Hermano, yo si te creo
La violencia machista y las ideas que la sustentan son la principal amenaza para una democracia.
Los hombres siempre han contado con el valor de la palabra y la seguridad de la complicidad para hacer de la realidad una fuente de privilegios y ventajas, por eso se creen entre ellos y no ponen en duda las afirmaciones de otro cuando lo que está en juego es la defensa de su modelo.
Desde esta perspectiva, es fácil entender cómo un grupo de hombres es capaz de acudir a la llamada de otro hombre del grupo, y actuar cumpliendo la “orden” dada por él, hasta el punto de perseguir a un joven durante 150 o 200 metros y asesinarlo bajo la referencia de su orientación sexual, para de ese modo cumplir y sentirse reforzados como grupo, y al mismo tiempo ser reconocidos como hombres en el plano individual dentro de él. Es lo que ha ocurrido con Samuel Luiz.
Si el mismo individuo hubiera dicho a sus amigos, ”¡Seguidme, que vamos a ir a la hamburguesería de la esquina a tomarnos la nueva hamburguesa especial, que está muy rica!”, probablemente no lo hubieran seguido, ni tampoco era necesario que lo hubieran creído, porque con ese tipo de proposiciones no se demuestra la fratría masculina ni se pone en duda la hombría individual. Tiene que hacerse con peticiones y acciones vinculadas a los valores que forman parte de la cultura machista.
Todo ello refleja que los hombres cuentan con su condición masculina de serie, pero también que esta puede llegar a ser cuestionada o no ser reconocida en toda su dimensión si otros hombres no te consideran hombre como ellos, o no te ascienden dentro del grupo según su escala de valores androcéntrica, en la que la virilidad, la hombría, el valor, el compañerismo... tienen que ser demostrados a través de la conducta, no sólo de palabra. Es la fratría masculina de la que habla la querida y admirada Amelia Valcárcel, y la mejor forma de hacerlo es actuar contra las personas que su cultura patriarcal considera “diferentes e inferiores”, especialmente las mujeres, como esencia de su construcción cultural machista, y luego los “hombres no-hombres”, como para ellos son los homosexuales.
Y esa fratría no sólo se demuestra en la acción, sino que, fundamentalmente, lo hace en la omisión, en ese no hacer nada ante la desigualdad, la discriminación y la violencia que sufren las mujeres y las personas sobre las que sitúan la crítica y la amenaza a su modelo social y cultural. Bajo esa construcción, cuando una voz masculina dice “denuncia falsa” los demás hombres dicen, “hermano, yo si te creo”; cuando explica que un hombre mata a una mujer bajo los efectos del alcohol o las drogas, se oye “hermano, yo si te creo”; cuando el argumento es que el homicidio se produce por un trastorno mental, los demás dicen “hermano, yo si te creo”; cuando en Tenerife asesinan a las niñas Olivia y Anna y se concluye que es “la venganza de un celópata”, el resto repite “hermano, yo si te creo”; cuando desde la ultraderecha niegan la violencia de género, desde la derecha mucha gente comenta “hermano, yo si te creo”...
Es esa aparente pasividad la que define el modelo y su fratría cómplice en el día a día, para que luego se vea subrayada y enfatizada con palabras explícitas, como vimos ante la violación grupal llevada a cabo por cinco hombres en los sanfermines de 2016, en boca de un profesor de la Universidad de Santiago de Compostela, un hombre completamente al margen de los hechos que se ve en la necesidad de posicionarse públicamente, y tras la sentencia condenatoria vino a decir lo de “hermano, yo si te creo”, cuando públicamente daba credibilidad al argumento de los violadores y rechazaba el de la víctima. Justo lo mismo que hicieron miles de hombres en foros, redes sociales y algunos medios.
Que un grupo de hombres sin haber participado en el enfrentamiento individual sea capaz de acatar la orden de otro para perseguir y asesinar a golpes a otro hombre, como ha ocurrido con Samuel Luiz, demuestra el significado de la construcción machista de la sociedad, y la fratría de los hombres para defender su modelo y privilegios, y actuar contra quienes lo cuestionen y traten de transformarlo.
La violencia machista y las ideas que la sustentan son la principal amenaza para una democracia, algo que se manifiesta en las consecuencias que produce y en la pasividad y distancia de la sociedad ante ella.
El machismo no duda de la palabra de los hombres ni en acudir en ayuda del hombre que lo necesita. Cambiar esta realidad exige cohesión, coherencia y algo más que voluntad.