Elecciones en Chile: los nuevos liderazgos y la protesta social marcan una votación incierta
Las claves para entender una cita que, tras 16 años, no dará la presidencia ni a Piñera ni a Bachelet, y en la que la ultraderecha se presenta como opción más fuerte
Chile bulle. El país vive un momento de efervescencia y cambio. Consolidado, tras la dictadura de Augusto Pinochet, como uno de los más estables de América Latina tanto en lo político como en lo económico y lo social, este domingo se enfrenta a unas elecciones cuajadas de incertidumbre. En un sprint de apenas un par de años, se ha acabado con el liderazgo bicolor clásico, han nacido formaciones alejadas del centro que ahora pueden ser alternativas, se ha consolidado una corriente de reivindicación de derechos que ha tomado las calles y marcado la agenda y se ha dado carpetazo a la Constitución de los fascistas.
De todo ese caldo de cultivo debe salir ahora una presidencia nueva, con rostros desconocidos para retos distintos, porque el Chile en el que durante 16 años se han ido dando relevos la progresista Michelle Bachelet y el conservador Sebastián Piñera ya no existe. Cambió y necesita respuestas.
Dicen las encuestas que los favoritos para dárselas son dos: el ultraderechista José Antonio Kast (Acción Republicana) y el izquierdista Gabriel Boric (Apruebo Dignidad). El problema es que ninguno de los dos sería capaz de tener mayoría absoluta en esta primera vuelta, rondando el 30% de los apoyos en un panorama que está muy fraccionado y donde se espera una elevada abstención, como viene pasando desde que en 2012 se instauró el voto voluntario, signo del cansancio de los ciudadanos con el sistema. Los sondeos dicen que hay un 23% de indecisos, además.
Noche y día
Tras cambios y accidentes que han llevado a peleas internas, nuevos cabezas visibles y altibajos en las encuestas, los cuatro candidatos más estables se han ido dando relevos. Ahora nos encontramos con Kast y Boric como los consolidados. El primero, un independiente de 55 años, rechaza la etiqueta de ultra, pero sus hechos y palabras así lo definen: defiende la dictadura pinochetista -“Pinochet salió de la dictadura con elecciones democráticas, lo que no hizo Daniel Ortega”, “el suyo fue un gran Gobierno” que “no encerró a opositores políticos”-, aboga por la mano dura con los manifestantes, plantea levantar un muro para que no entren más inmigrantes, se opone al matrimonio gay y carga contra el feminismo.
“El candidato ha hecho campaña apostando a un discurso políticamente incorrecto que repite sin inmutarse, que ofrece soluciones radicales sin explicar cómo llegar a ellas. Esa superficialidad, repetida y luego masificada, es la que ha hecho eco sin prestar atención en la gravedad que contiene. Lo que desconcierta es que cierta derecha que se autodefine como democrática y que quiso limpiar sus vínculos con el pinochetismo, hoy saca sus máscaras y demuestra que en Chile el liberalismo aún no ha cambiado de piel”, escribe en The Washington Post la periodista chilena Yasna Mussa, que aboga por llamar fascismo al fascismo.
Durante la campaña ha dejado claro que propuestas no hace. Sólo alerta de los “riesgos” de que gobierne “la izquierda del caos y el vandalismo”. Rechaza incluso el mayor proyecto político que tiene ahora mismo Chile: la reforma constitucional que elimina el articulado de la dictadura. Mejor dejarlo, dice. La comparación con los Viktor Orban, Matteo Salvini o Jair Bolsonaro cuadra bien. La debilidad de la derecha de Piñera, aún hoy en el poder, le ha servido para encumbrarse cuando venía de la nada, de ser diputado con la Unión Demócrata Independiente y crear luego su propia corriente, a ser protagonista.
“Orden, orden y orden”, repite, frente a las protestas sociales en busca de mejores servicios sociales y derechos esenciales que el Gobierno actual no ha sabido abordar, a lo que se ha sumado el desgaste final de Piñera y su partido por su aparición en los Papeles de Panamá. Sobre todo para los ciudadanos más adinerados y mayores, es el llamado a poner al personal firme y a tener una administración limpia.
Boric, de 35 años y exlíder estudiantil, plantea por su parte una nueva agenda social que asusta a los más poderosos. Para pagarla, plantea un impuesto para los súper ricos, una reforma laboral para garantizar una participación paritaria de los trabajadores en los directorios de las empresas, un royalty a la minería y una reforma tributaria que prevé recaudar el 8% del PIB. Un dinero que iría a educación o sanidad públicas, siguiendo modelos de bienestar europeos.
Los más conservadores alertan de un supuesto impacto negativo en los mercados y de su cercanía a partidos como el comunista. Los críticos no pueden acudir a la acusación de que se lleva bien con el chavismo, porque no es el caso. Es más de Pablo Iglesias.
Su experiencia es escasa, pues su partido es de reciente creación y apenas ha peleado en unas elecciones, las de 2017, pero ilusiona a parte del electorado que lo ve como el renovador del sistema de partidos que hacía falta, gastado el pasado, y como un “nivelador de la cancha”, que dicen en su campaña, dispuesto a resolver las desigualdades sociales de un país con una clase media notable pero donde la pobreza lastra a comunidades enteras.
Marta Lagos, directora ejecutiva de Latinobarómetro, explica que la debilidad de estos dos liderazgos obligará a ir a una segunda vuelta, porque las encuestas hablan claro: Kast ha acelerado y lograría entre un 22 y un 36% de los votos y Boric le pisa los talones con entre un 18 y un 30%. Horquillas amplias y viejas, porque no se pueden hacer sondeos en los últimos días de campaña y lo que hay ahora son clandestinas. Complicado conocer si el debate de inicios de semana, en el que el líder de la extrema derecha fue arrinconado por los otros seis participantes, cambió algo las intenciones.
La elección, añade Lagos, arrojará unas cámaras muy divididas: este domingo también se renuevan los 155 diputados del congreso y 27 de los 50 senadores del país. Los viejos partidos, aglutinados en el Nuevo Pacto Social de Yasna Provoste, sería el tercer grupo posible en la Cámara baja. “Las coaliciones no serán fáciles, nadie tendrá mayorías fuertes y la gobernabilidad será compleja. Hay grandes debates y cambios que afrontar, estructurales, que necesitarán de un compromiso suficiente y de mucho diálogo”, barrunta.
Más allá de ideologías y de voto generacional, que habrá mucho de ello este 21 de noviembre, será fundamental ver el aval ciudadano a esta primera vuelta. Lagos recuerda que en la última cita electoral (se ha ido enlazando locales, regionales, el refrendo constitucional...) ya no ha votado ni la mitad del electorado. “La situación es bastante bipolar, porque la mitad de los chilenos no votan y la otra mitad está polarizada”, sostiene.
La ultraderecha está “movilizada en extremo”, por lo que si hay poca presencia en las urnas puede salir beneficiada. Se puede dar el caso, ejemplifica, de que gane Kast, que rechaza la reforma constitucional, cuando la avaló el 78% de los chilenos, sabiendo que es un molesto vestigio del pasado.
“Ellos van a ir igualmente”, dice. La izquierda está más “dudosa”, porque es en ese flanco donde hay una mayor crítica al sistema actual de partidos y de representación. “En estos momentos, es la gente la que conduce a los dirigentes, el mandato está en la calle, en las protestas, donde la gente le dice a los políticos lo que tienen que hacer. Ahí hay mucha izquierda”, indica.
¿Por qué vota tan poca gente? ¿Es la pandemia? La respuesta es un no rotundo. Habrá alguna influencia del covid, pero lo grave es que hay “una crisis política muy profunda”. “No hay un ambiente de campaña, sino un gran alejamiento de los ciudadanos. Eso refuerza el no voto”.
Los retos
Al Ejecutivo entrante de nombres tan poco consolidados le tocará afrontar el plebiscito de salida de la vieja constitución a la nueva y su aplicación definitiva, un cambio que rompe con el pasado más negro de Chile y que, a la vez, ha insuflado ánimos a la calle, sabedora de que los cambios, pedidos sin descanso, acaban por llegar. Las constituciones no producen cambios por sí solas, es verdad, pero los facilitan, porque se establecen marcos con compromisos del Estado sobre derechos fundamentales y se puede tener garantizado el acceso a bienes básicos.
Es el signo más visible del cambio sufrido por el país especialmente desde octubre de 2019, cuando los ciudadanos comenzaron una serie de manifestaciones que buscaban mejores servicios públicos de calidad, empezando por las pensiones y siguiendo por la educación. Ancianos y jóvenes marcharon juntos, hasta que la incomodidad general se hizo manifiesta y se les sumaron los funcionarios, los sanitarios, los indígenas, los habitantes del Chile vaciado...
Protestas en las que nadie monopolizó el discurso y a la que se fueron añadiendo reivindicaciones específicas, como las feministas, que evidenciaban que el país tenía que afrontar ya otra fase en su democracia, dejando atrás el modelo neoliberal y la desigualdad. La agenda social será esencial en el tiempo por venir.
Boric, Kast o el candidato que dé la sorpresa -si lo hubiera- tiene por delante el apaciguamiento de la calle vía gestión o su control o silencio, que de todo puede haber. Políticas, diálogo o mano dura. Se espera que lo ajustado de la elección lleve a las calles a los adversarios del contrario, salgan como salgan los números, por lo que los próximos días ya serán una prueba de fuego en cuento a tono, actitud y mensajes.
El escenario estará tensionado para todo, por las minorías parlamentarias y la calle como presión constante, un elemento desconocido. Y a ello se suma la situación económica, complicada, con la inflación: fue del 1,3 % en octubre llegando a un dato acumulado del 6 % en los últimos meses, un valor que no se registraba desde enero de 2009. La gasolina y el gas licuado se han disparado entre un 25 y un 30%. El Gobierno echa la culpa a la “apertura de la economía, presiones externas, alza del tipo de cambio y alta liquidez disponible”.
Una complicación que se suma a la desigualdad de base. Aunque la pobreza ha disminuido en el país, la distancia entre ricos y pobres sigue siendo muy importante: un estudio del Banco Mundial indica que un tercio de los ingresos generados por la economía chilena son captados por el 1% de la población más rico. El 20% de la población más privilegiada ganó 10,31 más que el 20% menos favorecida. Es país es el segundo de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) con mayor brecha de ingresos entre el 10% más rico y el 10% más pobre, superado sólo por México. El 30% de los chilenos se encuentra en una situación “económicamente vulnerable”, añade el informe. Una verdadera traba al desarrollo y a las oportunidades.
“Se requerirá de compromiso, especialmente, de aquellos que se han beneficiado durante mucho tiempo del sistema actual”, concluye Lagos.