El panorama climático es devastador, pero hay esperanzas: “Podemos tener problemas o muchos problemas”
El informe del IPCC alerta de consecuencias ya irreversibles sobre el planeta. El reto está en evitar las que todavía no se han producido.
La actividad humana está causando indiscutiblemente el cambio climático; la crisis climática ya afecta a todas las regiones de múltiples maneras; algunos cambios en el sistema son irreversibles. Estos son sólo tres de los titulares que se desprenden del último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos para el Cambio Climático (IPCC), que dibuja un panorama dramático y “sin precedentes” en el planeta.
Realizado por prestigiosos científicos de todo el mundo y publicado este lunes, el documento —el primero de tres, que se presentarán a lo largo del próximo año— alerta de que el ser humano está provocando que las olas de calor, las inundaciones y las sequías sean más frecuentes y severas, y casi cualquiera puede verlo con sus propios ojos estos días.
Si se mantiene el ritmo actual de emisiones de gases de efecto invernadero, la temperatura global aumentará 2,7º C a finales de siglo con respecto a la media de la era preindustrial, estiman los científicos, lo cual sería como si en un cuerpo humano la temperatura subiera cinco grados. Dicho de otra manera: la Tierra tiene fiebre, y parece que algunas de las secuelas permanecerán para siempre. Sin embargo, hay otras que estamos a tiempo de frenar.
Raquel Montón, responsable del área de Cambio Climático de Greenpeace España, explica que “la temperatura media del planeta ya se ha elevado casi 1,1º C”, y estamos viendo las consecuencias. La parte “esperanzadora”, añade Montón, “es que puede haber otros cambios mucho más graves y mucho más irreversibles que todavía no se han producido, y esos son los que tenemos que intentar evitar”.
El Acuerdo de París, alcanzado en 2015 entre los miembros de la ONU, busca limitar a 1,5º C el aumento de la temperatura global, pero los países van camino de rebasar ese límite, y cada décima cuenta. “Cada fracción de grado que sube la temperatura es muy relevante”, explica Javier Andaluz, responsable de clima y energía de Ecologistas en Acción. “Con cada décima de grado que sumamos, los impactos no son lineales, se van multiplicando por dos y por cuatro”, coincide también Raquel Montón.
Es decir, incluso si finalmente la temperatura ‘sólo’ aumentara 1,5º C, veríamos “una ocurrencia creciente de eventos extremos sin precedentes” —alertan desde Greenpeace—; pero si la Tierra se calienta aún más, el escenario será más apocalíptico si cabe. “Si la temperatura se eleva 2 grados, se multiplican por dos los impactos; pero si se eleva 3, que es hacia donde vamos ahora mismo, significa multiplicar por cuatro los daños”, abunda Montón. “Todavía tenemos mucho más por ganar de lo que es posible que ya estemos perdiendo”, insiste la experta.
Con ella concuerda Juan Bordera, periodista y activista en Extinction Rebellion, que zanja que “ya llegamos tarde [para evitar la emergencia climática]”, pero enseguida añade: “Así y todo, y sabiendo que cada vez habrá más complicaciones y fenómenos extremos, todavía podemos hacer algo por que la situación sea menos grave en el futuro”.
Qué estamos a tiempo de evitar
“Uno puede tener problemas o puede tener muchos problemas”, ilustra el activista. “Si hacemos las cosas bien [y la temperatura no aumenta más de 1,5° C], podemos tener problemas: una transición difícil, probablemente un decrecimiento; pero si no hacemos nada, tendremos algo mucho peor”, sentencia Bordera. “Entre quedarse en 1,5 o 2 grados, habrá millones de vidas salvadas, millones de ecosistemas que no sobrevivirían si la temperatura subiera 5 grados [hasta 2100]”, afirma.
“Si nos pasamos de rosca, se crean las condiciones para que el cambio coja inercia y no se pueda frenar”, prosigue Bordera. “Y eso es, como mínimo, lo que hay que evitar: llegar a un estado en el que ya no podamos hacer nada más. Ahora mismo podemos no sólo prepararnos, sino adaptarnos y mitigar los efectos, pero sabiendo que habrá que hacer renuncias”, advierte.
Esperanzas puestas en los jóvenes... y en los tribunales
Raquel Montón reconoce que tiene la esperanza de que no acabará produciéndose el peor de los escenarios. “El reto es inmenso, pero el barco está virando”, asegura. La experta cita, por un lado, la mayor concienciación entre la población más joven, que en los últimos años ha liderado marchas y movilizaciones por todo el mundo demandando acciones por el clima.
“Una de las grandes injusticias de este problema es que nos estamos cargando los recursos de las generaciones que todavía no tienen voz y voto pero que están tremendamente concienciadas”, dice Montón. “La conciencia de los jóvenes está bien removida, y ese es uno de los factores que nos da esperanza y que está haciendo que las cosas ahora suenen distintas”, admite.
Por otro lado, Montón menciona ejemplos ‘materiales’ que se están llevando a cabo en los tribunales, como la histórica sentencia de este mismo año contra la petrolera Shell para que reduzca sus emisiones contaminantes. Montón apunta, además, que hay “cerca de 1.400 denuncias y litigios en todo el mundo” con los que se busca proteger el planeta, y algunos ya están dando resultados. “Se abre un camino muy interesante en la justicia, que señala que no sólo están implicados los políticos, sino también los juristas”, explica la experta. “Tenemos muy poco tiempo y todo esto es gravísimo, pero sí que hay sonidos distintos”, celebra.
Juan Bordera, de Extinction Rebellion, es algo menos optimista, pero sí se atreve a lanzar un deseo de cara a la COP26, que se celebra el próximo otoño en Glasgow (Escocia). Bordera llama a políticos y a empresas a actuar en cooperación, si no es por el planeta, al menos por sí mismos, para evitar que dentro de unos años la responsabilidad de las inundaciones, las sequías, las olas de calor y las hambrunas recaiga sobre ellos. “Si siguen pensando sólo en el cortoplacismo, en votos y en beneficios, su responsabilidad será mayor en los próximos años”, advierte.
Para Bordera, las temperaturas de hasta 50ºC en Canadá, las inusitadas inundaciones en Alemania y Bélgica este verano o los incendios que asolan Grecia y Turquía estos días son un triste recordatorio de que ningún país, por muy rico que sea, está a salvo de las consecuencias del calentamiento global. “Ojalá entendiéramos, por fin, que tenemos que funcionar con la mentalidad de especie y cooperar, porque no se trata del futuro de un bloque de países o de tal empresa, es que nos la jugamos todos y todas”, lanza.