Cómo sobrevivir al castigo alemán
Si Alemania entrase en recesión se darían quizás cuenta de que necesitan la recuperación del sur para su prosperidad. La segunda circunstancia es la unión del sur. Si se ponen de acuerdo y se apoyan unos a otros, Alemania no podrá seguir imponiendo sus recetas económicas al resto.
Reconozco que llevo tiempo viajando sin la maldita bolsa de plástico que debe albergar los líquidos, colonias y pasta de dientes cuando viajo en avión. Encuentro ridícula la normativa de los 100 ml, sobre todo porque me impide llevar conmigo una botella de vino para regalársela a un amigo en mi destino. Tal debe ser el riesgo de no utilizar este envoltorio que nunca me han llamado la atención... Hasta mi reciente paso por Stuttgart. El estricto oficial germano detectó mi rebeldía y me mandó a comprar una bolsita -nada es gratis en el universo merkeliano-. Introduje los líquidos en mi flamante bolsa de plástico y me dispuse a pasarla de nuevo por el escáner, pero el amigo germano dijo que ya no era necesario; solamente buscaba darme una pequeña regañina.
¿Nos está regañando Alemania a los países del sur? ¿Son estas políticas de austeridad un castigo del fuerte al débil para que pague por sus errores? Es difícil desenmarañar el componente de castigo del de pura defensa de sus intereses económicos nacionales. En todo caso, está claro que Alemania cada vez más defiende sus intereses con menores complejos y se siente más cómoda actuando individualmente. Algo muy destacable hablando de Alemania, un país, descrito por The Economist en un número especial esta semana como "escéptico (poder) hegemónico".
Con frecuencia los liderazgos pueden ser muy ingratos. A Alemania la crisis le ha empujado a ejercitar un liderazgo que ha aceptado a regañadientes. Todo el mundo espera que hagas algo, pero cuando por fin actúas eres fuertemente criticado. El pasado alemán es muy pesado. Para sus vecinos europeos, pero también para los propios alemanes -no debe ser grato ser recibido por las calles de Atenas con pancartas de Adolf Hitler, como le pasó a Merkel en su última visita a Grecia-.
Los efectos de la política que patrocina Alemania (la austeridad a ultranza), a la que dediqué mi anterior post, nos están dejando sin aliento. Con esta crudeza lo explica Ulrich Beck en su libro Una Europa alemana: "Los países deudores forman una suerte de clase baja de la UE; tienen que aceptar recortes en su soberanía y vulneraciones en su dignidad... Su futuro es incierto: en el mejor de los casos, federalismo; en el peor, neocolonialismo".
Las grandes potencias -Alemania lo es a nivel europeo- también tienen su corazoncito, sobre todo cuando su bienestar depende en último término del éxito de sus vecinos. Ahora que en países del sur de Europa el desempleo juvenil alcanza cotas cercanas al 50%, este asunto ha entrado por fin en la agenda europea. ¿No resulta un poco difícil creer en Europa si hay planes de rescate para los bancos pero no los hay para los jóvenes? ¿Por qué no hay una troika dedicada al empleo? Para riesgo sistémico, el de la explosión social y el populismo.
Alto. No tan rápido. Ante los titubeos de la Comisión Europea y la militante invisibilidad de su presidente, Durao Barroso, a Berlín le gusta cada vez más hacer las cosas a su manera. Por eso Alemania ha puesto en marcha una serie de acuerdos bilaterales con países como España para que más jóvenes puedan trabajar o hacer prácticas en el norte. Tenemos a la vista una solución más alemana que europea para nuestro problema del desempleo.
A Alemania le empieza a pasar con la UE lo que a Estados Unidos con Naciones Unidas: no le gusta financiarlo y prefiere gastar el dinero por su cuenta. El diálogo y el acuerdo suelen ser poco atractivos para el fuerte, sobre todo si coquetea con una cierta idea de superioridad moral frente al resto.
La visita de Obama en Berlín esta semana confirma dónde se encuentra realmente la capital europea. Berlín también empieza por b y sus días de invierno son aun más oscuros que en Bruselas. Europa tiene al fin un número de teléfono al que llamar, como pidió hace décadas Henry Kissinger, pero tiene prefijo alemán. Por eso a Obama le preocupa mucho más la sensibilidad de Merkel hacia sus tenebrosos sistemas de espionaje que los comunicados que pueda hacer desde Bruselas Catherine Ashton, la Alta Representante de la UE para la Política Exterior.
¿Qué puede salvar a Europa del abismo al que la dirige esta dominación alemana? Sólo dos circunstancias. La primera que los alemanes vean las orejas al lobo. Si Alemania entrase en recesión, algo que puede suceder, se darían quizás cuenta de que necesitan la recuperación del sur para su prosperidad. También podría, espero que no, reafirmar su nacionalismo. Y la segunda circunstancia es la unión del sur. Hasta ahora, por complejos y falta de visión estratégica, España, Italia, Grecia y Portugal -en graves dificultades por motivos distintos, pero cada vez más con intereses complementarios- no han actuado unidos. Si se ponen de acuerdo y se apoyan unos a otros, Alemania no podrá seguir imponiendo sus recetas económicas al resto.
El principal problema al que se enfrenta Europa no son los países del sur. Más bien lo constituye una Alemania fuerte que impone su interés nacional en el corto plazo al resto. Algo, por otro lado, nada extraordinario para las superpotencias, si bien en el caso de la miopía alemana, le puede llevar de nuevo a quebrar el orden europeo.