La otra reina de Palmira
Hoy los escenarios que cautivaron a Marga d'Andurain y a tantos viajeros románticos del pasado en Palmira ya no existen. Desde que en mayo las milicias del Daesh ocuparon la ciudad, sus principales y más emblemáticos monumentos de más de dos mil años han sido destruidos a golpe de dinamita y martillo.
La primera vez que oí hablar de la condesa Marga d'Andurain, protagonista de mi libro Cautiva en Arabia, fue durante una visita al hotel Zenobia situado a un paso de las imponentes ruinas de Palmira en el desierto sirio. En aquel año 2006 era un modesto y decadente alojamiento -una fina capa de arena cubría el suelo del vestíbulo y los largos pasillos que conducían a las habitaciones- que atraía a los viajeros nostálgicos deseosos de recorrer sus viejas estancias donde en el pasado pernoctaron ilustres huéspedes. En mi caso, quería conocer la habitación donde Agatha Christie se alojó con su esposo, el arqueólogo británico Max Mallowan, y donde escribió algunas de sus famosas novelas ambientadas en Oriente Próximo. La maestra del suspense eligió la habitación 102, en la planta baja, por las magníficas vistas que tenía al templo de Baal Shamin, consagrado al dios de los cielos. Aquí, frente a dos grandes ventanales, instaló su pequeña máquina de escribir portátil y encontró la inspiración para escribir algunos capítulos de Asesinato en Mesopotamia. Pero a la señora Christie, el pequeño hotel, pese a su privilegiado emplazamiento, no le resultó del todo confortable y en sus memorias lo recordaba con humor: "Por dentro, el hotel es encantador y está decorado con auténtico buen gusto. Pero en el dormitorio, el hedor a agua estancada es penetrante y muy desagradable".
Tras mi decepcionante visita al hotel, un muchacho de la recepción me entregó una desgastada fotocopia con la historia de su antigua propietaria, un tal condesa Margot, que había sido secretaria personal y espía al servicio de Lawrence de Arabia. En aquel instante creí que la misteriosa condesa francesa era sólo una leyenda, aunque mi guía Jamal me aseguró que la dama, propietaria del hotel de 1927 a 1936, había dado mucho de qué hablar en Palmira, porque se creía una moderna reina Zenobia, cabalgaba desnuda por el desierto, frecuentaba a los beduinos en sus tiendas, y se enfrentó a las autoridades militares francesas que la consideraban una peligrosa espía. A mi regreso a España, mi curiosidad me llevó a investigar quién era en realidad aquella dama extravagante y de armas tomar llamada Marga d'Andurain. En los meses siguientes, viajé a los escenarios del Pais Vasco francés donde transcurrió su infancia y parte de su juventud. Supe entonces que había tenido dos hijos, y que el menor, Jacques d'Andurain, aún vivía y era un héroe de la Resistencia francesa. Fue su hijo más querido, su cómplice y testigo directo de las andanzas de su madre. Le localicé en una residencia de ancianos a las afueras de París, y gracias a su estrecha colaboración pude reconstruir la azarosa vida de Marga, una mujer marcada por el escándalo que encontró en la aventura su razón de existir.
Cristina Morató y Jacques d'Andurain, hijo de Marga y héroe de la Resistencia francesa
Nacida en el seno de una familia de la burguesía vascofrancesa, fue una adelantada a su tiempo, rebelde y apasionada, que desde su Bayona natal viajó a ciudades legendarias como El Cairo, Beirut, Damasco o el Tánger de entreguerras, donde llevó a cabo increíbles aventuras. El título de condesa se lo inventó para moverse a sus anchas en las altas esferas. Espió para los británicos, regentó un hotel junto a su marido en el desierto sirio y se propuso ser la primera occidental el alcanzar la Meca. Para ello, ya divorciada, se casó con un beduino y se convirtió al islam. Su viaje al corazón de Arabia fue una auténtica pesadilla al ser recluida en un harén y más tarde encarcelada en la terrible prisión de Yidda, junto al mar Rojo.
"La primera impresión que me llevé al llegar a Palmira fue enorme. Aquella extensión inmensa de ruinas doradas, las filas de columnas perdidas en la arena, los horizontes sin límites, el palmeral cuyo verde sombrío cortaba la extensión vacía del desierto...y por encima de todo, la soledad, el silencio, una realidad que parecía de otro mundo. De repente comprendí que había descubierto el lugar de mis sueños. Desde mi llegada me sentí como una hija de esta tierra extraña", escribió la intrépida dama en su diario. Al igual que en los tiempos de Marga d´Andurain, la visión de la vieja ciudad caravanera en ruinas que emerge en el horizonte infinito estremece por su grandiosidad y el misterioso halo que la envuelve. Nunca olvidaré mi primer atardecer en las ruinas de Palmira. Desde lo alto de la colina que domina la antigua acrópolis, en medio de una extensa planicie, se distinguía un bosque de esbeltas columnas de piedra caliza, alineadas en una larga avenida principal, agrupadas en templos o rotas y esparcidas por el suelo. Como telón de fondo, el interminable desierto y las blancas extensiones de sal, a sólo cinco días de marcha del Eúfrates. Con la puesta de sol sus arcos, templos y demás monumentos adquirían una tonalidad rosácea. Me pareció un escenario de sobrecogedora belleza donde el tiempo se había detenido.
Cuando Marga llegó a Palmira en 1927 con su familia era una remota y polvorienta aldea donde existía un pequeño destacamento de oficiales militares franceses. Los escasos turistas que visitaban la región de la mano de la agencia Cook preferían recorrer la ciudad nabatea de Petra (Jordania), que estaba mejor comunicada. En aquel tiempo, sus mayores tesoros se encontraban aún sepultados bajo toneladas de arena. Dos años más tarde, el régimen colonial francés ordenó comenzar las excavaciones arqueológicas que devolverían a la mítica capital del desierto parte de su esplendor. Hoy sólo un 60% de su superficie ha sido excavado.
Marga y su esposo Pierre con unos amigos en el hotel de Zenobia
En 1930, Marga d'Andurain compró el único hotel de la aldea, un edificio de cemento gris, de una sola planta y estilo neoclásico, desde donde se divisaba una magnífica perspectiva de toda acrópolis. Como la sociedad Kettaneh, propietaria del mismo, había quebrado, el edificio fue abandonado a su suerte. El hotel - al que Marga bautizó Zenobia en honor a la poderosa y guerrera reina árabe que desafió al imperio Romano a mediados del siglo lll d.C -fue remodelado por el arquitecto madrileño Fernando de Aranda, quien también había diseñado la estación de tren de Hiyaz en Damasco. Disponía de un amplio vestíbulo, una docena de habitaciones con altos techos y ventiladores de aspas, y un luminoso salón comedor. Su mayor atractivo era su agradable y sombreada terraza donde los clientes podían tomar un refresco utilizando como improvisadas mesas unos magníficos capiteles romanos esparcidos frente al hotel. Marga encargó el mobiliario a un carpintero de El Cairo y llevada por la nostalgia se decantó por sobrios muebles de estilo rústico vasco que le recordaban a su casa de Hastingues (Las Landas).
En poco tiempo, el Zenobia se convirtió en un auténtico palacio oriental en medio del desierto. En los ocho años en que Marga estuvo al frente del hotel recibió a ilustres invitados, entre ellos, la reina de Rumanía, el rey Alfonso Xlll, el dramaturgo francés Jean Giraudoux, la escritora suiza Annemarie Schwarzenbach y Walt Disney. En 1937, y tras el asesinato de su esposo Pierre, decidió abandonar definitivamente Siria, aunque continuó con su trepidante vida de aventuras: se dedicó al tráfico de opio en el París ocupado por los nazis y acabó sus días trágicamente en Tánger. La prensa francesa, deslumbrada por sus temerarias aventuras, la bautizó como "La reina de Palmira" y "La Mata Hari del desierto".
"A veces venía el jeque, para asegurarse de que estaba bien tapada, y me arropaba paternalmente. Al despertar, me daban en un cuenco de madera leche de camella, fuente de fuerza de fuerza y de salud para mis anfitriones. Yo disfrutaba de la tranquila y sencilla vida beduina, de una profunda satisfacción interior, algo que no sé expresar, pero que nunca me ha dado la vida civilizada", recordaba Marga en su libro de memorias Le Mari-Passeport, publicado en 1947. Si la relación de la condesa con los militares del puesto de Palmira fue desde el primer momento problemática, con los jeques beduinos el trato era de lo más cordial. Admiraba el espíritu indómito y el coraje de este pueblo libre, que nadie había conseguido doblegar. Le gustaba frecuentar sus tiendas de pelo de cabra, dormir sobre la arena en sus mullidas alfombras y comerciar con los hombres a los que compraba ganado y prestaba dinero.
Hoy los escenarios que cautivaron a Marga d'Andurain y a tantos viajeros románticos del pasado ya no existen. Desde que en mayo las milicias del Daesh ocuparon la ciudad, sus principales y más emblemáticos monumentos de más de dos mil años han sido destruidos a golpe de dinamita y martillo. Los templos grecorromanos mejor conservados - el de Baal Shamin y el de Bel mandado erigir por el emperador Tiberio- , el Arco de Triunfo, varias torres funerarias y la famosa escultura del León de Alat son solo escombros. El antiguo museo de Palmira es una prisión; el erudito arqueólogo y jefe de Antigüedades durante cuatro décadas, Jaled Assad, que me asesoró en mi libro fue decapitado el 18 de agosto en la plaza pública y las mafias excavan a sus anchas en busca de tesoros para vender en el mercado negro. Una de las ciudades más bellas de la antigüedad y Patrimonio de la Humanidad está a punto de desaparecer del mapa. Los yihadistas han colocado explosivos en toda la acrópolis y han amenazado con hacerla volar por los aires si entran las tropas de Assad para liberar la ciudad.
Cristima Morató y el arqueólogo Jaled Assad, asesinado en Palmira
Los que amamos Siria vivimos con amargura este expolio y con inmenso dolor el sufrimiento de su pueblo. Porque a la destrucción imparable de su rico patrimonio histórico se suma una terrible tragedia humanitaria. Cuatro millones de desplazados, más de 300.000 muertos y un país sumido en la pobreza, donde la esperanza de vida se ha reducido a 55 años. Ante estas cifras escalofriantes no podemos mirar hacia otro lado. Llega el invierno y miles de hombres, mujeres con sus niños en brazos y ancianos se hacinan en nuestras fronteras huyendo del infierno de la guerra. Ya no son noticia ni ocupan las portadas de los periódicos. Pero están ahí y ninguna alambrada les detendrá porque sólo anhelan recuperar la vida que les han robado.
Las fotografías de Marga d'Andurain aparecen en el libro Cautiva en Arabia (Plaza&Janés) y provienen del archivo personal de Jacques d'Andurain