Hasél y el descontento de los jóvenes
El debilitamiento de la posición de la población joven en la sociedad a lo largo de los últimos años sería suficiente para justificar el surgimiento de una causa juvenil.
Los actos de protesta de las últimas semanas en varias ciudades españolas como respuesta a la detención de Pablo Hasél, han traído a la actualidad la situación de los jóvenes en España, habiéndose publicado un buen número de artículos e incluso editoriales en periódicos de referencia en castellano. Algunos han ligado de manera explícita las protestas —antes de su deriva violenta— al descontento juvenil por su mala posición en el mercado de trabajo. Otros simplemente han decidido que era un buen momento para reflexionar sobre una realidad difícilmente asumible en términos sociales.
En todo caso, el debilitamiento de la posición de la población joven en la sociedad a lo largo de los últimos años, sería suficiente para justificar el surgimiento de una causa juvenil, dando lugar a distintas formas de expresión de malestar, y utilizando para ello cualquier pretexto. No es osado afirmar que la población joven tiene en España un verdadero problema de integración que se hace visible en algunos indicadores muy básicos, como los relativos a su situación en el mercado de trabajo, su capacidad de consumo y sus pautas de emancipación con respecto a las familias de origen.
Teniendo en cuenta que el acceso al consumo y a la autonomía depende principalmente del trabajo remunerado, una vez superada la etapa formativa, las posiciones en el mercado laboral constituyen la clave en la integración como ciudadanos de pleno derecho. Por eso los datos relativos a esa dimensión crucial del bienestar, muy negativos en el contexto de la sucesión de crisis, casi son suficientes para explicar la tendencia desintegradora en la que está inmersa la sociedad, incapaz de proporcionar a una generación sentido pleno de pertenencia.
De acuerdo con los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA), cuatro de cada 10 jóvenes de entre 16 y 24 años se encontraban en situación de paro al finalizar 2020, una proporción significativamente superior a la media registrada en los países de la OCDE. Además los datos de temporalidad, más altos en las cohortes menores de 30 años que en el resto son abrumadores. Como también lo son los relativos a los salarios, más bajos que en el resto de la población asalariada. Tampoco puede olvidarse que la inactividad juvenil, mayoritariamente conformada por la población de estudiantes, constituye con frecuencia, y en especial entre los jóvenes de más edad, un refugio para retrasar el acceso a un mercado de trabajo incapaz de responder a sus necesidades.
Todo ello tiene consecuencias importantes en su autonomía, porque les dificulta el acceso a bienes de consumo relacionados con aquella, como la vivienda y su mantenimiento, que requieren casi siempre de un nivel de endeudamiento o, al menos de cierta regularidad en los ingresos, que no se pueden permitir. No es extraño, por eso, que la edad media de emancipación se esté retrasando continuamente en España y lo haya hecho aún más desde el inicio de la crisis sanitaria. Según los datos del Observatorio de Emancipación del Consejo de la Juventud, ese hito vital se alcanza una vez sobrepasada la barrera de los 30 años, como término medio. Pero esa media esconde una alta tasa de convivencia parental mucho más allá de esa edad, siendo España uno de los países de la Unión Europea donde más tardan los jóvenes en abandonar los hogares de origen. Y por tanto, donde más tarde se empieza a tener hijos, y donde menos hijos se tienen.
Todas estas circunstancias vinculadas al deterioro de las condiciones de vida tienen su reflejo en el plano de la subjetividad, manifestándose en actitudes pesimistas sobre el presente y el futuro de los propios jóvenes, cuyo descontento aumentó durante la pasada crisis, cristalizando en una radicalización de sus posiciones.
Por ello, no es extrañar que la actual crisis, de efectos devastadores sobre el empleo juvenil, esté agudizando el malestar y la frustración con las respuestas a los problemas estructurales de los jóvenes, añadiendo presión. Así, la evolución de las actitudes de descontento más extremas muestra una correlación positiva muy clara con el deterioro de la posición de los jóvenes en el mercado de trabajo, que condiciona su capacidad de control sobre su propia existencia y su autonomía en la toma de decisiones.
En definitiva, ese empeoramiento de la situación laboral cuando no se había recuperado de la anterior crisis, está aflorando un fuerte sentimiento de insatisfacción que trasciende las posiciones ideológicas, siendo compartida por los jóvenes que se identifican tanto con la izquierda como con la derecha. Conviene resaltar el hecho de que la mayor parte de la población joven en España defiende la necesidad de reformas profundas o radicales, siendo una constante en todo el trazado ideológico, e independiente de las posiciones sociales y económicas de cada uno, según el Injuve.
En este sentido, no debería extrañar que la detención de Hasél pueda haber funcionado en un primer momento como válvula de escape para la fuerte tensión acumulada durante más de una década por una parte importante de la población joven en España. No en vano, las composiciones del autor podrían, incluso, haber canalizado la enorme frustración, al expresar el descontento de muchas personas jóvenes a través de textos de contenido radical y con fuerte carga de violencia.
Así, la oposición al funcionamiento de las instituciones y la furia contra el resultado de una acción institucional percibida como ineficaz, dando casi por fallido el orden social resultante, son los elementos expresivos que han calado en una población cada vez más receptiva a esta clase de mensajes.
Probablemente por eso la detención del autor ha llegado a ser entendida por algunos como un secuestro de la voz del fracaso, el desaliento y el enfado con una sociedad que no está siendo capaz de integrar plenamente a los jóvenes. Por otros, seguramente, la mayoría, simplemente como una señal de déficit de la libertad de expresión.
Por eso, siendo muy probable que tanto la detención como las últimas movilizaciones estén siendo capitalizadas por objetivos políticos de corte extremista, no debe pasarse por alto la existencia de una realidad subyacente que ha podido contribuir a extender la simpatía o la adhesión a las protestas, al menos en su versión pacífica.
Esto no significa que todos los jóvenes apoyen las protestas por la detención de Pablo Hasél, pero sí que la situación es propicia para que se desencadenen acontecimientos de este tipo. Es importante advertir que los jóvenes atribuyen una altísima responsabilidad a los poderes públicos —más que en otros países del entorno— en el cambio de las condiciones de vida, principalmente el trabajo. La mayoría de ellos considera al Estado como responsable del bienestar de todos los ciudadanos, según la Encuesta sobre la Juventud del Injuve, otorgando a su papel un carácter universalista: “El Estado es responsable del bienestar de todos los ciudadanos”. Las dos últimas crisis han inclinado las actitudes hacia la desafección institucional.
La combinación de estas dos circunstancias favorece el aumento del descontento en un contexto en el que no se da respuesta satisfactoria a las malas condiciones laborales / vitales de los jóvenes. Y desde luego podría explicar, al menos en parte, porque la detención del rapero se percibe, al margen de la instrumentalización extremista y violenta, como una provocación: porque está motivada por una condena cuyo fundamento legal muchos jóvenes cuestionan, en medio de la polémica por los límites a la libertad de expresión. Dicho de forma muy simple, el mismo Estado que define los límites de la expresión y que no responde con éxito a las necesidades más acuciantes de los jóvenes, castiga a la voz del descontento.