"Conclusiones de #cuéntalo: No todos, pero sí todas”
Sin duda esta es una de las piezas que más me ha costado escribir en todos estos años, pues desde el jueves pasado tengo el estómago y la cabeza revuelta, después de conocer, al igual que el mundo entero, la vergonzosa sentencia de "La Manada".
Temíamos que tanta tardanza resultara en el bochornoso espectáculo que vivimos: un tribunal que volvió a victimizar a una chica de 18 que debería haber continuado su vida con el respaldo de un Estado, esta vez con el rostro de la Justicia que debía haberla amparado, a ella y a todas nosotras. No veían una violación, mientras nos hacían sentir violadas a todas.
La indignación llenó las calles, pero también llenó nuestras casas, nuestras comunicaciones y todas las interacciones de los días siguientes, sacando a flote, lo mejor y lo peor de nuestra sociedad.
Y dentro de todo aquello, la periodista Cristina Fallarás, propuso en un necesario artículo, que nos animáramos a contar todos aquellos momentos de nuestras vidas, en los cuales habíamos sufrido una agresión sexual, una situación de acoso e intimidación, con el hashtag de #cuéntalo, como una estrategia no solo de dar visibilidad a todo aquello que las mujeres vivimos en distintos momentos de nuestras vidas, sino de apropiarnos de un espacio que nos ha sido negado: el relato. Nuestros relatos.
Millones de mujeres en todo el mundo se sumaron a contar sus historias, violencias de todas las formas, en todas las etapas de la vida
Tuve que parar de leer en más de 8 ocasiones, me caían lágrimas de dolor, rabia y mucha impotencia; llegue a contar algunas que viví o que incluso vivió mi madre, pero esto solo acababa de empezar.
Yo misma no he sido capaz de contar la que más me duele. Lo escribí cuatro veces en un tweet que nunca llegó a salir. Una historia que pocas personas de mi vida conocen, pero que estoy segura que muchas hemos vivido: esa primera vez que hubieras deseado no haber vivido nunca. Ese primer "amor" del que esperabas comprensión y empatía en ese momento y lo único que recibiste fue prisas y egoísmo, en un espacio escondido de una fiesta a la que no querías ir y a la que, diez minutos después, debías regresar con la cara limpia de lágrimas y una sonrisa fingida para disimular el dolor del cuerpo y del alma, porque el personaje en cuestión no entendió la voz de una niña de 17 años que no quería y no estaba preparada para ello, pero sí usó la asquerosa frase de "demuéstrame que de verdad me quieres".
Tengo 40 años encima, un matrimonio feliz, placentero e igualitario, mi vida sexual tardó tiempo en tomar un rumbo "satisfactorio" después de aquello y sin duda valió la pena. Pero es imposible pasar por encima de todo esto sin que te revuelva por dentro, sin que el dolor y la rabia de ver que cada mujer con la que hablas tiene una experiencia que contar.
Hoy me blindo en la fuerza que me dan todas estas mujeres, que de una u otra forma llegan a mi vida con sus voces honestas empatizando y buscando empatía. Para contarlo, para decir una vez más, y no como un eslogan que "esta es nuestra manada". Y que, aunque el feminismo nos traiga momentos difíciles, también nos trae transformaciones, y lo que estamos viviendo aquí y ahora es parte de, tal vez, la más grande revolución que la historia pueda narrar jamás: la mitad de la población mundial hemos decidido no seguir guardando silencio y sobre todo, dejar el miedo de lado y reclamar nuestro derecho a vivir libres de violencia.
Hombres extraños o cercanos a nuestras vidas han coartado nuestra libertad, sí, tal vez no todos, pero como decía la tuitera que cito al comienzo de esta pieza, lo que está claro es que sí todas.