Israel postNetanyahu, año uno: división, incertidumbre y algunos logros de Bennett y Lapid
Ocho partidos se sumaron para relevar al primer ministro, pero la coalición flaquea: demasiadas diferencias, diputados que rompen la disciplina o que se van con Bibi.
El 13 de junio del pasado año, Israel pasaba página de la era Netanyahu: el primer ministro conservador dejaba de serlo y le tomaba el testigo una alianza de ocho partidos absolutamente heterogéneos, de la derecha radical a la izquierda más progresista, pasando por los árabes. Naftali Bennet (Yamina) y Yair Lapid (Yesh Atid) pactaron un Ejecutivo de rotación, casi de unidad nacional, pasa sacar al país del atasque de celebrar cuatro elecciones en dos años y no lograr mayorías viables. Sólo una idea unía a estas formaciones tan distintas: Benjamin Netanyahu no podía seguir al mando.
Un año después, los nervios y la división impregnan todos los análisis y balances. Se han hecho algunas cosas, la opinión pública de sus votantes no es mala, pero hay poco optimismo sobre los meses por venir: esta primavera, la mayoría parlamentaria mínima de 61 diputados sobre 120 que tiene la Knesset saltó por los aires, hoy los coaligados no tienen seguridad de vencer ante ninguna votación y Netanyahu, que se niega a retirarse, vuelve a ganar enteros, por más que esté atrapado en un juicio por supuesta corrupción.
El actual primer ministro, el antiguo portavoz de los colonos Naftali Bennett, sigue creyendo pese a todo en la capacidad de “compromiso” de su Gobierno. “Hace un año, no estaba seguro de que se pudiera hacer. Israel se dirigía a sus quintas elecciones [parlamentarias] en dos años y estaba paralizado por la polarización. Este gobierno es el antídoto contra la polarización”, ha afirmado en una entrevista a la agencia AFP.
Este domingo, en el consejo de ministros rutinario, tanto él como el centrista Lapid, que se supone que debe ser el premier en la segunda mitad de la legislatura y que ahora es titular de Exteriores, ambos prometieron luchar por la supervivencia de su improbable coalición. “Ha pasado un año de este Gobierno de salvación nacional. Cualquier persona honesta admitiría que este es uno de los mejores Gobiernos del país, que se apoya en una de las coaliciones más difíciles que ha conocido la Knesset”, dijo Bennett, quien apuntó: “No nos desesperaremos y no nos romperemos”.
Pero el presente no es muy esperanzador en ese sentido: tras un inicio tranquilo, el Gobierno está intentando superar las profundas diferencias ideológicas que amenazan su futuro. Suman por la mínima y pelean por temas clave, como el conflicto israelí-palestino, la religión o la seguridad. El pasado abril, el partido de Bennet perdió un escaño, se le fue uno de los suyos con el Likud de Netanyahu -que lleva todo el tiempo tratando de buscar este vuelco- y ahora sólo tienen el control de 60 diputados... y no es seguro, porque ya se han producido varias rupturas de la disciplina de voto de los grupos.
Esta semana pasada se produjo el episodio más grave: la oposición logró reunir una mayoría de votos en contra de un texto que extiende la aplicación de la legislación israelí a los más de 475.000 colonos israelíes que viven en la Cisjordania ocupada. La norma está en vigor desde 1967, año en que comenzó la colonización israelí de este territorio palestino, y el parlamento la ratifica cada cinco años. Dos diputados de la coalición votaron en contra en primera lectura, lo que según la prensa local podría precipitar la caída de un Gobierno dividido, que no solo ha perdido la mayoría, sino que ve cómo sus propios partidarios votan en contra.
A ello se suman peleas recientes entre los grupos: un diputado árabe del partido Meretz (izquierda) abandonó la coalición para denunciar la política del gobierno hacia los árabes israelíes, el mes pasado. Luego volvió, pero durante días Bennet y Lapid sudaron tinta para atraerlo de nuevo. También el partido Raam, los árabes que sorprendentemente dijeron sí a la suma, suspendieron temporalmente su apoyo ante los incidentes vividos en Jerusalén en la última gran escalada de violencia.
Ante esta crisis, Bennett aboga por encontrar compromisos. “Tras un año al frente de este gobierno, mi mayor constatación es que Israel está en su mejor momento cuando trabajamos juntos, superamos nuestras diferencias y nos centramos en el bien de este país”, dijo en su entrevista. “Esto funciona”, aseguró, recordando que en noviembre se aprobó un presupuesto, el primero en más de tres años.
Bennett, que fue el jefe de la principal organización de colonos de Cisjordania, lanzó su carrera política hace diez años diciendo que “nunca habrá un plan de paz con los palestinos” y no siempre se ha distinguido por su voluntad de compromiso. Su discurso no ha cambiado y mantiene su oposición a la creación de un Estado palestino, afirma que bajo su mandato no se reanudarán las negociaciones y aprueba la creación de nuevas viviendas en las colonias, aunque ha aumentado el número de permisos de trabajo en Israel para los palestinos.
“Creo que en el fondo antepone los intereses del Estado a los del campo ideológico que representa”, dice Yedidia Stern, presidenta del Jewish People Policy Institute. Bennett parece compartir esta opinión y asegura que quiere “preservar la integridad de la democracia israelí” antes de satisfacer a una ideología. “La cuestión no es contentar a la izquierda un día y a la derecha al siguiente”, escribió a AFP. “La cuestión es escucharse mutuamente, oír diferentes perspectivas y, a veces, encontrar compromisos”, concluyó.
La solución de dos estados, uno israelí y uno palestino, con fronteras seguras y respeto mutuo, es un escollo notable en la alianza, al igual que las negociaciones, un paso inicial que Bennett rechaza. Las cargas policiales que han dejado más de 50 muertos palestinos, en respuesta a una cadena de atentados desconocida en años, ha calentado el ambiente con los árabes, por más que hayan arrancado a la coalición más inversiones públicas en zonas árabes israelíes, donde también se ha reducido la delincuencia.
El escenario más probable puede ser una elección entre diciembre y abril, según el principal analista político de la cadena pública Kan, Yoav Krakovsky, quien ha descrito al gobierno como “pasando el tiempo por ganar tiempo”. Ahora mismo su meta es llegar al 23 de julio, que es cuando se deben disolver las cortes, y así contarían con unos meses de tregua.
Netanyahu, ahora líder de la oposición, está actualmente en juicio por corrupción, una acusación que él niega. Es poco probable que haya un veredicto final el próximo año y ha prometido regresar a pesar de sus problemas legales. Mientras tanto, su empeño está en robarle diputados a las demás formaciones y romper así todas sus posibilidades de legislar y sacar adelante mayorías.
El caballo de batalla con el que su gente está atacando al Gobierno es la subida de los precios -por más que sea general en todo el mundo-, la falta de mano dura en cuestiones de seguridad -de los atentados a los levantamientos en Jerusalén Este y Cisjordania- a lo que llaman “erosión y amenaza a la identidad judía”, porque la mezcla de laicos y religiosos ha generado tensión y porque el concepto de estado judío se ha manejado menos, por las dudas de algunos progresistas y la oposición árabe. No hablan de los informes de Naciones Unidas denunciando el apartheid de Israel contra los palestinos, que vincula al exprimer ministro pero también al nuevo, porque nada ha cambiado. Eso ha sido un importante golpe de imagen internacional, pero sin consecuencias precisas sobre el terreno.
Frente a eso, en el consejo de ayer Bennet y Lapid sacaron a relucir lo que creen que han hecho bien: aprobar un presupuesto que llevaba tres años prorrogándose y que tenía en jaque al Ejército, por ejemplo; una subida del 8% en la economía nacional (un punto más que en los tiempos prepandemia de Netanyahu), con el paro en el 2,9% (entre un punto y un punto y medio menos que con Netanyahu), la gestión del coronavirus, con apertura final del país y el impulso a las nuevas relaciones con países árabes, del Golfo Pérsico a Marruecos, abriendo un nuevo mundo comercial, turístico y defensivo, incluso.
El Instituto para la Democracia de Israel sostiene, en su último sondeo, que decrece el optimismo, el empuje del bloque antiBibi. Menos de la mitad de los encuestados expresaron su satisfacción con el actual parlamento; poco más de la mitad votaría al mismo partido que en las últimas elecciones; hay mucha división sobre qué hacer si esta coalición fracasa, pero un tercio, la mayoría, prefiere elecciones nuevas a otra alianza; sólo el 32% es optimista sobre el futuro de la democracia local y un 38%, sobre la seguridad nacional.
Hoy parece complicado pensar en un segundo aniversario de este Gobierno.