El intento de Trump de robar las elecciones es cómico y estúpido, pero muy peligroso
Esta narrativa está calando hondo en el Partido Republicano y probablemente moldeará la política estadounidense en los años venideros. Y eso sí que no es gracioso.
Es frecuente ver al todavía presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, implicado en escándalos tan estúpidos como cómicos. Por eso no es ninguna sorpresa que siga basándose en argumentos racistas y estúpidos para asegurar que le han robado unas elecciones que ha perdido por 82 escaños y 5,8 millones de votos.
Para empezar, Trump dejó claro con antelación todo lo que planeaba hacer si perdía, igual que el típico villano de cine explicando su maléfico plan. Estaba claro que si perdía, iba a declarar ilegítimos los votos por correo y entorpecer la certificación de los resultados. El objetivo: conseguir que los estados gobernados por republicanos le dieran sus escaños. Legal o no, le dio igual.
Una a una, todas las demandas que ha presentado Trump han sido desestimadas y, para su vergüenza, los propios abogados de Trump aseguran que no tienen pruebas de fraude. Los propios políticos estatales de su partido ya han afirmado que no van a darle los escaños a Trump y los principales bufetes de abogados se han negado a representarle en su intento de debilitar la democracia. Por este motivo, el exalcalde de Nueva York, Rudy Giuliani, tuvo que dejarlo todo para convertirse en su abogado personal.
Giuliani, aparte de repetir las mentiras de Trump como un títere y de mostrar una evidente incapacidad para entender las prácticas legales más básicas, tampoco conoce el significado de “opaco”.
“No estoy seguro de lo que significa opaco. Probablemente significa que deja ver”.
“Significa que no deja ver”, le corrigió el magistrado Matthew Brann.
Resulta muy sencillo reírse de un exalcalde que se ha dejado engañar para aparecer ridiculizado con una mano en los calzoncillos en la última película de Borat.
Pero solo porque este señor sea increíblemente bobo y no tenga ninguna posibilidad de anular la victoria de Biden no significa que no sea muy peligroso, porque entre Trump y él planean deslegitimar y anular los votos en distritos de población mayoritariamente negra.
Está debilitando la fe en la democracia y podría poner en marcha restricciones que dañarían de forma desproporcionada el voto de la población negra en futuras elecciones.
La sorpresa y la incredulidad son el primer paso del duelo tras una pérdida, pero nunca antes un presidente de Estados Unidos había contribuido a transmitir a sus seguidores la falsa impresión de que les han robado y ningún presidente anterior se había negado a garantizar una transición pacífica en más de dos siglos.
Trump se ha saltado esta tradición, que constituye la base de la democracia estadounidense, con el único afán de retener el poder con el apoyo de sus medios de comunicación y sus campañas de desinformación.
Al igual que todo lo que ha hecho Trump como presidente, su intención no es triunfar de verdad. Es decir, no busca ganar en los tribunales, sino conseguir que los medios y las redes le apoyen para que la gente crea que ha perdido por fraude y no quedar como un perdedor.
Por ahora, el plan le está saliendo bien. La mayoría de los republicanos piensan que las elecciones estaban amañadas contra Trump. (Falso). Y casi todos los políticos republicanos han apoyado las teorías de Trump o se han negado a llamar presidente electo a Biden.
El motivo se debe a la propia naturaleza del partido republicano, que actualmente es una concha hueca rellena por el movimiento conservador en constante mutación.
Este movimiento conservador, que nació en 1964 con la campaña presidencial de Barry Goldwater y llegó al poder con Ronald Reagan en 1980, es abiertamente el antagonista de los republicanos corrientes y se opone a toda colaboración con su enemigo natural: los demócratas.
Para apaciguar a este movimiento y evitar su boicot, los políticos republicanos deben prestar una estricta atención a la facción de extrema derecha de su partido y adaptarse a su estilo de gobierno neopersonalista. Y eso implica apoyar políticas de extrema derecha y mostrar fidelidad a Trump y a su familia.
En 2020, la presión de este movimiento conservador les obliga a apoyar las afirmaciones de Trump sobre el supuesto fraude electoral o, como mínimo, a no reconocer públicamente que sus argumentos son absurdos. Y el hecho de que los políticos republicanos tengan que apoyar esta narrativa hace peligrar la transición pacífica sin la que no existiría la democracia estadounidense.
El mensaje ha calado hasta la política más local. El martes, dos políticos republicanos del condado de Wayne (Michigan) votaron en contra de certificar la veracidad de los resultados electorales del condado. Solamente seguían las órdenes de Trump para evitar la certificación de los resultados en los estados clave con el fin de que los políticos estatales republicanos no tuvieran más remedio que darle los escaños.
Uno de los dos mencionados políticos, Monica Palmer, aceptó certificar los votos de los suburbios blancos de Wayne, pero no los de Detroit, con una población compuesta en un 80% por personas negras. Sin embargo, después de tres horas recibiendo quejas por esta decisión racista, tanto ella como su compañero de mesa accedieron a certificar todos los resultados.
Antes de eso, Trump los calificó de héroes por intentar anular los votos de la población negra.
En Philadelphia (Pensilvania), donde hay un 40% de población negra, Trump puso una demanda (y perdió) para detener la certificación de votos. En Milwaukee y Dane (Wisconsin), donde también asegura que se ha producido fraude electoral, está buscando un segundo recuento parcial. Cabe destacar que estos dos condados continen el 74% de la población negra del estado. En Georgia, la senadora republicana Lindsey Graham pidió al Secretario de Estado, Brad Raffensperger, que encontrara la forma de anular todos los votos por correo en los condados con mayor tasa de firmas no coincidentes, aunque ella lo niega. Además, los estudios demuestran que los votantes negros son los más castigados, de forma desproporcionada, por las firmas no coincidentes en los votos por correo.
Todos estos esfuerzos han fracasado, pero son un terrible recordatorio de los esfuerzos del pasado por impedir el voto negro.
Los republicanos, siguiendo el ejemplo de Trump, están pidiendo que se vuelvan a contar todos los “votos legales”. Estas dos palabras fueron especialmente utilizadas en dos momentos históricos, según el Philadelphia Inquirer: de 1810 a 1838, cuando los afroamericanos perdieron el derecho a votar, y a raíz del Compromiso de 1877, cuando la población negra perdió la protección de las autoridades y se popularizó la doctrina de “iguales pero separados”.
Que todo este espectáculo mediático es ridículo está claro, pero esta narrativa está calando hondo en el Partido Republicano y probablemente moldeará la política estadounidense en los años venideros. Y eso sí que no es gracioso.
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Este artículo fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.