¿Quién carga las pistolas que se disparan?
Llegará la Ley de la Igualdad también al país que nos hizo soñar la libertad, al país que supo luchar y reclamar fraternidad, llegará allí también y allí también el colectivo de la diversidad levantará la cara con orgullo aunque se vea hoy con la cara partida por levantarla contra la homofobia.
"Os lo dije, no teníais que haber ido", les dije cuando entraron. Entraron demudados, no tenían que haber ido, pero quisieron verlo, y lo que vieron les heló las venas, lo que vieron era de no contarlo.
Y fue, recuerdo, una tarde de un enorme calor, además, en Madrid. Y volvieron contando lo que vieron, el odio que encontraron, las caras y las voces y los ojos y la ira. Y el odio que encontraron. Fue en julio, recuerdo, en un Madrid de julio que se llenó de lo que nunca debimos merecer, porque nunca hicimos nada para merecerlo. Estaban allí y llenaban las calles y gritaban odio. Todo esto me contaron, con calor en el cuerpo, con el alma quemada.
Se llenaron las calles de ministros de corbata y sotana, de mujeres de ojos encendidos de un odio recibido, de niños -ay- que recibieron, que estaban recibiendo la más negra herencia; destilaban homofobia por sus poros, por sus gargantas gritaban homofobia: los niños escuchaban. Y al sol de julio -qué calor en Madrid- las cruces de los pechos gritaban homofobia, las caras, tantas caras iguales, que el odio las iguala, sudaban homofobia. "No teníais que haber ido", les dije cuando entraron.
Fueron meses muy malos, defendiéndonos siempre, con la cara bien alta aunque nos la partieran, con la voz clara y firme, la razón siempre a punto. Los argumentos, de tanto repetidos eran más claros y cada vez más firmes. La lógica aplastante de quien tiene razón, de quien defiende la justicia, una justicia que debía hacerse ley, una ley que debía hacernos iguales.
Fueron meses muy malos. En la calle y en los foros, en los medios y en la calle. Por la ley. Por la Igualdad. Por levantar la cabeza, que ya es hora. Que era hora de Igualdad, con sus letras enteras.
Fueron meses muy malos, en demasiados foros defendiendo lo nuestro, por dignidad, contra ruines expertos en polainas, contra tesis teñidas del mismo sudor que habíamos -"os lo dije"- respirado en la calle en la tarde del odio.
Pero llegó la Ley, que, como defendimos, a nadie quita nada, a todos dignifica, a todos nos iguala. La Ley que soñamos sin saber que sería, que soñamos desde que hay memoria, desde que hay un sueño que soñar. La Igualdad llegó para quedarse.
Y la Igualdad, desde el Congreso, en alas de tanto aplauso y muchas lágrimas, nos retrató en el BOE con la cara mejor, con la cara soñada que soñamos tener. La Igualdad llegó para quedarse. Aunque tantos, de tan mala manera, destilando homofobia, se afanaron con ansia en evitarla, la Igualdad, nuestra Igualdad, llegó para quedarse en nuestra casa. Y nada más pasó. Y aquí cabemos todos, en igualdad debida, merecida.
Pero a pesar del tiempo transcurrido, -"mira que te lo dije, que en Francia era impensable"- los hemos visto en Francia. Las mismas caras con el mismo odio y las mismas armas de matar con la homofobia. Que la homofobia mata.
Y en Francia ahora hemos visto los mismos episodios ante la misma voz que se levanta por la misma Igualdad. La misma cara rota por un arma sabida, un arma que se carga aquí como se carga allí, de ruines y antiguas intenciones, de pobres y dañinos argumentos. Las mismas huestes de la homofobia misma que han cruzado fronteras. Las mismas razones de la sinrazón, las mismas impotencias.
¿Quién carga las pistolas que se disparan? ¿Qué voces repiten sin fronteras los mismos argumentos? ¿Qué ministros del odio con sus cruces al pecho alimentan el odio?
Llegará la Ley de la Igualdad también al país que nos hizo soñar la libertad, al país que supo luchar y reclamar fraternidad, llegará allí también y allí también el colectivo de la diversidad levantará la cara con orgullo aunque -"mira que te lo dije, que en Francia era impensable"-, se vea hoy con la cara partida por levantarla contra la homofobia. Y el colectivo de la diversidad, - "lo verás"- tendrá su sitio en Francia, en Igualdad debida, merecida.
Tenemos hoy la obligación de no olvidarlo, no lo olvidemos: alguien carga la ira, alguien atiza el fuego, alguien mantiene siempre la homofobia viva.
Wilfred de Brujin, agredido junto a su pareja en París. Foto: perfil de Facebook de de Brujin.