Dinero fácil y trampa de deuda
Recientemente, el nuevo primer ministro malasio, Mahathir Mohamad, de 93 años, visitó China para renegociar algunos acuerdos financieros que pesan ya como una losa sobre la economía del país. Más allá de la implicación concreta de bancos chinos en escándalos de corrupción, que la propia justicia malasia deberá dilucidar, la revisión a la baja de los proyectos chinos tanto en el sector inmobiliario como en el ámbito de la infraestructura constituye un imperativo para el saneamiento de sus cuentas públicas. Malasia se replantea la viabilidad de la construcción de oleoductos y un proyecto ferroviario a lo largo de la costa este de la península y otro que une Kuala Lumpur y Singapur, todos por cuenta de empresas públicas chinas. A los negocios poco claros de Beijing se atribuye parcialmente la derrota de Najib Rayak en las elecciones del pasado 9 de mayo.
No es un caso único. En Sri Lanka, desde la construcción del puerto de Hambantota al aeropuerto internacional, un estadio de cricket o una autopista y otras inversiones han contribuido a que la deuda pública en divisas aumentara en 30.000 millones de dólares, de los cuales, una quinta parte proviene de China. Ante la imposibilidad de afrontar los pagos, el puerto y 6.000 hectáreas se han cedido a una sociedad bajo control mayoritario de China para construir una zona industrial. A nadie escapa que el interés del territorio es de gran valor estratégico.
En Myanmar también se plantea la revisión del proyecto de construcción de un puerto de contenedores enmarcado en la Iniciativa de la Franja y la Ruta, que iría acompañado de una nueva ciudad y una zona industrial el amparo de una sociedad con participación mayoritaria china.
En Pakistán, el corredor económico que parte de Xinjiang es una prioridad máxima para China. Beijing contempla no solo puertos como el de Gwadar sino centrales eléctricas, autopistas, o zonas económicas especiales, representando millones de dólares en inversión.
De Asia a África y América Latina o el Pacífico
Un segundo frente de no menor ambición es África. En diciembre de 2015, el presidente Xi Jinping anunció que China proporcionaría préstamos y asistencia financiera a África por un valor cercano a los 60.000 millones para infraestructuras, agricultura y lucha contra la pobreza. En sus inversiones africanas, China pasó de los 7.000 millones en 2008 a 26.000 millones dólares en 2013. La inversión y financiación total de China en África ya supera los 100.000 millones de dólares.
El papel de la deuda china planeó sobre la cumbre del Foro de Cooperación con África, que tuvo lugar en Beijing los días 3 y 4 de septiembre. Desde que se creó el Fondo de Cooperación China-África en 2000, el comercio bilateral aumentó hasta los 170.000 millones de dólares en 2017. La política de préstamos fáciles para energía o infraestructura aumentaron de 3.000 millones de dólares en 2016 a 8.800 millones en 2017. Ahora, Xi ha prometido otros 60.000 millones de dólares.
Los bancos chinos también han proporcionado más de 150.000 millones de dólares a la región latinoamericana desde 2005. Solo en Venezuela, sus préstamos suman más de 60.000 millones de dólares, la mitad del total de la deuda de Caracas. El aumento de las reticencias chinas ante la grave situación venezolana explica el próximo viaje del presidente Maduro a China, previsto para finales de septiembre.
No pocos califican este tipo de ayuda de neocolonial por la fórmula elegida de permuta de asistencia a cambio de recursos naturales que son utilizados como garantía. La práctica de otorgar créditos para financiar infraestructuras que las propias empresas chinas construyen le permite a Beijing obtener importantes beneficios que van más allá de lo estrictamente económico, incluyendo la creación de nuevos mercados para los productos chinos con apenas transferencia tecnológica.
La política de "dinero fácil" para grandes proyectos está inseparablemente ligada a la Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR), con sus versiones terrestre y marítima, y le asegura un incremento exponencial de su influencia estratégica. Es posible que China sea el nuevo banco del mundo, con el Nuevo Banco de Desarrollo (de los BRICS) y el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras, y con su banca pública a la cabeza de las grandes financieras mundiales. Los proyectos asociados a la IFR le darán acceso a valiosos puertos desde el Mar de China meridional hasta la costa oriental de África. La base de Yibuti, en el punto de encuentro del Océano Indico y el Mar Rojo, rubrica el avance de sus ambiciones.
Controversia
Si bien China facilita con su política la solución de viejos problemas en las economías de los países en los que invierte, tampoco parece dar puntada sin hilo. Sus créditos incrementan la deuda externa y sus desembarcos agravan los déficits comerciales. La espiral puede derivar en la necesidad de solicitar nuevos créditos para salir de la crisis de deuda que China puede atender estableciendo pagos en especie de diverso tipo e introduciendo el yuan a mayor escala. Pero que sea EE UU o el Fondo Monetario Internacional quienes den la voz de alarma no deja de resultar paradójico, a la vista de una trayectoria bien conocida de Occidente y los organismos financieros mundiales bajo su control. Que acusen a China de endeudar o desindustrializar produce sonrojo y evidencia, sobre todo, un inusitado temor a perder el monopolio del expolio.
Hasta el propio ex secretario de Estado Tillerson alertó en alguna ocasión sobre el agobio que supone la deuda china para muchos países africanos que "se han vuelto demasiado dependientes del gigante asiático". Pero no es complicado detectar en sus palabras un serio temor a la merma de su influencia y de la férrea hegemonía occidental. ¿Desde cuándo le preocupa a EE UU la pérdida de soberanía de estos países?
Las opciones de inversión china en el exterior son una alternativa para el exceso de capacidad de su industria interna, pero también generan críticas en el propio país por desatender necesidades apremiantes de la propia China, con una considerable agenda de asuntos pendientes.
El creciente papel dominante de China en las economías de los cinco continentes desata el temor a nuevas formas de control. Bien es verdad que problemas señalados hace algunos años como el excesivo nivel de empleo chino, contaminación ambiental, discriminación racial, etc., que dieron lugar a ataques a sus empresas, han pasado a segundo plano, aunque no se han disipado del todo.
El modelo de "dinero fácil" de China brinda nuevas oportunidades y provee de más opciones de las previamente existentes pero tiene sus riesgos también para China, entre ellos el impago y la movilización de sus competidores. El primer ministro de Tonga, Akalisi Pohiva, ha pedido a Beijing que cancele las deudas de los países insulares del Pacífico. Tonga ha acumulado deudas con China estimadas en más de 100 millones de dólares. Por su parte, Australia y Nueva Zelanda aumentan su ayuda para contrarrestar la creciente presencia de China en la región aunque difícilmente llegarán a su altura. En cualquier caso, que todo ello derive o no en trampa dependerá en buena medida de la responsabilidad de los dirigentes de los países afectados.
La idea china es que la inversión en infraestructura –más que el comercio- asegura la aceleración del crecimiento. Esa carencia es uno de los mayores obstáculos para el avance de muchos países en desarrollo y Occidente se ha preocupado muy poco de solventar dicha tara. La política actual de inversiones puede trastocar dicho dato y sugerir un nuevo papel de China en la modernización e industrialización de ciertos países que podrían a la postre convertirse en apetitosos mercados para sus productos.