Todo abierto: los escenarios posibles tras la anexión ilegal rusa de cuatro regiones ucranianas

Todo abierto: los escenarios posibles tras la anexión ilegal rusa de cuatro regiones ucranianas

El paso de Putin tiene su haz y su envés, puede enfurecer la guerra o pararla, acabar en ataque nuclear o en negociaciones, alterarlo todo o nada. La incertidumbre reina.

Vladimir Putin, el pasado 30 de septiembre en Moscú, festejando la anexión ilegal con los líderes prorrusos de las cuatro regiones ucranianas. Mikhail Metzel via AP

La guerra de Ucrania avanza aplastando su séptimo mes adentrándose en un escenario imprevisible. No es un adjetivo comodín, es que realmente plantear escenarios de lo por venir se ha convertido en una ardua tarea. Si hay cansancio en el campo de batalla, también lo hay en los gobiernos, en las Inteligencias, en los think tanks, en los analistas, porque en gran parte todo es volátil y depende del presidente ruso, Vladimir Putin, en cuyos planes es imposible adentrarse.

Hay que ir a los pasos concretos y el más contundente de estos días ha sido la anexión ilegal de cuatro regiones ucranianas -Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia- por parte de Rusia, que hace que el conflicto entre en una nueva fase. El 15% de Ucrania quedará, unilateralmente, bajo soberanía rusa “para siempre”, en palabras de Putin, un plan que consolida el puente terrestre que Rusia quiere crear entre su territorio y la península de Crimea, ya anexionada en 2014, pasando por las zonas ahora robadas, ricas en carbón, motor industrial de Ucrania con su acero y su hierro. El mar de Azov se quedará prácticamente como interno, el ruso pasa a ser el idioma oficial y el rublo desplaza a la grivna como moneda.

El proceso por el que estas zonas serán sujetos federales rusos debe acabar en enero de 2026, o eso pretenden, porque realmente hoy Rusia no tiene ni siquiera garantizado el poder, las cuatro zonas están sólo parcialmente ocupadas por su gente, los combates son fieros y hay hasta retrocesos en zonas como Lugansk.

Putin ha planteado este movimiento, que apoya el 75% de su población según encuestas próximas al Kremlin, en paralelo a un reclutamiento masivo de reservistas, presionado ante el avance de las tropas ucranianas en el noroeste y el aumento de las críticas internas por la falta de resultados de esta guerra que se pretendía relámpago. También externas, con toques de atención de China, India o Turquía. Necesita mostrar un éxito, resultados, aunque sea de esta forma forzada.

¿Pero cuáles serán sus consecuencias? ¿Qué puede pasar? Todo y nada podría ser una respuesta adecuada.

Una vuelta de tuerca

“Putin es consciente de que tiene un problema. La victoria no llega, las críticas arrecian dentro y fuera de sus fronteras y la contestación popular por la movilización necesitaba un gesto, algo que poder exponer como un tanto. Pasar de 85 a 89 entes federales, con un supuesto apoyo que va del 88 al 99% en los refrendos, lo es. Hay que pensar que, hasta ahora, la guerra ha sido algo periférico para los rusos, por el bloqueo informativo y la opacidad del régimen. Ahora el presidente se lleva a sus hijos y maridos, pero a la par les da un motivo para luchar, la conservación de suelo ruso al que están ya protegiendo, que están poniendo bajo su manto”, explica la investigadora Anne Claessen, colaboradora del Real Instituto Superior de Defensa belga.

Hay truco, “partimos de una ficción legal, porque las consultas son una farsa, los ciudadanos han votado a punta de fusil y el éxodo en esas zonas es formidable, pero puede funcionar ante su público”, añade. Y con sus anexiones “cambia la naturaleza del conflicto añadiendo lo jurídico, lo político”, ahora su “operación militar especial” es defensiva, no ofensiva como desde febrero, y puede “decir con claridad que usará todas las vías, incluyendo la nuclear, para proteger a su país, en el que contempla a las nuevas regiones”. El “marco” es otro y eso “permite a Putin exprimir el efecto disuasor de las armas atómicas” de cara a Occidente, los socios imprescindibles para el aguante y la reconquista de los ucranianos.

Todo eso apunta a un aumento en la escalada, en el doble frente político y defensivo. En uno, aumenta la apuesta que inició con Crimea en 2014, que por más que cosechara la condena de la Asamblea General de la ONU y el ostracismo del mundo -ni su aliado chino reconoció esa anexión-, quedó como un hecho consumado sin más historia. En otro, subiendo la temperatura, porque no es lo mismo auxiliar al vecino atacado por los nazis que proteger lo que dices formalmente hasta en tu constitución que es tu país.

La analista entiende que Putin estaba “presionado” por los que querían una contienda total, más movilización y más medidas económicas de guerra, cuando aún su voluntad estaba más en contener, en no amplificar el conflicto ni socializarlo. “Como las cosas le van mal, ha entendido que la anexión le sirve para justificar una escalada mayor”, indica, aunque sea con una “base endeble, ya que es complicado ir a más cuando hay una desmotivación clara entre sus soldados, faltan medios y la preparación de los nuevos reclutas hace imposible su entrada en liza inmediata”.

Su opinión es que “lo más razonable es que Rusia intente romper el momentum de los ucranianos, que siguen avanzando y reconquistando, antes de que llegue el invierno y todo se paralice”, pero insiste en que está teniendo “serios problemas para hacerlo” por la resistencia de Kiev, fuerte en la moral, fuerte por las armas extranjeras que recibe. “Tenemos que ser conscientes de que lo más realista, a corto plazo, es que se mantenga el statu quo, los combates como hasta ahora, con leves transformaciones en las zonas controladas y anexionadas, donde se tratará de vestir todo de Rusia en lo formal, en lo administrativo, pero sin calado social, entre otras cosas, porque realmente no tienen en su mano el territorio”, ahonda. De ahí que el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, hasta se niegue a hablar en público de las nuevas fronteras de su país. “Ni haciéndolo unilateralmente pueden saberlo, porque el poder sobre el terreno cambia a diario”, insiste.

Ese toma y daca en la zona evidencia que el sur y este es lo que Putin quería por encima de todas las cosas con esta guerra, lo que no completó hace ocho años cuando tomó Crimea. Ahora, sin embargo, cambia que Ucrania pelea, que tiene ayuda de fuera, potentísima, y que Rusia no ha tenido un paseo militar, sino pérdidas, una tras otra, que cifra en 6.000 efectivos, ridículos si se comparan con los 45.000 que llega a decir Ucrania que ha matado.

Salir de ahí no es sencillo, pero Putin, ante las dudas, ha insistido esta semana en que la situación “se estabilizará” y se podrá “desarrollar tranquilamente estos territorios”, que ayudarán a “fortalecer”. “Los datos de las consultas no sólo me alegraron, sino que me sorprendieron (...). Pueden contar con nosotros”, ha llegado a decir. Y él también puede contar con ellos: si tiene como propios estos territorios, tiene como propios a sus ciudadanos, por lo que podrían ser reclutados, informan medios como la BBC.

  Soldados rusos usan el lanzador Grad en un punto no determinado, en una imagen de su Ministerio de Defensa. via AP

De momento, lo que llega de Ucrania es que sus tropas avanzan, como demuestra la toma de Limán, donde los rusos se han visto sometidos al asedio más rápido e intenso, una ciudad clave que abre las puertas para avanzar en la liberación del Donbás. Poco triunfalismo añade a las adhesiones de Putin.

Thomas L. Friedman, analista de The New York Times y uno de los mayores conocedores de la geopolítica mundial, ha publicado una serie de proyecciones sobre lo que puede ocurrir en Ucrania que son la comidilla de los expertos internacionales, porque sus fuentes suelen ser de primera. Y justo plantea un escenario que es el de la victoria ucraniana, impensable en febrero, ante la segunda potencia militar mundial. Los rusos, dice, se lanzaron pensando que ganarían y se quedarían para siempre se estén haciendo ahora la pregunta de John Kerry sobre la guerra de Vietnam: ”¿Cómo se le pide a un hombre que sea el último en morir por un error?”.

En un momento en el que es evidente la “gran mentira que fue toda esta guerra”, en opinión del periodista, la gente habla y los soldados que combaten del lado de Rusia se cuestionan su actuación, lo que abre una vulnerabilidad que puede provocar un colapso en cascada que aumente de velocidad progresivamente.

La amenaza

El peligro de que esto ocurra reside en que Putin ya ha señalado en numerosas ocasiones que está dispuesto a contemplar el uso de un arma nuclear si Ucrania y sus aliados de la OTAN empiezan a abrumar a sus fuerzas y se enfrenta a una completa humillación. La esperanza de Friedman si esto ocurriera es que la CIA tenga “un plan encubierto para interrumpir la cadena de mando de Putin” y así conseguir que evitar que el mandatario ruso “pulse el botón”.

Putin “está fanfarroneando en este momento”, asegura a la agencia Reuters Yuri Fyodorov, analista militar con sede en Praga. “Pero lo que sucederá dentro de una semana o un mes es difícil de decir, cuando entienda que la guerra está perdida”. Estados Unidos y la OTAN no dejan de decir que está monitoreando todos los pasos sospechosos de los rusos en este sentido -de algunos ya ha dado cuenta- y que no puede descartar como posible un ataque atómico.

Eso supondría cruzar todas las líneas rojas e internacionalizar en lo militar una guerra que ya es global en lo económico, en lo energético, en lo democrático. Claessen lo ve más como un gesto “desesperado”, un “mensaje a Occidente de que está dispuesto a luchar de forma prolongada”, pero deja la puerta abierta a un ataque. “Es que las dos vías tienen base, la de la disuasión y la del golpe. Todo puede estar en la cabeza de Putin, vistos los antecedentes”. Los analistas mundiales ya especulan con qué tipo de ataque podría producirse, siempre con armas nucleares tácticas, de detonaciones submarinas a ataques a instalaciones militares, pasando por un ataque contra el Gobierno de Kiev o contra civiles. “Es eso, especular”, dice la analista, rechazando entrar en ello.

El Instituto de Investigación sobre Desarme de la ONU en Ginebra dibujó en 2017 un mapa de 47 lugares de almacenamiento nuclear en toda Rusia, informa AFP, que los satélites de inteligencia de EE UU y otros países aliados vigilan de modo constante. “Confío en que Estados Unidos percibiría la preparación rusa para el uso de armas nucleares”, ha señalado a la agencia AFP Mark Cancian, exfuncionario que forma parte del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales en Washington.

“Rusia está poniendo la seguridad global en riesgo”, avisan los portavoces de la UE. “Responderemos de manera decisiva”, añade EEUU, sin desvelar si daría una respuesta proporcional, o sea, nuclear, a un lanzamiento de esta naturaleza por parte de Rusia. Washington, como la OTAN, como Europa, no quiere verse envuelto en un conflicto mayor, y menos cuando en noviembre hay elecciones de mitad de mandato en la que Joe Biden se juega el apoyo de las cámaras, esencial para sacar adelante sus paquetes legislativos. Se juega con el escenario de la amenaza, pues, más que del ataque real.

La amenaza atómica no ha hecho que la OTAN, la UE o EEUU se retraigan. Todos ellos insisten en mantener su ayuda a Ucrania todo el tiempo que sea necesario y, de hecho, las primeras respuestas políticas han sido la imposición de nuevas sanciones. En el caso de los Veintisiete, se ha aprobado el octavo paquete de sanciones -quién lo iba a decir siete meses atrás-, que incluye nuevas restricciones al sector tecnológico y bloqueo a más de 1.000 implicados en la invasión. Hay que ver los nuevos compromisos que se pueden llegar a adoptar, porque ya ha dicho la Comisión que no va a parar si hacen falta más castigos, y por primera vez Putin está pensando en hacer cambios económicos para hacer frente a esa presión. También en lo puramente defensivo, puede llegar un incremento de la ayuda y ya para antes de fin de año debe cuajar el plan de entrenamiento europeo para las tropas ucranianas.

La Alianza Atlántica también ha recibido la petición formal de Ucrania para adherirse, a la que había renunciado al inicio de la guerra y que se ha reactivado por el órdago de las anexiones. “Esta es a mayor escalada desde el inicio de la guerra”, dijo el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, al conocerlas. Ha sido correcto pero no caluroso con Zelenski a la hora de abrir el proceso de entrada, que es arduo y lento y para el que, a todas luces, Ucrania no está preparado: porque no llega a los estándares democráticos exigibles, porque sus estructuras no son lo limpias que deberían -una pelea que el presidente prometió dar cuando llegó al poder pero que ya antes de la guerra llevaba con retraso- y porque ya desde 2014 arrastra unas fronteras difusas. Turquía, mediador en este conflicto y de los pocos aliados que le quedan a Moscú, no aceptaría tampoco su entrada. No puede ser, pues, un efecto inmediato de las anexiones.

Friedman sostiene en su análisis que se puede producir lo que llama un “acuerdo sucio” con Putin, que asegure un alto el fuego y detenga la destrucción actual, sobre todo, porque Occidente se vea muy al límite en lo económico, ante el invierno duro que se espera. Sin embargo, se correría el riesgo de dividir a los aliados occidentales y “enfurecer” a muchos ucranianos. Por eso no lo ve muy posible. Occidente, aunque la calle se le revuelva, no está hoy por la labor de ceder.

En la vía institucional, EEUU y los países europeos están trabajando en Naciones Unidas para lograr la semana entrante una resolución de la Asamblea General contra el expolio de suelo ucraniano y reclamando la retirada rusa. Esto último ya se pidió días después de la invasión de febrero. Un ruego que cayó en los oídos sordos de Putin, entonces. En el Consejo de Seguridad no se puede lograr nada, Rusia es miembro permanente con derecho a veto, por lo que la capacidad de ejecutar lo que se acuerde es mínima. Al menos, se tratará de alcanzar un texto con el mayor consenso posible, que evidencie el aislamiento del país invasor. Nada parecido a lo que quiere Kiev: que Moscú deje de tener derecho a voto. Hoy por hoy, un imposible.

Washington quiere que incluya, además, una advertencia por lo por venir: la posibilidad de que la expansión que tiene Putin en la cabeza, de su mundo ruso, no acabe en Ucrania, sino que tenga tentaciones de ir a por otros territorios que crea que son y siempre serán rusos, por más que su historia reciente sea de independencia. El espacio postsoviético, en la mirilla.

¿Se puede negociar?

En su discurso del 30 de septiembre, Putin planteó a Kiev un “alto el fuego” con el que frenar “la guerra que empezó en 2014”. Parece una locura, una fanfarronada, pero tiene su fondo, puntualiza Claessen: mediante la ocupación del Donbás y los dos territorios del sur, vitales por su posición, más la amenaza nuclear para protegerlos, “podría llegar fuerte a unas negociaciones hipotéticas”, con posibilidades de presionar tanto a Ucrania como a sus aliados en el oeste.

Sin embargo, la endeblez del control ruso en estos territorios y la recuperación de suelo ucraniano por parte de su legítimo Gobierno, el de Volodimir Zelenski, convierte al momento en equivocado para eso. “No, Ucrania no va a sentarse cuando avanza en sus avances, cuando ha demostrado que puede usar el dinero y los medios que le manda Occidente, cuando lanza el mensaje de que la reconquista no acaba en lo ocupado desde febrero, sino en lo perdido desde 2014, para recuperar la integridad territorial completa”, señala la experta flamenca. “Zelenski no puede ceder en este momento, ni con esta jugada de las anexiones. Es el momento de tensar la cuerda y de ir a por la victoria total, eso es lo que traslada”, añade.

De nuevo, Friedman entiende que se puede llegar a un acuerdo “menos sucio”, por el que se volvería “a las líneas en las que estaban todos antes de que Putin invadiera en febrero”. Ucrania podría estar dispuesta a vivir con eso, y tal vez incluso el pueblo ruso lo haría también, por más renuncias que supusiera, pero la condición previa sería que Putin fuera expulsado porque “nunca soportaría la innegable implicación de que su guerra fue completamente inútil”. Por tanto, esa opción intermedia tampoco se ve hoy.

El escenario ideal, como le gusta resumir a Stoltenberg, es “sencillo”: “Si Rusia deja de luchar, habrá paz”. Por contra, “si Ucrania deja de luchar, dejará de existir”. Y es lo que ahora mismo ni Kiev ni sus aliados están dispuestos a consentir.

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Licenciada en Periodismo y especialista en Comunicación Institucional y Defensa por la Universidad de Sevilla. Excorresponsal en Jerusalén y exasesora de Prensa en la Secretaría de Estado de Defensa. Autora de 'El viaje andaluz de Robert Capa'. XXIII Premio de la Comunicación Asociación de la Prensa de Sevilla.