El respeto que nos debemos entre españoles
Hemos dejado de respetarnos, amparados en una libertad de expresión que no nos excusa de nuestra falta de educación y/o consideración por los demás.
A vueltas con la sostenibilidad, se me ha ocurrido consultar el diccionario de la Real Academia de la Lengua e interpretar libremente su segunda acepción como ‘lo que se puede mantener durante largo tiempo sin agotar los recursos o causar grave daño al entorno’. En términos de convivencia social entiendo que vendría a ser algo así como: dejémonos de chorradas y busquemos una fórmula de convivencia donde todos tengamos sitio durante muchos años. Y, sí, he dicho todos y no lo-que-unos-pocos-piensan, sino todos. Todos y cada uno de los españoles.
Puede que alguno de vosotros ya lo haya advertido hace tiempo y no se sorprenda cuando digo que nos perdemos el respeto a nosotros mismos en el momento en que despreciamos la voluntad de los demás. ¡Oh, qué obviedad! pensará alguno. Pues no, no es tan obvio; queremos y hasta exigimos respeto cuando tenemos una tendencia o deriva natural (visceral en ocasiones) a descalificar a los demás porque no piensan exactamente igual que nosotros y/o no nos dan la razón de forma sistemática. Eso es no respetar.
Todos tenemos derecho a pensar de una forma determinada y a discrepar, por supuesto, de otros que tienen pensamientos, querencias o creencias distintas. ¿Acaso no van de eso las máximas democráticas de libertad de expresión y el respeto a las personas? Pero esos dos términos ‘expresión’ y ‘respeto’ implican manifestaciones consideradas -si no educadas- y razonadas; es decir: contrarrestar una opinión con otra, siendo ambas tan válidas en la convivencia social. Justo lo contrario de lo que vomitan en Twitter unos pocos, necesitados de un retrete virtual.
Ahora, el derecho a discrepar pasa por la educación. Y la educación no es cuestión de renta, no en 2019; dejémonos de la lucha de clases del siglo XIX. Consiste en tratar al resto de personas de la misma forma en que nos gustaría que nos trataran. Y dejadme que lo lleve a distintos escenarios para que todos nos entendamos.
En diciembre de 2009 el Real Madrid se enfrentó al Valencia en Mestalla e Iker Casillas, un deportista y una persona que se ha ganado el respeto de medio mundo por su profesionalidad y su calidad humana, tras soportar una lluvia de insultos durante el calentamiento, se acercó a la grada y miró a un niño para decirle: “Lo que tienes que hacer tú es tener más educación, que tienes diez años”. Y se armó la de Dios. Aunque las cámaras estuvieron ahí para mostrar -a quien quisiera verlo- lo que ocurrió, ríos de tinta corrieron poniéndole a parir.
Y la discusión versó no sobre el patético, deleznable y perverso comportamiento del padre (que azuzaba a su nene), sino sobre el rico futbolista que se permitía dar lecciones a un niño. ¿En serio? Pues sí. Bastaba con ser seguidor del Valencia o de cualquier otro equipo de La Liga para criticar e insultar. Lo recuerdo como si fuera ayer porque yo -fan de su eterno rival- defendí y aplaudí a Casillas por dar a ese chaval la lección que el cabestro de su padre, en su oprobioso odio, olvidó.
No es una anécdota, tristemente. Hay quienes sostienen que a los árbitros se les puede insultar ‘porque para eso cobran’. Y la persona educada de lunes a viernes se convierte en un energúmeno el fin de semana y se deja llevar por el odio y sus frustraciones personales, y arremete contra quien le viene en gana. Eso no es deporte, eso no es afición. Eso no es respeto. Habría que preguntarse si a ese ciudadano le gustaría que le tratase así su jefe, su vecino, sus compañeros del mus, el estanquero o el conductor del autobús… Me da que no.
Luego vemos ese odio en categorías infantiles, cadetes y juveniles de distintos deportes, pero como allí no hay policía para parar los pies a la chusma rabiosa que pasa del insulto a los golpes, pues la cosa termina bastante peor. Y me gustaría saber si esos padres y madres, que no contentos con explotar todo su vocabulario de improperios, pasan a la agresión física, piensan que el resto de la sociedad les debemos respeto en su vida social, familiar y profesional… Vaya, resulta que a lo mejor el respeto hay que ganárselo con los actos.
Vayamos ahora a un hospital o las escuelas e institutos. En 2018, de acuerdo con Central Sindical Independiente y de Funcionarios (CSIF), las agresiones a profesores (64% mujeres, ojo) se incrementaron de forma más que notable, perpetradas fundamentalmente por familiares de los alumnos, que fueron del maltrato verbal a agresión física. Pero es que entrar en un centro médico en España y ver un cartel que pide no agredir al personal nos retrotrae al medievo, por no decir que más que vergüenza da ganas de llorar. Según la Organización Médica Colegial (OMC), en 2018 se registraron casi 500 casos de violencia (59% mujeres, ojo), que fueron de la intimidación hasta las lesiones físicas.
Y antes de entrar en la política, detengámonos un momento en la religión. Si nuestra Constitución reconoce y protege el derecho de cada individuo a profesar el credo de su elección, ¿por qué determinados colectivos se dedican a denigrar y ofender a la mayoría católica de este país (y lo dice un ateo)? Y no me voy a recrear en ello, que para eso está la hemeroteca. Ahora, es cuando menos curioso que los ataques de esos ‘librepensadores’ que organizan tales actos jamás tienen como diana al islamismo o a otras creencias. Muy curioso.
Hablaría del ‘mundo de la cultura’ (que en España parece reducirse al cine), pero los pocos precedentes que tenemos documentados son tan vergonzantes, que dan ganas de pasar de puntillas. Guillermo Toledo, procesado por delitos de odio religioso y, más recientemente, Javier Bardem llamando ‘estúpido’ a quien le pareció en la Cumbre del Cambio Climático. Chicos: ¿dónde está la equidad aquí? ¿O sólo tenemos consideración con quien comulga con lo que cada cual piensa? Eso tampoco es respeto.
Entramos en el terreno de la política y nos encontramos con la falta de respeto en su máxima expresión. Tu voto vale y debo respetarlo, pero si yo me decido por otra opción, inmediatamente queda invalidado (moralmente, claro) porque he optado por una alternativa distinta. ¡Perdón! ¿Qué me he perdido? ¿La democracia no iba de mi posibilidad de optar entre muchas opciones distintas? Ahora, si es como en Cuba, no pasa nada: voto a lo que me digan…
No. En España no es así. Mi voto vale y es legítimo, pero el tuyo no si optas por otra opción ¿…? Nos consideramos una democracia moderna y ejemplar, pero algunos sólo tienen interés por revolver entre las cenizas del pasado para que los votantes del presente votemos en función de los odios, desmanes y atrocidades de los dos bandos que rompieron España ¡hace 80 años! ¿Qué español desea una ‘balcanización’ y que los 150 años que llevan odiándose históricamente los yugoslavos se perpetúe en nuestro país? ¿Quién?
La sostenibilidad de la que nadie habla tiene que ver con nosotros: con las personas. Con cómo nos tratamos y respetamos. Y me pregunto: ¿qué sentido tiene salvar el planeta si entre nosotros prima la desidia, el desafecto, el odio y el egoísmo, y anteponemos lo que nos diferencia a lo que nos acerca?