Confinarme con mi follamigo debería haber sido divertido, pero el coronavirus tenía otros planes
¿Qué podía hacer confinada con un hombre que me resulta tan extremadamente atractivo como irritante?
Me gusta estar soltera.
No, en serio, me gusta. Disfruto de mi independencia y, francamente, no tengo tiempo para relaciones ahora mismo. Mi trabajo a tiempo parcial, la universidad y mis proyectos como escritora autónoma me quitan más tiempo del que podría soportar la más sólida de las relaciones.
Aquí entra en escena James, mi ex, que ahora es mi follamigo. Nuestro nuevo acuerdo implica menos compromiso, el mismo respeto (o más) y, sinceramente, unas relaciones sexuales mucho más calientes.
La pandemia, nuestros cambiantes lugares de trabajo y la universidad ya habían conseguido que la nuestra fuese una relación a distancia por épocas en la que nos mandábamos mensajes calientes para mantener viva la chispa.
Pero incluso los más adictos al móvil, como nosotros, echamos de menos el contacto humano de vez en cuando. Por eso, ante la amenaza de un segundo confinamiento en el Reino Unido, el mes pasado decidimos darnos una última oportunidad para vivir juntos.
Después de un mes sola y sin sexo, estaba desesperada por irme a la cama con él. Una noche, después de una larga conversación por WhatsApp, me arriesgué y le dije: ”¿Te apetece venir?”. En menos de 24 horas, vino a mi ciudad, se presentó en mi puerta y no tardamos en desnudarnos.
Las cosas empezaron bien, como siempre. Pese a haber estado mucho tiempo saliendo juntos y cortando como amigos (unos cuatro años, pero no llevamos la cuenta), no nos falta pasión. James solo iba a quedarse unos días; una semana, como máximo, pero el coronavirus tenía otros planes.
Una noche, mientras estábamos acurrucados, James me besaba el cuello para ponerme cachonda, y lo habría conseguido de no ser por mis escalofríos. En vez de pedirle que siguiera, le pedí que me pusiera más mantas encima.
No fue hasta el día siguiente, mientras me comía un helado, cuando me di cuenta de que había perdido el gusto. Entonces até cabos. El centro de salud confirmó mis sospechas: “Has dado positivo”.
Cuando te vas a confinar con una persona con la que llevas cuatro años, confías en que cuidará de ti de forma responsable. Pero no. James es especial y aprovechó para hacer “experimentos científicos” conmigo, como el de echarme tabasco en el jarabe para ver si me daba cuenta. Ya les había gastado esa broma a algunos de sus amigos y decía que era un desafío de TikTok. La conclusión del “experimento” fue que, efectivamente, no noté el picante en la boca, pero me quedó una quemazón en la garganta, que ya de por sí estaba irritada por el coronavirus. Después de usar la poca voz que me quedaba para echarle la bronca, solo pude compadecerme de mí misma.
¿Qué podía hacer durante las siguientes dos semanas con un hombre que me resulta tan extremadamente atractivo como irritante? Hubo mucho Spotify, desde luego.
Al final, esa invitación inicial para acostarnos acabó siendo un confinamiento de dos semanas que le pasó factura a nuestra vida sexual. Cuando él ardía en deseos de acostarnos, yo ardía de fiebre. Cuando yo me encontraba un poco mejor, ya le había cortado el rollo con mis estornudos y mis mocos. Cuando ambos teníamos ganas, yo tenía que parar continuamente para recuperar el aliento, y a veces parábamos del todo.
Mentiría si dijera que no fue decepcionante. No estaba acostumbrada a que mi cuerpo me fallara. Siempre he amado y respetado mi cuerpo, y a James también le encanta, pero en estas circunstancias no podía excitar a nadie. Era una nueva clase de cuarentena para nosotros y sentía que corríamos el riesgo de sufrir tensiones en nuestra amistad. ¿Estábamos llegando al final de nuestra increíble vida sexual?
Como soy una mujer muy proactiva, decidí hacer algo al respecto. Probé los típicos consejos para reactivar la chispa en el dormitorio: usamos juguetes, vimos porno juntos, nos pusimos ropa sexy... Pero nada funcionaba. No le echo la culpa a él. James ya ha soportado mucho más de lo que le correspondía cuando aceptó mi invitación sexual aquella noche. Pero la experiencia me dejó decaída y algo acomplejada por mi cuerpo, pese a que James hacía lo posible por cuidar de mí y por hacer que me sintiera atractiva.
Sin embargo, no todo fue malo. Más allá del sexo, la compañía de James siempre me ha resultado agradable. Además, como ambos trabajamos en lo mismo, pasamos mucho rato revisando nuestros respectivos artículos y acabamos muchas noches acurrucados en el sofá.
En poco tiempo, mi cuarentena terminó, pero estaba decidida a intentarlo una vez más, por los viejos tiempos. Solo hizo falta un poco de lubricante anal para alcanzar ese clímax que ambos necesitábamos después de una mala racha.
Unos días después, James reanudó su vida normal de soltero con nuestra última aventura sexual fresca en la mente. Por la ropa que dejó en el armario y el beso que me dio cuando se fue, es probable que nos volvamos a confinar voluntariamente cuando pase todo esto.
Pero, por ahora, solo puedo darle las gracias a mi cuerpo por haber soportado esta tortura. Entretanto, he descubierto una nueva clase de sexo y he recuperado el mojo.
Este artículo fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Reino Unido y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.