Barcos y barcas
si hay un lugar donde una barca alcanza solemnidad y trascendencia es en Grecia. Una visita no es completa si no se acerca uno a un puerto de "barculas", lindas, en fila, bailando al compás de las salidas y entradas de barcos de más importancia y enseñando sus proas descaradas con el emblema esculpido de su nombre.
Foto: Mayte Piera
¿A que alguna vez os habéis preguntado si los barcos son masculinos o femeninos? ¿Por qué son los buques o las naves? ¿Qué es un barco y qué es una barca? No intento entrar en controversias feministas, no me interesa. Es más, me aburre, pero hago estas reflexiones por escrito para poner en claro mis ideas.
Lo primero que viene a la cabeza es el tamaño; siempre con lo mismo; grandes ellos y pequeñas ellas. Pero es totalmente erróneo, pues en veleros diminutos se han hecho grandes navegaciones, y por otro lado, también hay barcas enormes y hasta barcazas. Lo segundo que se me ocurre es la capacidad de viajar grandes distancias y tener un espacio donde vivir bajo cubierta. Tampoco este punto está del todo claro, porque los ligeros balandros de competición no tienen ninguna habitabilidad y se consideran barcos. Posiblemente, el hecho de llevar mástil y velas lo asciende de categoría, como la sangre azul, y si los desarboláramos, quedarían degradados de inmediato. Así que un palito de diferencia, como el que cambia de la o a la a que escriben los párvulos, tiene una importancia crucial.
Un barco tiene derecho a múltiples nombres nobles y evocadores: goletas, bergantines, pailebotes, bricbarcas, fragatas, arrastreros, atuneros, cerqueros o portaviones. Pero la "a" de una barca a penas aspira a convertirse en -ita o -aza, o lo que es peor, rebajada a esquife, bote o patacha, por no envilecerla más, como patera desolada. Aunque hoy en día, en las revistas también codician al glamour de ser lanchas veloces con rubias impensables de largas melenas voladas; alguna esperanza les queda.
Pero si hay un lugar donde una barca alcanza solemnidad y trascendencia es en Grecia. Una visita no es completa si no se acerca uno a un puerto de "barculas", lindas, en fila, bailando al compás de las salidas y entradas de barcos de más importancia y enseñando sus proas descaradas con el emblema esculpido de su nombre; María, Katerina, Los dos hermanos, San Nicolás... Es todo un espectáculo, y hasta la más modesta atrae al paseante por la fidelidad de su existencia. Si no las has visto, no has visto nada.
Hace ya años, estuvimos amarrados en Spetses frente a un astillero artesanal de barcas de madera. El nombre nunca lo podré olvidar: Basilis Delimitros. El maestro nos entretenía cepillando hermosos tablones enterizos y transformarlos en rodas y quillas poderosas en las que articulaba con precisión cuadernas y varengas para construir esqueletos prehistóricos. Como desembarcábamos por su taller, a través de serrines, gubias y formones, con ese aroma emocionante que tiene la madera recién cepillada, podíamos observar la delicada metamorfosis de sus criaturas.
Tenía un gato rubio que atendía por Leónidas al que más de una vez estuvimos a punto de pisar, porque se camuflaba entre las virutas, dejando a lo sumo asomar un bigote. Cuando Basilis terminaba una unidad, como un Gepeto con su hijo muñeco, le cincelaba un pez en la amura; y doy mi palabra de que cobraba vida. Lo más turbador es que posiblemente las naves aqueas que se fabricaron para viajar hacia Troya salían de un artista semejante. Una gran intuición la mía, ya que algún tiempo después leí que en este mismo astillero, el maestro Delimitros había construido una réplica del Argos para Tim Severin, el aventurero-historiador que reprodujo el viaje de Jasón y los Argonáutas. Pero aunque las barcas salían vivas y coleando de su taller, no era hasta más tarde cuando se le otorgaba su alma.
La relación de un barco con su armador es un compromiso muy serio en la que el hombre vela celosamente por el estado de su barco, y así este le transportará sano y salvo por los mares procelosos. De esta manera, hay barcas a las que solo les falta hablar para que nos cuenten cómo son sus capitanes. Recuerdo una muy graciosa, cuyo armador debía ser antiguo marino de una famosa compañía en Grecia; había pintado su embarcación de la misma forma que un ferry, y le había colocado hasta un simulacro de chimenea con la insignia de la naviera. Otras se llenan de puntillas, visillos, alfombras, ornamentos y tapetes; dando a entender que la esposa del armador también pone su granito de arena. Un puerto de barculas es en el fondo un concurso de belleza en el que el visitante toma el papel de jurado al pasearse entre ellas eligiendo: "¡Mira esta!" "¿Pues has visto aquella?
Y cuando zarpan son la gloria de los mares; arrancan con un estallido sordo que rompe el silencio de la noche y se alejan con el pedorreo de sus motores; lejos, siempre lejos; así rezan sus canciones. Si es de noche, iluminan el horizonte como luciérnagas, y cuando amanece, quedan prendidas en el lienzo rosado del agua y cielo confundidos para quebrar con su estela el espejo del mar a base de ondas y volutas. Y si es una barca egea y el boriás azota, la verás saltar sobre las cresta de las olas como un potro de colores, o balancearse como un columpio infantil, cuando al pairo, su capitán recoge las artes. ¡Aj, barcas!
Pero estas criaturas de madera van dejando paso al plástico globalizado, y cuando una desaparece, vienen a ocupar su lugar tristes engendros sin alma. Cuando un capitán fallece, lo normal es que saquen su barca del agua y que esta se quede como un cachorro sin amo. Es tal el desamparo que dan ganas de llorar. En Evgiros ya han sacado dos, y un tercer capitán de 88 años me decía que si no le ayudaban su hijo o su nieto, él ya no podría tenerla bonita. Por eso, cuando veo a algún joven con una barcula, pintándola o mareándola, me dan ganas de abrazarlo. Estas barcas tienen derechos, igual que si pudieran respirar o hablar; y si su capitán lo merece, harán cualquier cosa por él.
Así que he confeccionado este pequeño homenaje con música de Manos Hatzidakis, letra de Nikos Gastsos y voz de María Fanturi. ¡Qué disfrutéis!
Con el temporal
y con el Siroco,
una goleta
vino de Marruecos.
Y con el viento
y con la helada,
va un bergantín
para Bengasi.
San Nicolás,
te ruego
por todos los mares,
esparce flores.
Con un valeroso
oficial de burlotier
vino un bricbarca
desde Argel.
Con Grecia
por armador
va una fragata
para Misir.
Este post fue publicado originalmente en el blog de la autora