El populismo y las patatas de mi vecino
Lo peor nunca imaginamos que pueda suceder hasta que es demasiado tarde para evitarlo. La II Guerra Mundial está lejos, pero no tanto como para olvidar sus orígenes. Las guerras de los Balcanes, más cerca, también se libraron entre vecinos europeos. El retorno de las banderas y los mensajes simplificadores que tienden a subrayar la protección de lo local frente a lo foráneo está por todas partes. Sospechar del vecino casi siempre es el preludio del odio.
Lo peor nunca imaginamos que pueda suceder hasta que es demasiado tarde para evitarlo. La II Guerra Mundial está lejos, pero no tanto como para olvidar sus orígenes. Las guerras de los Balcanes, más cerca, también se libraron entre vecinos europeos. El nacionalismo descontrolado es un cáncer demasiado viejo para los europeos con memoria como para tratarlo con frivolidad. Estos días, las alertas se están produciendo por todos los rincones de nuestra Europa. Ignorarlas sería una caprichosa y muy arriesgada apuesta contra el destino. Yo no entraría en ese juego.
El retorno de las banderas y los mensajes simplificadores que tienden a subrayar la protección de lo local frente a lo foráneo está por todas partes. Sospechar del vecino casi siempre es el preludio del odio. Administrar las distintas identidades sociales es complicado en tiempos de crisis. La globalización produce ahora un reflejo localista. Parece una contradicción. Cada vez tenemos más smartphones y nos comunicamos con más facilidad con habitantes de todo el planeta. La velocidad nos atrapa. El reposo es aburrido. Y sin embargo cada vez hay más individuos dispuestos a dar la vuelta a sus iPads que les conectan con el mundo para utilizarlos como una fina tabla de cocina sobre la que cortar unas buenas patatas orgánicas de alguna huerta vecina.
En España siempre tendemos a analizar nuestros problemas con el mismo ángulo con el que los nacionalistas cavan las azadas en sus huertas. Todo muy local. Pero echemos un ojo a Europa: nuestro continente está trufado de grupos nacionalistas emergentes a los que la crisis ha dado alas. Unos son más racistas que otros, más o menos populistas, con un envoltorio de izquierdas o de derechas, pero todos tienen una cosa en común: quieren subir un palmo sus fronteras, blindarse frente al vecino y preservar sus esencias. Identidad monolítica y excluyente.
Empecemos por casa. Tienen razón los catalanes: sus calles se han llenado de banderas que no podemos ignorar. Han organizado una vía que ha cruzado su país de lado a lado, uniendo con sus manos a hermanos de la tierra catalana, que sueñan con un futuro juntos preservando sus costumbres, desgajados de España. No podemos ignorar sus gritos, sus demandas, sus razones, como tampoco podemos ignorar que sus pretensiones utópicas coquetean con los sueños y con las soluciones mágicas frente a las realidades amargas de esta crisis. Caminan hacia el aislamiento (les repiten que la legalidad europea no admite atajos, ni siquiera ante sus sueños, y que si se independizaran de un estado miembro de la UE, saldrían de Europa) pero ellos lo cuestionan. El que osa irrumpir en el terreno de sus sueños con la luz de la razón es un franquista o un traidor, según sea español o catalán. No tiene desperdicio esta entrevista del consejero Homs, el hombre de Mas para la independencia. Vive en un universo paralelo.
También hay, claro, grandes patriotas en el Paseo de la Castellana, expertos en avivar la llama del odio en vez de apagarla. Y furibundos franquistas como los que de manera salvaje entraron en la librería Blanquerna para boicotear a los catalanes que celebraban su fiesta nacional. Lo peor de esta crisis noventayochista que vive España es constatar que los iluminados patrioteros de uno y otro lado son los que más alzan la voz y ocultan casi siempre la de la (aburrida) razón y el sentido común. No hay como ver los debates en televisión para comprobar que el ruido se cotiza al alza y los matices a la baja. Blanco o negro. Visca el Barça o Hala Madrid.
En nuestra vecina Francia vuelven a ver estos días las orejas al lobo que ya llamó a sus puertas en 2002. Entonces, Jean Marie Le Pen pasó a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Ahora su hija Marine, con aspecto renovado y piel de cordero, vive horas de popularidad altísimas y arrastra con su discurso antiinmigración al resto. La amenaza más inminente es esta: un sondeo del prestigioso Le Nouvel Observateur ha reflejado que el Frente Nacional puede ganar las elecciones europeas el próximo mayo en Francia. Las recetas de su populismo son familiares. Sin explicar cómo, Le Pen asegura que un fortalecimiento de las fronteras y una salida del euro ayudarán a la gran Francia a sortear la crisis. La magia prende rápido en momentos de dificultad y combatirla no es cosa fácil.
En el Reino Unido, David Cameron ha comenzado una hoja de ruta que puede terminar con la salida del Reino Unido de Europa, como también podría producirse el año que viene la salida de Escocia del Reino Unido. Crueles coincidencias de la historia. La voz de Cameron cada vez queda más eclipsada por la de los voceros del UKIP (genuinos independistas británicos), que combinan un discurso disimuladamente racista hacia otros europeos con los sueños del viejo imperio británico. Si en las elecciones al Parlamento Europeo de 2009 quedaron segundos (por encima del Partido Laborista y debajo de los victoriosos conservadores), el próximo mayo su resultado solo puede mejorar. En este caldo de cultivo fue asesinado hace unos días un joven italiano en Kent al grito de "italiano nos robas el trabajo".
Grecia es desde luego el espejo más crudo y dramático de todos los frentes de la Europa en crisis. Un partido neonazi, Aurora Dorada, ha subido como la espuma centrando su discurso en la protección de los más débiles, siempre que tengan pedigrí griego, claro. Su escalada de éxito se ha visto truncada con el encarcelamiento de varios de sus dirigentes (incluyendo su líder) tras la sospecha de que son en realidad un grupo criminal que pudo estar involucrado en el asesinato de un joven rapero izquierdista. Hace tan sólo unos días han asesinado a tiros a dos militantes de Aurora Dorada, cuyos responsables afirman ahora que son víctimas de una conspiración. No sería caprichoso recordar el tiempo que pasó Hitler en la cárcel antes de llegar al poder y el talento con el que logró explotar su victimización.
Lo dejo aquí por ahora. Pero antes menciono por encima y dejo para otros posts al partido Alternativa por Alemania (que persigue la salida del euro y les irá bien en las europeas), el Partido de la Libertad de Wielders en los Países Bajos, el conglomerado de voto populista que alcanzó el 30% en las pasadas elecciones austriacas, los Grillos de Italia, el partido ATAKA de Bulgaria... La lista es larga y se extiende por norte, sur, este y oeste.
¿Cual es el antídoto contra estas variadas formas de populismo? Tres consideraciones. Primero, la Europa de la austeridad no puede funcionar si sus líderes no son capaces de explicar a los ciudadanos la falta de resultados en el corto y medio plazo. Segundo, no puede asociarse la Unión Europea exclusivamente a los recortes y al cumplimiento del déficit, sin que haya programas sociales que ayuden a quienes más dificultades están pasando, como los jóvenes que no tienen trabajo. Tercero, o los partidos tradicionales cambian, se abren a la sociedad y son intachables contra la corrupción, o no podrán frenar la deriva populista que los quiere marginalizar y sembrar incertidumbre en nuestras sociedades.