Querido Jaime. Me dicen que circula por la red tu poema Noche triste de octubre, 1959, publicado en Moralidades en 1966. Recordarás una conversación que mantuvimos acerca de algunas imágenes del poema, en la época que lo escribías, sobre todo esa tarde lluviosa que me leíste un primer esbozo. Me dijiste que me lo ibas a dedicar si conseguías terminarlo. Octubre siempre ha sido para mí un mes de malos augurios y resonancias dramáticas, y no puedes imaginarte hasta qué punto este octubre de 2017 ha superado tan nefastas aprensiones. Los problemas no son los mismos, el país ya no es el mismo, pero las cosas siguen viniendo mal dadas.
Quiero recordar ahora el día que, con un vaso de ginebra en la mano, en tu sótano ("más negro que mi reputación, que ya es decir", dejaste escrito) de la calle Muntaner, me leíste los versos del último bloque del poema:
Por todo el litoral de Cataluña llueve
con verdadera crueldad, con humo y nubes bajas,
ennegreciendo muros,
goteando fábricas, filtrándose
en los talleres mal iluminados.
Y el agua arrastra hacia la mar semillas
incipientes, mezcladas en el barro,
árboles, zapatos cojos, utensilios
abandonados y revuelto todo
con las primeras Letras protestadas.
Eran otros tiempos, otras lamentaciones. Quiero que sepas que este octubre no llueve en el litoral de Cataluña, al menos no lo ha hecho hasta el día 10 en que te escribo esto (sufrimos una larga sequía, no solo política) no hay humos ni nubes bajas ennegreciendo muros, no en el sentido de derrota anímica y miseria moral que tú veías en el paisaje urbano de entonces, en la desdichada ciudad gris de entonces, sumida en la humillación y el agravio, porque hoy vivimos en una democracia, en un Estado de derecho, pero aun así, todo y haber recuperado al fin las libertades y la autonomía, ya sabes que la cabra tira al monte, así que, si bien en este mes de octubre de 2017 no adelantaron
las lluvias, y el Gobierno
sigue reunido en consejo de ministros,
no se sabe si estudia a estas horas
el subsidio de paro o el derecho al despido,
o si sencillamente, aislado en un océano,
se limita a esperar que la tormenta pase
y llegue el día, el día en que, por fin,
las cosas dejen de venir mal dadas.
El caso es que las cosas, si bien estamos ya muy lejos de aquella dictadura, siguen viniendo mal dadas. Ahora vivimos un esperpéntico conflicto de identidades, de himnos y banderas y discursos papanatas que amenazan con amargarnos la existencia por mucho tiempo. Déjame decirlo a mi manera, lejos de cualquier pretensión lírica, para lo que tú sabes que no he sido dotado: estoy hasta el mismísimo gorro de esa gentuza que nos gobierna, los de aquí y los de allá.
Déjame recordar el arranque de tu Apología y petición, donde va esa terrible pregunta transmutada en poesía que me sigue estremeciendo:
¿Y qué decir de nuestra madre España,
este país de todos los demonios
en donde el mal gobierno, la pobreza
no son, sin más, pobreza y mal gobierno
sino un estado místico del hombre,
la absolución final de nuestra historia?
Siempre me costó aceptarlo. Pero más allá de todo pesimismo, ahora confío en que prevalecerá el Estado de derecho. La Constitución que nos dimos en 1978 puede que sea mejorable, pero ahora es ya la mejor de nuestra historia. Y estoy seguro de que tú piensas lo mismo. Mientras, Cataluña (no tu Cataluña, sino la Cataluña tontarrona y chapucera que pretenden imponer Puigdemont y Junqueras) sigue haciendo día tras día un ridículo descomunal y sin precedentes ante el mundo que nos contempla asombrado.
En fin, Jaime, veamos, ¿qué tal otra copa? Ahí afuera, de momento, solo hay acuerdo en el desacuerdo, pero seguro que vendrán tiempos mejores.