El 15-M y los que vienen

El 15-M y los que vienen

Si cuidamos su memoria, el 15-M será para siempre en la historia de España un hito de transformación y de maduración de nuestra democracia.

Un manifestante con una pancarta que dice "Feliz cumpleaños 15-M" en el sexto aniversario. Marcos del Mazo via Getty Images

Hace 10 años del 15M. Ha transcurrido toda una década en la que han sucedido tantas cosas a las que hemos puesto el apelativo de “histórico” —parece que ahora cualquier cosa lo es— que es difícil entender cómo todo esto ha sido posible sin tener en cuenta aquel momento excepcional. Es imposible entender los acontecimientos que han tenido lugar en España sin explicar lo que sucedió en aquellas plazas abarrotadas, en aquella ruptura del sentido común que se convirtió en un terremoto de indignación. Y, sin embargo, ha sucedido ya que la gente más joven de nuestro país, la generación Z, apenas tiene un recuerdo directo de aquel momento, mucho menos del clima que se respiraba con anterioridad al ciclo de cambio que abrió el 15-M —lo cual sin duda nos recuerda a quienes éramos tan jóvenes entonces que ya no lo somos tanto—.

Hablando con Clara, una compañera que cumple ahora 19 años, me decía que recuerda las imágenes en televisión y la convulsión que hubo aquellos días, pero que lo que conoce de aquel movimiento es lo que le habían contado personas bastante mayores que ella. El significado de los momentos decisivos no tiene que ver solo con lo que sucedió realmente en ese determinado momento sino con los relatos míticos que hacemos de ellos.

Mi generación no vivió la Transición. Pero el relato que construyó el mito de la Transición, para muchas generaciones posteriores, se consolidó mucho más con el famoso documental de Victoria Prego que por las disquisiciones sesudas entre historiadores o incluso por las vivencias personales de quienes sí estaban ahí. En ese sentido, para los millennial, aquella generación a la que llamaban ni-nis, y a la que nosotros llamamos sin futuro, para quienes protagonizamos una parte importante del movimiento, fue decisivo, no solamente no haber podido votar la Constitución del 78, sino, además, ser la primera generación que no vio ese gran relato en forma de documental sobre la Transición en el momento en el que se emitió en TVE (en mi caso tenía cuatro años).

Por eso es tan sumamente importante la memoria que seamos capaces de proyectar de lo que ocurrió hace 10 años en las plazas de nuestro país. Precisamente por eso también, hoy hay una gran cantidad de opinadores y tertulianos instalando el relato de que aquello fue un efecto pasajero, sin más consecuencia real que el de cambiar —eso es completamente innegable— el sistema de partidos, para que todo siguiera sin embargo igual.

Es cierto que muchas de las demandas del 15-M no se han cumplido, es cierto que los jóvenes siguen sufriendo una situación crítica marcada por el paro, la precariedad y la falta de oportunidades. Es cierto que nuestra democracia sigue teniendo importantes carencias y que volvemos a atravesar una grave desafección política. Cada generación se topa con sus propios límites, con sus aciertos y con sus errores, con sus éxitos y sus fracasos. Pero eso no significa que el camino haya sido en balde.

El 15-M permitió conectar con la vida política y democrática de nuestro país a mucha gente que se sentía al margen del sistema político

Por el contrario, el 15-M permitió conectar con la vida política y democrática de nuestro país a mucha gente que sencillamente se sentía al margen del sistema político. También permitió elevar los umbrales de ética y exigencia de limpieza en las instituciones, terminando en gran parte con un clima de impunidad ante la corrupción que había normalizado que los maletines llenos de dinero circularan entre las sedes de los partidos y las constructoras. Una prueba de lo profundo de esta última transformación es que casi ni siquiera podemos representarnos ya hasta qué punto los políticos se sentían libres para delinquir sin consecuencias.

El 15-M hizo posible también un cambio de sentido común que puso en el centro los derechos, los servicios públicos y las instituciones comunes en un momento en el que se estaban efectuando recortes sin precedentes como resultado de las políticas de austeridad. Por eso, Juventud Sin Futuro —el colectivo del que yo formaba parte entonces— desplegó aquella pancarta en Sol que decía “No son rescates, son chantajes. Esta crisis no la pagamos”, porque el 15-M permitió poner negro sobre blanco que la salida que se estaba ofreciendo a la crisis también desde Europa suponía hacer saltar por los aires unos derechos sociales que están a la base misma de la condición de ciudadanía.

  Manifestación de Juventud Sin Futuro, celebrada el 7 de abril de 2011.DOMINIQUE FAGET via Getty Images

El 15-M permitió también revisar todas nuestras categorías políticas, desplazando el eje tradicional izquierda derecha, por el de arriba y abajo. Precisamente ahora, en un momento en el que parece que hemos vuelto al marco anterior, quizás es el momento de recordar esa enseñanza: que la cosa sigue siendo sobre todo una gran disputa entre el 99% y el 1%.

Quizás es el momento de recordar esa enseñanza: que la cosa sigue siendo sobre todo una gran disputa entre el 99% y el 1%

El 15-M, si cuidamos su memoria, será para siempre en la historia de España un hito de transformación y de maduración de nuestra democracia. Un momento en el que nos permitimos apuntar lo más alto que podíamos hacia un país mejor. Y donde fijamos un listón hacia el que caminar. No hemos llegado tan lejos como nos hubiera gustado y otros grandes desafíos se han sumado.

Tras el ciclo de protestas del 15-M vinieron grandes luchas como la irrupción de la ola feminista del 8-M o el reciente grito de los jóvenes contra el cambio climático con Fridays for future. Pero la política es siempre un negocio inacabado. Una verdadera democracia lo es precisamente por no estar nunca completa. Por no ser nunca del todo satisfactoria. Al final, andar ese camino trabajoso, lleno de pequeñas victorias que mejoran pequeñas cosas y lleno también de sinsabores, es precisamente en lo que consiste.

Vendrán otras sacudidas y quienes hoy sienten el 15-M como algo casi prehistórico que otros les contaron tendrán que ser los que cojan las riendas. Se dice muy a menudo que el 15-M pecó de adanista, y probablemente sea verdad. Pero los que vengan probablemente también tendrán que serlo, para poder hacer su propio camino. En cualquier caso, lo que construyan lo harán sobre lo que dejamos sembrado hace hoy diez años, como nosotros lo hicimos sobre lo que nos legaron nuestros padres y madres. Y será otra gran oportunidad para transformar nuestro país mirando al futuro sin miedo.

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Eduardo Fernández Rubiño es diputado de Más Madrid en la Asamblea de Madrid y senador por designación autonómica.