Necesitamos una narrativa de paz e inclusión para salvar nuestras democracias
Las narrativas no son cuentos de hadas. Son herramientas políticas cargadas. Y generan oposición, especialmente cuando están en contra de un éxito, como la historia constitucional de la República Federal de Alemania o el acuerdo de paz de la Unión Europea. Las narrativas honestas tienen muchos enemigos.
BERLÍN - Necesitamos un nuevo mensaje. La Unión Europea y sus partidos establecidos necesitan argumentos nuevos. Pero las narrativas no se inventan sin más. Deben surgir de una comunidad.
Estamos rodeados de narrativas. En Europa, está la de no volver a librar una guerra en el continente; en Estados Unidos, el lema "de la miseria a la riqueza", lo que se conoce como el sueño americano.
Una narrativa es una historia cuyo significado contiene el carácter político de una sociedad. Normalmente afecta a aquellos que la escuchan y, mediante su narración, se construye una comunidad.
Una narrativa dice: "Así somos y esto es lo que defendemos". Para los que hoy en día estamos vivos, estas historias son reliquias del mundo de los mitos. En su libro Sapiens. De animales a dioses: Una breve historia de la humanidad, el historiador israelí Yuval Harari afirma que, de los mitos, este tipo de narrativas representan la cuna de la civilización. Los seres humanos, que siempre han tenido la sensación de pertenencia a una comunidad por los lazos de sangre y las raíces tribales, validan su unión con historias de ascendencia común y ambiciones compartidas. De este modo, los hombres se aferran a sus tribus y a su conexión con ellas y unen su historia común con el curso del mundo. Mediante estos mitos narrativos, obtenemos respuestas a dos preguntas fundamentales: ¿A dónde vamos? ¿De dónde venimos?
Sin embargo, en las narrativas de la política actual, que exalta las virtudes de los individuos, la importancia de las preguntas "¿a dónde vamos?" y "¿de dónde venimos?" no se ha desvanecido; ni al nivel de las naciones-estado ni al de las comunidades ideológicas internacionales. Siguen teniendo como objetivo crear una comunidad, establecer orden y movilizar a los miembros de un grupo en una acción común. En ese sentido, el comunismo y el fascismo emitieron sus propias narrativas, cuya formulación se centró en defender sus derechos ahistóricos mientras que, simultáneamente, justificaba su ejercicio de la fuerza para reafirmarlos.
Las narrativas de los sistemas democráticos son mucho más vulnerables. No se puede aplicar una sensación de obligatoriedad a su cumplimiento o mantenimiento. En las sociedades liberales, las narrativas de base -en Alemania, por ejemplo, la que defiende la economía social de mercado surgió del milagro económico de Ludwig Erhard- necesitan apoyo y supervisión constante. Para muchos estadounidenses, el sueño americano estalló con la crisis financiera. Los ciudadanos de los países más afectados por la crisis del euro han olvidado la promesa de bienestar del acuerdo de paz que defendía la Unión Europea. En las democracias liberales, las narrativas no deben degenerar en cuentos de hadas que comiencen con un "érase una vez".
Merkel visita un colegio de Gaziantep (Turquía). 23 de abril de 2016.
Las narrativas no son proyectos de la élite. Están por debajo de la voluntad de los ciudadanos, y solo las historias que suenan factibles pueden moldear su sabiduría colectiva y su memoria. En este sentido, las narrativas son unos de los precursores de la sabiduría del pueblo, que hoy en día puede determinarse a través de medios tecnológicos de maneras que antes no eran posibles. "No volver a entrar en guerra" -la narrativa de base de la Unión Europea- no necesita justificación. Se entiende como la mejor manera de curarse las heridas que dejó el pasado reciente de Europa. Es análoga al mito del sueño americano: mientras las personas que ocupaban los estratos más bajos de la sociedad pudieran llegar a la cima, la realidad confirmaba el eslógan. Pero ahora ni siquiera la historia puede soportar su propio peso.
Las narrativas dependen enormemente del momento en el que surgen. Esto se ve de una forma particularmente clara en los partidos democráticos de Alemania: la democracia social y el liberalismo son como las políticas cristianas empleadas durante esta crisis. Los partidos democráticos surgieron en la segunda mitad del siglo XIX como respuesta a la Revolución Industrial, pero sus verdades ya no tienen tanto tirón: rescatar a los trabajadores de la miseria, emancipar la ciudadanía y establecer un orden social cristiano. El entorno en el que vivieron estas respectivas narrativas ya no son relevantes. Las dificultades actuales son totalmente diferentes de las de hace 150 años.
Hoy se necesitan historias diferentes. Esto era cierto cuando los socialdemócratas estaban al mando, y los liberales y los cristianodemócratas se enfrentarán a esta realidad demasiado pronto, en cuanto Angela Merkel deje de ser la dirigente del partido y la canciller.
La cuarta, y más reciente, narrativa democrática pertenece al movimiento verde, que ahora es más relevante que nunca. Otros partidos del sistema llevan mucho tiempo incorporando sus argumentos, que se han extendido en las políticas de Unión Demócrata Cristiana (CDU por sus siglas en alemán). Los principios de los Verdes -la preocupación por el medio ambiente, la justicia social y la no violencia- no perderán importancia en un futuro próximo.
En los últimos años, ha emergido una nueva narrativa más relevante y factible: el constitucionalismo. Referirse a la constitución alemana y al ejercicio de la ley se ha convertido en una especie de leitmotiv durante los debates sobre la política de integración alemana. La idea central es utilizar la Grundgesetz -el conjunto de leyes básicas de Alemania- como pauta y axioma para la acción constitucional, que hace que todos los ciudadanos de esta sociedad secular y basada en los valores sean iguales ante la ley, independientemente de su etnia, religión, nivel educativo, origen social u orientación sexual.
El constitucionalismo es la muestra más sofisticada de los principios de la Ilustración de la Europa moderna: tiene como meta reconocer la vida, la comunidad de gente, como algo valioso e importante y crear, dar forma y desarrollar valores intrínsecamente comprensibles. Esto equilibra la tensión que existe entre la libertad del individuo y las obligaciones de la comunidad de cada uno. Esta narrativa aún no ha sido enunciada del todo; todavía está desarrollándose.
Actualmente, la narrativa constitucional está sufriendo un ataque masivo: en Alemania, tanto de parte de la nueva derecha como de la vieja -Alternativa para Alemania y la Unión Social Cristiana (CSU por sus siglas en alemán)-, que normalmente obedecen a las nociones étnicas de Estado. Además, han surgido preguntas -y se han inventado argumentos- que afirman que los hombres poderosos como Vladimir Putin son más capaces de conseguir los deseos de la gente que una democracia constitucional. Los autócratas y los dictadores han vuelto. Y con ellos la idea de que la voluntad del pueblo puede materializarse en su poder y su autoridad. Todos los autócratas de la actualidad tienen un grupo minoritario al que quieren eliminar: Putin tiene a la comunidad LGTBQ y la derecha de Europa, a los musulmanes. Eso es lo que hacen los dictadores. No es nada nuevo. Al fin y al cabo, su propósito no es otro que el de desmantelar el orden liberal de nuestras democracias.
Las narrativas no son cuentos de hadas. Son herramientas políticas cargadas. Y generan oposición, especialmente cuando están en contra de un éxito, como la historia constitucional de la República Federal de Alemania o el acuerdo de paz de la Unión Europea. Las narrativas honestas tienen muchos enemigos.
Este post fue publicado originalmente en 'The WorldPost' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero.