El fanfarrón orgullo reaccionario
El patriotismo de una pulsera con la bandera española es más sencillo y cómodo que el patriotismo de la soberanía energética.
Es curioso esto: las redes sociales, convertidas en tantas ocasiones en antisociales y portadoras de bulos y odios sarracenos, están llenándose de gente que abomina de ‘los progres’ y que denigran el ‘progresismo’. Tal cual. Acusan a ‘los progresistas’, así en general, de querer imponer una nueva moral, un nuevo estilo de vida, unos nuevos derechos, unas nueva obligaciones y esa “funesta manía” de poner impuestos.
Por supuesto no ocultan su antisocialismo ni la visceralidad de su pensamiento en blanco y negro. De ambos extremos están muy orgullosos. En nombre de la patria claman enfurecidos contra las nuevas tendencias en un bucle que se realimenta. Así, si partidos de la izquierda o sin serlo que se proclaman liberales progresistas, defienden el imparable movimiento por la igualdad de las mujeres, eso es pecado mortal, pero de los muy gordos. Sin entrar en matices, porque eso de los matices, como decía un anónimo sevillano, “son mariconadas, y punto”.
Si la izquierda está de acuerdo con la lucha contra el cambio climático acelerado por la mano del hombre, o mejor, por las chimeneas y los tubos de escape, ellos se sitúan netamente en contra. Y dos huevos duros. Para desacreditar este hecho –que ya no es solo una tesis– la moda es proclamar que la oposición al calentamiento global genera un gran negocio ‘verde’. Criticar el negocio verde implica, mutatis mutandis, que se defiende el ‘negocio negro’. Cosa rara es que los científicos no aconsejen que se sustituyan los tradicionales vapores de eucaliptos contra el catarro, ya se sabe, las hojas colocadas en una bañera con agua caliente, y la cabeza tapada con una toalla, por el CO2 de los coches, o el Vicks Vaporub por friegas en el pecho congestionado de crudo de la mejor calidad salidos de los pozos de Texas.
“Detrás de todo esto está Soros”, dicen algunos que piden que ‘rule’ su ocurrencia, pues Soros es el epicentro de las teorías conspiratorias universales de la extrema derecha, que le tiene fundada ojeriza. El magnate y filántropo americano de origen húngaro es enemigo militante de los populismos autoritarios. Estos predicadores de la hecatombe provocada por el ecologismo, orquestado por la famosa conjura judeo marxista masónica internacional que Franco denunciara hasta sus penúltimos suspiros, ya con respiración asistida desde el balcón del Palacio de Oriente, no se para en ‘minucias’ verdaderamente patrióticas.
El patriotismo de una pulsera con la bandera española es más sencillo y cómodo que el patriotismo de la soberanía energética, algo que ya defendían las Fuerzas Armadas desde finales de los años 70, al menos. Ni España, ni Canarias, podían depender solamente del suministro de petróleo y gas. Tenían que desarrollar las alternativas sostenibles que son permanentes (viento, sol, mar, geotermia…) para ganar independencia en el suministro y para no estar al albur de los precios del mercado por su impacto demoledor para la economía.
Con motivo de la cumbre de Madrid todo tipo de instrumentos (desde los bulos más rudimentarios a los memes más infantiloides y retrasados) han valido para denunciar los efectos del ‘alarmismo’. Sin negar el calentamiento global, respaldado por miles de científicos y cientos de gobiernos, muchos de los cuales no son nada sospechosos de izquierdismo ni de progresismo, ponen el acento en las consecuencias de la denuncia ‘sensacionalista’. Por lo visto cuando alguien se está ahogando no debe gritar “¡SOCORRO, SOCORRO, SOCORRO, AUXILIO FOR FAVOR!”. Lo tiene que decir una sola vez y bajito, para no alarmar.
“Son la peste estos rojos, lo peor”, dicen unos que intervienen en medio de los ‘reenviados’ al peso para que se viralice esta mala nueva. Miles de puestos de trabajo, argumentan, se van a perder por el alarmismo “del Doctor Sánchez” sobre el gasoil. Obviando, por supuesto, el ‘pequeño’ detalle de que la Comisión Europea ya maneja una fecha indicativa en la que los vehículos tienen que abandonar los combustibles: 2050.
Hay más evidencias de que el progreso sostenible avanza a pesar del conocido síndrome de ser más papista que el papa: casi todas las marcas automovilísticas están en plena competición por presentar una variada gama de combinaciones verdes. Desde los totalmente eléctricos, a los híbridos con mínimo consumo, o con combustibles de origen vegetal… con investigaciones que exploran hasta soluciones solares.
La COP 25, que el presidente en funciones Sánchez consiguió para Madrid, ante la imposibilidad de Chile de asumir su compromiso con la ONU, ha demostrado, además, que las grandes empresas energéticas han cambiado su postura hacia la desenfadada colaboración y entrega a la causa. La prensa mundial, y la española, publica anuncios a toda plana de las grandes compañías eléctricas y petrolíferas ofreciendo una enorme panoplia de alternativas ecológicas.
Ciertamente, el negocio energético se está diversificando. Incluso los molinos de viento que conquistan lomas y mares han dado nuevas expectativas a los astilleros de Navantia en Ferrol, que ahora se han especializado también en construir las bases, pintadas de color amarillo chillón, de los enormes aerogeneradores ‘plantados’ en el litoral nórdico europeo.
Hay más vasos comunicantes en esta etapa de transición: la erradicación de las bolsas de plástico ha provocado el aumento de los cartonajes y del papel de envolver con la derivada de que hay una mayor demanda de celulosa… y la plantación de árboles y el negocio ‘verde’ de la agricultura forestal también, en todo el norte peninsular.
Naturalmente, la jovencísima activista sueca Greta Thumberg es el objetivo preferido de las críticas de los furibundos negacionistas, no sé si por ser mujer, por el mensaje, o por ser Asperger. “Su familia hace dinero con su activismo”, proclaman. ¿Y qué? También los médicos cobran por curar, y los ecologistas por ecologizar, y los curas por rezar, y los científicos por sus patentes, y los novelistas por sus novelas, y los músicos por su música… etc.
Es cierto que el ecologismo no lo ha inventado esta adolescente sueca, que un día decidió, impactada por lo que vio y oyó en una manifestación ante el Parlamento de Suecia, que su misión en la vida iba a ser la de convencer al mundo de que había que cuidar la Tierra y frenar el calentamiento global.
Peo antes que ella, por ejemplo, fue Al Gore, periodista y vicepresidente USA con Bill Clinton y Premio Nobel de la Paz por su activismo medioambiental. Su libro La Tierra en juego, publicado por primera vez en 1992 (en España por Planeta) es una referencia imprescindible para documentarse y entender (para poder hablar con cierto fundamento) la situación actual.
Pero Greta cumple un papel: entrar en la juventud, y ayudar a su movilización.
También los británicos se reían de Gandhi cuando el Mahatma llegó al frío Londres en 1931, semidesnudo, con su túnica blanca recogida por las rodillas, su vegetarianismo y sus frases… que ya forman parte del disco duro de la humanidad no violenta. Consiguió la independencia de la India; le dobló el espinazo al Imperio Británico..
Estas controversias planteadas entre progresistas y retrógrados (o reaccionarios) son las sucesoras de todas las luchas históricas entre progresistas y retrógados (o reaccionarios), como las de la sufragistas, que exigían el voto para las mujeres, y lo consiguieron; como las de los abolicionistas de la esclavitud; como las de los que lucharon por los derechos del niño; como la lucha por los derechos humanos… o en otro plano, la lucha por las distintas fases de las revoluciones industriales. El paso de la artesanía a la industria, o el del carbón al petróleo también fue traumático. Y hasta la aparición del Tergal a finales de los 60 del siglo XX.
Copérnico y Galileo fueron en esencia progresistas, y los papas, reaccionarios. Y a pesar del don de la infalibilidad y el peso de la soberbia han tenido que reconocer que Dios estaba con los progresistas que sostenían hasta la muerte que la Tierra giraba alrededor del Sol y no era el centro del Universo.
Al Gore pone un ejemplo en El ataque contra la razón ( Debate, 2007) que refleja perfectamente esta cuestión. Dice que cuando nuestros antepasados se juntaron en la sabana africana hace tres millones de años y las hojas que había a su lado, supongo que unos matorrales, se movieron, “aquellos que no lo observaron no llegaron a ser nuestros antepasados”.
Los leones se los habían zampado, claro.