La paz es el único camino
La palabra "terrorismo" en todas sus acepciones está siendo objeto de (ab)uso por parte de todo el mundo. Aunque la palabra terrorismo es - desgraciadamente - una de las más pronunciadas por la ciudadanía, el término en sí está cargado de imágenes y de simbolismos, proyecta estereotipos y mezcla la realidad política con la subjetividad de los prejuicios que cada uno trae. Es por tanto nuestro deber iluminar e intentar entender qué es el "terrorismo" y cuáles son los principales debates presentes en el campo de sus estudios. Pero también es importante adentrarnos a hablar de las causas de ese terrorismo yihadista, hablar de sus vías de financiación y por supuesto de la relación de España con países que no respetan los derechos humanos como Arabia Saudí cuyas armas vendidas por España acaban en manos precisamente de esos terroristas.
Si nos dejamos llevar por el tópico, por la lectura dominante, el terrorismo es la amenaza más importante que tenemos y se ha convertido en un elemento central y "normalizado" de nuestras actividades privadas y sociales (controles en aeropuertos y estaciones, eventos deportivos, comunicaciones, educación, camaras de seguridad, etc), pues pocas de ellas son las que no están sujetas a medidas que permitan controlar el riesgo de ataques terroristas. Todo está sometido a prevenir este riesgo intrínsecamente impredecible y omnipresente.
Y es cierto que el terrorismo es una amenaza real, pero no es existencial. Según todos los datos, la amenaza terrorista se confina en países como Irak, Afganistán, Nigeria, Pakistán y Siria donde se producen el 93% de todos los atentados, mientras que en Estados de Derecho como en España representan sólo el 0,7%, por debajo de amenazas como el cambio climático, desastres naturales o la mismísima crisis económica. Aunque la amenaza del terrorismo es global, su presencia en la Unión Europea no es la misma que en Irak.
Sobredimensionar el terrorismo, creando un clima de temor permanente (la denominada "estrategia del miedo") no sirve como método para combatirlo, del mismo modo que no sirve la receta clásica del recorte de los derechos y libertades en áreas de supuesta seguridad que nos definen como una sociedad abierta y democrática.
Además, las recetas del "viejo modelo" de lucha antiterrorista han demostrado ser tremendamente ineficaces y caras. Ineficaces porque el terrorismo internacional sigue brotando por los cuatro rincones del mundo. Caro, porque hoy los 28 países de la UE (incluido el Reino Unido) destinan ya más dinero público a la seguridad interior que a la exterior (según EUROSTAT, 270.000 millones de euros en seguridad interior y 210,000 millones en seguridad exterior). Además, el modelo británico de hipervigilancia ha ido creando un clima de sospechas entre las diferentes poblaciones, siendo la población migrante y musulmana la más señalada. El racismo está intrínsecamente ligado a nuestra concepción de lo que es el terrorismo, asistiendo en los últimos años a su normalización. No debemos dejar de sensibilizar para que la sociedad no caiga en la trampa de quienes quieren sembrar terror, odio y miedo. Nuestra mejor arma es la fraternidad popular.
El terrorismo nunca será derrotado con viejas recetas basadas exclusivamente en soluciones militares, respuestas policiales o en modificaciones del Código Penal. Hay que ir a las raíces del problema, ir más allá de la visión simplista y maniquea de "buenos versus malos". Si no se articulan estrategias holisticas que se enfrenten a las causas que lo alimentan (políticas sociales y económicas que eviten la radicalización), a lo mejor podemos ganar algunas "batallas" a corto plazo pero perderemos la "guerra".
Huyendo de los modelos clásicos de lucha contra el terrorismo, una respuesta eficaz pasa por una transformación radical de nuestra política exterior, defendiendo los valores democráticos que "presumimos" defender (un claro ejemplo es la relación que España tiene con el régimen saudí) e implementando un modelo de defensa de los derechos humanos . No vale con decir que no se llevarán a cabo relaciones con paises que vulneran sistemáticamente los derechos humanos, también hay que aplicarlo.
Conjuntamente a esto, habría que implementar un control férreo de las vías de financiación y de los paraísos fiscales, que son los grandes centros de financiación de la muchas prácticas delictivas como el blanqueo de dinero, tráfico de armas y terrorismo. Tenemos que transformar nuestra política de seguridad en el sentido de que la opción militarista no es eficaz en la lucha contra el terrorismo, y dar preferencia a medidas políticas, diplomáticas, culturales y comerciales. Por último, hacer frente al racismo y a la islamofobia. Lo que implica, en primer lugar, cumplir con nuestras obligaciones desatendidas con los refugiados que agonizan a nuestras puertas ante nuestra indiferencia y, en segundo lugar, activar una imprescindible labor pedagógica para hacer frente a las posiciones xenófobas y racistas. ¿Cómo? Con educación.
Para ello debemos abandonar las concepciones estrechas en materia de seguridad, y poner el foco en analizar que el respeto a los derechos humanos junto a una constante dinamización de las ideas es fundamental para preparar, construir y asentar la paz. El derecho a la paz es tan esencial como el derecho a la vida o el derecho a la libertad.
Y ya que hay más posibilidades de influir, analizando los hechos que repitiendo consignas, la educación para la paz jugaría un papel determinante a largo plazo. La paz puede enseñarse. La paz debe construirse. Porque, en definitiva, se trata de persuadir y convencer, de apelar a la razón y a la cordura, pero también a la generosidad y a una solidaridad bien entendida, beneficiosa para unos y para otros.
La razón y no la emoción deben regir nuestras relaciones y por tanto, es fundamental, que nos "radicalicemos", en el sentido de ir a la raíz de las cosas, que comprendamos donde reside el origen de los conflictos. Esto significa que se tomen las cosas por su base, lo que para las cosas humanas, es la educación.