ha logrado en cinco años tener dos bases fuera del planeta, ha llevado a cabo un alunizaje, planea investigar la cara oculta de la Luna y el lanzamiento de una sonda no tripulada a Marte. Rusia, por su parte, a través de la corporación espacial Roscosmos, se ha propuesto construir una base en la Luna antes de 2040 y planea expediciones a Venus. Eso, en lo científico; en lo militar, asustan los planes del Kremlin para fabricar un sistema láser móvil destinado a destruir satélites en el espacio o el lanzamiento de un nuevo satélite de rastreo del espacio exterior.
Es el colofón a episodios que están realmente dándese desde hace años. China y EEUU se han cargado satélites defectuosos propios por ver si podían hacerlo, a base de misiles. Ha habido ciberataques contra satélites de la NASA. Se han producido colisiones “accidentales” entre maquinaria rusa y maquinaria estadounidense y envío de satélites “asesinos” con objetivos poco claros, como relata el coronel Pedro Baños en su obra El dominio mundial: Elementos del poder y claves geopolíticas.
Otro tablero
“Los sistemas de posicionamiento global (GPS), la red de comunicaciones a través de satélites o los satélites de reconocimiento demuestran que es imposible separar el sistema militar o de defensa actual y el uso del espacio. No estamos hablando sólo de mandar aeronaves, de explorar y explotar otros territorios, de poner más satélites de los 1.500 que hay en operaciones, sino que ya el espacio es esencial en cualquier contienda o conflicto. Desde allí se da apoyo de navegación, meteorología o cartografía, por allí pasan las comunicaciones de una cadena de mando y se trazan ataques. También se aporta información clave de reconocimiento e inteligencia”, explica el teniente coronel Raphaëlle Goulard, antiguo miembro de la delegación diplomática militar de Francia en Bélgica y parte de la delegación de su país ante la OTAN.
Se calcula que entre el 7 y el 7,6% del Producto Interior Bruto (PIB) de los países occidentales depende de los satélites actualmente desplegados, que consultan diariamente, por ejemplo, con el GPS del coche o del teléfono más o menos 4.000 millones de personas. “Se puede destruir un satélite enemigo, se puede interferir en su funcionamiento. Eso ya es un ataque. Eso ya es un conflicto. Lo que están haciendo las grandes potencias es pertrecharse, como antes nos hemos ido poniendo armaduras, se inventó el caza o el carro de combate o se llegó a la bomba atómica. Es un paso más”, resume.
Goulard reconoce que es un escenario “complejo”. “Al atacar un sistema en el espacio, se reduce drásticamente la capacidad del enemigo privándole de estas funciones ahora esenciales, sin temor de que haya víctimas, ya que los satélites para fines militares no son tripulados. Todo pasa a varios cientos de kilómetros de la superficie terrestre y eso hace es difícil confirmar lo que realmente sucede y también identificar quién es el sujeto del ataque y quién es el atacante. Queda mucho por afinar”, sostiene.
Insiste en que es una apuesta “lógica” en estos tiempos, no sólo como nuestra de poderío para consumo doméstico y de cara a los adversarios, sino porque todos los demás flancos están cubiertos. “Las grandes potencias tienen intereses y aliados repartidos por todo el mundo. Ya tiene capacidad de proyectar su fuerza bélica a largas distancias. Lo que les queda es ir fuera de la Tierra”.
El nuevo ‘far west’
En enero de 1967 se firmó el Tratado sobre el Espacio Exterior, aún vigente, que explica cómo debe utilizarse el espacio exterior, incluyendo entre otras cosas un claro veto a la guerra, al lanzamiento de armas de destrucción masiva o nucleares. Permite el uso de satélites de reconocimiento, pero no algo más ofensivo. Y, sin embargo, las naciones aprietan el acelerador y hasta la OTAN se plantea declarar este año que el espacio es oficialmente un “campo de batalla”, como ha adelantado la Agencia Reuters.
A ello se refiere Francia cuando justifica su apuesta espacial pero matiza que, por encima de ella, “está y estará siempre” la diplomacia y la voluntad de un “uso pacífico del espacio”, en palabras de Florence Parly, su ministra de Defensa. Después es eo viene la vigilancia y la defensa “activa”. En julio pasado, la ministra presentó la Estrategia Espacial de Defensa nacional, apenas días después de que su presidente, Emmanuel Macron, anunciase la creación de un Comando Militar del Espacio, de propósitos similares al de EEUU, dependiente también del Aire y con base de Toulouse, donde se levantarán un campus de investigación y una academia.
“El espacio es un nuevo frente a defender y debemos estar preparados”, defiende la ministra, “porque no puede ser el nuevo far west”, el lejano oeste, tierra sin ley. “Una defensa espacial es necesaria y esencial. Necesaria, porque desde el espacio observamos a nuestros enemigos y sus movimientos y entendemos sus modos de actuación. Esencial, porque gracias al espacio preparamos nuestras operaciones, combatimos el terrorismo y garantizamos la seguridad de nuestras fuerzas”, enfatiza Parly.
Francia ha planteado una estrategia a más largo plazo, con el horizonte en 2030, para desplegar este comando, que se espera que sea presentado en este mes de septiembre. De momento se destinan al proyecto 3.600 millones de euros para invertir y renovar satélites de observación y de comunicación, además de lanzar en órbita tres satélites de escucha electromagnética y modernizar su radar de vigilancia actual. Macron ha prometido las inversiones “indispensables” para este programa.
Es lo que nos queda por ver. Un mundo nuevo con otras amenazas y otras maneras de defenderse. Y quien no coja delantera ahora, sólo podrá quedarse con el papel de siervo. La geopolítica del planeta depende ahora, también, del espacio exterior.