Crisis España-Argelia: cómo hemos llegado hasta aquí
Las relaciones bilaterales se habían resentido por el giro español en el conflicto del Sáhara, en un momento de espadas en alto entre Argel y Rabat.
La gota que colmó el vaso cayó ayer en el Congreso de los Diputados. Pedro Sánchez, con el único apoyo de su grupo socialista, exponía en la Cámara su giro histórico —aunque niega que sea tal— sobre el conflicto saharaui, al entender que la propuesta marroquí de autonomía es la más “seria, realista y creíble” para acabar con el conflicto. Desde Argel esperaban sus palabras con ansia. Buscaban argumentos, explicaciones, un guiño para ellos. No hubo nada. Sánchez ni nombró a Argelia en su discurso, se lo dejó a su portavoz, Héctor Gómez, quien apenas señaló que había una “relación estrecha”, y “extraordinaria” con el país norteafricano. Así que Argelia, que llevaba semanas rumiando qué hacer, dio el puñetazo sobre la mesa.
Anoche, Argelia pasaba de las palabras a los hechos y paralizaba con efecto “inmediato” el Tratado de Amistad, Buena Vecindad y Cooperación con España, poniendo así fin a casi dos décadas de refuerzo en la cooperación bilateral. Culpa de la ruptura al presidente Sánchez, no al pueblo español, con el que defiende que tiene unas magníficas y hondas relaciones. Pero hay actitudes que no entiende, dice. Y rozando la medianoche, la banca argelina anunciaba la congelación de las operaciones de comercio exterior con España. El Gobierno ya estudia una posible denuncia a Argelia ante la Unión Europea por este movimiento.
Hay que volver atrás en el tiempo para entender lo ocurrido. Argelia manifestó su “enorme sorpresa” en marzo, cuando de forma sorprendente Madrid inclinó el tablero en un conflicto en el que está presente como potencia administradora del Sáhara Occidental, colonia hasta 1975, que es. En vez de defender las resoluciones de Naciones Unidas, que incluyen un refrendo para que los saharauis elijan su futuro, Sánchez apoyó el plan de Rabat, alejando así la iniciativa de autodeterminación del Sáhara Occidental. Argelia llamó a consultas a su embajador en Madrid “con efecto inmediato” horas después de que esta fuera anunciado inicialmente por el gabinete real marroquí, país rival de Argelia en la región.
Desde entonces, en realidad, los contactos entre los dos países estaban interrumpidos. “No hay visitas ministeriales ni tampoco los ministros se hablan por teléfono porque los argelinos se niegan a ello”, explica Ignacio Cembrero, el periodista que posiblemente mejor conoce el terreno.
El presidente, Abdelmadjid Tebboune, declaró entonces que con el nuevo giro de España “el jefe de Gobierno —Sánchez— lo rompió todo”. En una entrevista que dolió aquí, recordó que la responsabilidad española “perdura en el Sáhara Occidental ante la legalidad internacional”. Y esa responsabilidad va con él y su país, también, porque Argelia es también el principal aliado del Frente Polisario, que acoge en su territorio los campamentos de refugiados saharauis y es quien da cobijo a este pueblo perseguido. En noviembre de 2020 se rompió el alto el fuego pactado en 1991 entre los saharauis y Rabat y Argelia siempre ha estado, también en este paso, con sus vecinos refugiados.
Tras la retirada del embajador, los dos países dejaron de ser socios estratégicos en materia de gas, en un momento clave, en plena crisis de Ucrania, con Europa buscando otros mercados para no depender tanto de Vladimir Putin, un escenario en el que Argelia tiene mucho que decir. Mientras se alejaba de España, Argelia se iba acercando a países como Italia, con la pérdida de influencia que eso conlleva para nuestro país.
En estos momentos, Argelia aporta el 40% del gas español a través del gaseoducto Medgaz, que entra por Almería. Ya en abril, advirtió que iba a revisar los precios de su cliente español, al tiempo que mantendrá la misma tarifa para el resto de países. Con esa decisión se abrió un debate no tocado durante años y se elevaron las voces de varios expertos que reclamaban que, de paso, se revisaran los contratos gasísticos con España, ya que la empresa estatal de hidrocarburos, Sonatrach, lleva más de una década sin negociarlos.
La pelea con Rabat como fondo
Hay que reparar en las terribles relaciones de base de Argel y Rabat para entender el paso dado ayer. En agosto de 2021, Argelia rompió relaciones con su vecino y rival. Dos fueron los motivos: que Marruecos había intensificado sus maniobras internacionales para eliminar de cuajo cualquier negociación sobre el Sáhara, conquistando apoyos como el de Estados Unidos (una jugada que a España sólo ha tardado unos meses más en llegar), y que Rabat normalizara sus relaciones con Israel, olvidando al pueblo palestino, en un viraje que están dando determinados países del mundo árabe para tener, sobre todo, jugosas relaciones comerciales con Tel Aviv.
A estas razones, el ministro argelino de Asuntos Exteriores, Ramtam Lamamra, sumó otros “agravios” pasados —como “la profanación de la bandera en Casablanca en 2013”— y recientes, como la defensa por el embajador marroquí ante la ONU de la causa independentista en la Cabilia, región de mayoría bereber situada en las montañas argelinas. También se sumó la muerte de tres civiles argelinos a finales de 2021, tres camioneros, de la que acusan a Rabat.
Entre las represalias de Argel estaba el cierre del gasoducto que iba a Marruecos, el Magreb-Europa. La petición por parte de España de utilizar esa canalización para proveer de gas a Marruecos también tensionó a Argelia, que amenazó con romper los contratos si utilizaba el combustible argelino en el país adversario.
En mitad de este tira y afloja en el Magreb, estaba España, intentado restablecer las relaciones con Marruecos, tras de la crisis diplomática de mayo del pasado año, cuando el líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, entró en España para ser tratado de coronavirus sin que Rabat lo supiera, lo que llevó al rey de Marruecos a abrir la frontera con Ceuta, lanzando a miles de desesperados a una aventura sin final feliz. Aquello derivó en retirada de la embajadora marroquí y acabó por costarle el cargo a la entonces titular de Exteriores, Arancha González Laya.
Y así nos ponemos en marzo de este año, cuando de pronto España cambia su postura sobre el Sáhara. “Finalmente, Marruecos ha obtenido lo que quería de España”, fue la reacción inicial de Argelia. “Estamos ante una segunda traición histórica”, añadía, recordando cómo las autoridades coloniales se marcharon hace 47 años, dejando desprotegidos a ciudadanos de una provincia considerada española, con vecinos con pasaporte español. Había queja por el paso dado y por las formas: sostienen que nadie le informó de que España iba a cambiar de opinión y se enteraron directamente por el anuncio, hecho desde Marruecos, desde donde filtraron una carta de Sánchez a Mohamed VI.
Exteriores lo negó, pero lo cierto es que se retomaron las relaciones con Marruecos, se han acordado pasos como la reapertura de fronteras en Ceuta y Melilla y, con Argel, no ha habido desde entonces flujo bilateral. Hasta el portazo de ayer. El comunicado de la presidencia de la República argumenta su decisión afirmando que “las autoridades españolas están embarcadas en una campaña para justificar la posición que han adoptado sobre el Sáhara Occidental, violando sus obligaciones legales, morales y políticas como potencia administradora del territorio, que incumben al Reino de España hasta que se declare su descolonización” por Naciones Unidas. El Sáhara como principal razón, pero muchos roces previos como fondo.
Está por ver ahora si hay control de daños, cómo se puede recomponer la situación y los efectos que tiene la ruptura para los dos países, en lo político, lo económico y lo estratégico. España sostiene que el gas y la inmigración no se usarán como arma política, que Argelia no va a ir con toda la artillería para castigar a Madrid, pero el golpe dado tampoco es menor. Tumba una relación excelente de décadas y la huella que puede dejar esta crisis es honda. Más aún en un presidente que se ha quedado muy solo, únicamente con el PSOE apoyando a su líder y con la contestación de su propio aliado, Unidas Podemos.