España es un país seguro. Vive sin miedo
Cada vez que hay un suceso mediático trágico que acapara titulares y alimenta ciertos programas y cierta prensa durante meses, aparecen asociados un tipo de comportamientos característicos. El más habitual es decir que se vive con miedo y que «las mujeres» no pueden «estar seguras en la calle». Esto me hace pensar. ¿Cómo de cierto es? ¿Qué posibilidades hay de tener un mal encuentro un día cualquiera? ¿Eran las calles más seguras antes?
El ser humano evolucionó desde primates que vivían en comunidades pequeñas y, durante muchos miles de años, así fue también la vida del homo sapiens. Nuestro cerebro no está adaptado para asimilar los grandes números —no podemos comprender las cifras de millones— ni poblaciones similares. Lo que le ocurre a una persona es muy relevante en una aldea neolítica de ciento cincuenta habitantes, pero puede no representar ningún patrón en una ciudad de trescientas mil almas, mucho menos en el conjunto de los españoles. Por tanto, nos cuesta diferenciar entre una excepción y una norma. Para complicar las cosas, hoy tenemos unos medios de comunicación abundantes que son capaces de contarnos lo que ocurre en cualquier lugar del mundo al instante. Además, las redes sociales sirven como caja de resonancia y amplificador, con en perverso efecto eco, por el cual nos gusta leer solo a quienes dicen lo que está de acuerdo con nuestras ideas y responderles, retroalimentando nuestros sesgos y parcialidades.
Para ser capaces de interpretar las complejidades de una sociedad moderna se inventaron las estadísticas. Gracias a ellas podemos obtener datos precisos sobre lo que ocurre de verdad y qué relevancia tiene. Cuando hablamos de delitos graves, además, hay suficientes estudios e informes, incluido el que publica todos los años en Ministerio del Interior. Estos muestran que el nuestro está entre los países del mundo con menos homicidios y que es el quinto ¡del mundo! más seguro para las mujeres.
Claro que una comparación entre países puede decir poco de la seguridad individual. Si muchas mujeres mueren, de poco me sirve que en Francia mueran más. Yo lo que quiero es seguir viva. Es más, ¿cómo de posible es que me violen y me asesinen si salgo a correr sola a diario? Un reciente estudio de todos los asesinatos cometidos entre 2010 y 2012 mostró que tal situación había ocurrido tres veces. Tres veces en un país de más de cuarenta y seis millones de habitantes a lo largo de tres años. Es más fácil que nos alcance un rayo y mucho, mucho más probable que muramos atropellados o por un golpe en la cabeza de una cornisa o teja desprendida y no por eso evitamos pasear junto a edificios ni cerca de las calzadas. Por supuesto, esto no sirve de consuelo a las familias de las fallecidas, que deben ver —vano consuelo—cómo los asesinos son atrapados y condenados, algo que ocurre en casi la totalidad de las ocasiones.
Ese mismo estudio muestra que los hombres tienen tres veces más posibilidades que las mujeres de morir con violencia. Sin embargo, ese miedo que se intenta instaurar en la sociedad no parece afectarles tanto. Y es que los números totales son muy bajos. La tasa de homicidios por cada cien mil habitantes es del 0,6. El asesinato es tan anecdótico en España que cuesta elaborar informes de los que se extraigan patrones.
Parte del problema está en cómo se tratan los datos. No hace mucho, un diario digital publicaba «En España se denuncia cada tres horas una agresión sexual [sic] a un menor». En los datos que incluían en su interior, sin embargo, las agresiones denunciadas eran setecientas. Todos los delitos sexuales que tenían por víctima a un menor de edad —y eso va desde la solicitud no deseada de fotos sexuales sin conseguir obtener las mismas hasta la violación, o sea, de gravedad muy diferente— rondaron los cuatro mil. Tenemos unos diez millones de menores. Eso representa que esa desgracia le ocurre al 0,04% de los que todavía no han cumplido los dieciocho. ¡Vaya! Así no parece que no quede un niño sin violar como se podía desprender del titular, ¿verdad? De hecho, de nuevo, estamos en un país muy seguro para los chavales.
No hay que tener miedo, porque no hay razones para ello. Los índices de delitos violentos y sexuales descienden cada año. Los años noventa y los primeros dos mil fueron mucho más peligrosos —llegamos a tener una tasa de homicidios de 3,3 en 2002— y no existía la psicosis actual. De todas formas, tomar precauciones para evitar un disgusto no está de más. Igual que nos aconsejan no dejar el móvil encima de la mesa de la terraza de un bar, quizá no sea buena idea entrar en ciertos sitios a ciertas horas, pero nuestros parques y calles, en general, son seguros. De día y de noche. Y ojalá lo sigan siendo por siempre.