Tu casa es una selva
Aunque no los veamos, están ahí, pastando apaciblemente en las praderas, o acechando entre la maleza a sus presas desprevenidas para abalanzarse sobre ellas y devorarlas. No es el Serengeti, sino nuestra propia casa.
Cientos de especies no humanas comparten el espacio que nosotros llamamos hogar, pero que lo es también para ellas. Se esconden en las alfombras, en los sillones o en nuestros libros, o reposan sobre los pomos o en la encimera de la cocina. Bichos y microbios convierten nuestras casas en verdaderos ecosistemas con muchas bocas que alimentar. En palabras del entomólogo de la Universidad Estatal de Carolina del Norte (Estados Unidos) Matthew Bertone, “aunque pensemos que podemos escondernos de la naturaleza, los animales y otros organismos encontrarán una manera de vivir entre nosotros”.
Bertone es coautor de un estudio publicado en la revista PeerJ que ha examinado la fauna de artrópodos que vive en los hogares. Los científicos rastrearon cuidadosamente 50 viviendas de la ciudad estadounidense de Raleigh y sus alrededores, habitación por habitación, en busca de sus minúsculos habitantes con más de dos patas. En total recogieron unos 10.000 ejemplares, entre vivos y muertos, pertenecientes a un total de 579 tipos diferentes.
En una vivienda media se encontraron unas 100 especies, con un rango de entre 32 y 211; sobre todo moscas, arañas, escarabajos, hormigas y los llamados piojos de los libros (psocópteros). Sin embargo, los autores aclaran que no todos estos son inquilinos fijos; algunos son simples visitantes accidentales que en muchos casos forman parte de lo que llaman plancton aéreo y que, de hecho, no pueden sobrevivir en nuestro ambiente. Un ejemplo son las moscas de las agallas, insectos con aspecto de diminutos mosquitos que se encontraron en todas las viviendas analizadas, y que solo se alimentan de plantas de exterior. “La gran mayoría de los artrópodos que encontramos en las casas no son plagas”, precisa Bertone; en general son “cohabitantes pacíficos”.
UNA FAUNA DIVERSA
Según el estudio, los reyes de nuestro parque natural doméstico son los dípteros, o moscas y mosquitos: “hay más tipos de moscas asociados a los hogares humanos que ningún otro grupo de animales”, escriben los autores. Los principales depredadores de nuestro ecosistema son las arañas caseras, que se hallaron en un 65% de todas las habitaciones. También son comunes los ciempiés, así como las arañas escupidoras (escitódidos), que pueden expulsar su veneno a un centímetro de distancia para abatir a sus presas.
Muy frecuentes, pero menos conocidos, son los piojos de los libros, que se encontraron en 49 de las 50 casas, y que un estudio de hace unos años también halló en abundancia en una muestra de pisos madrileños. Estos bichitos son parientes de los piojos parásitos, pero inofensivos para nosotros; no así para nuestros libros, ya que se alimentan de la cola de encuadernación, rica en almidón. Este material también es un manjar para los pececillos de plata, que se nutren sobre todo de carbohidratos y que se cuentan entre los pocos animales capaces de digerir la celulosa por sí solos. Si surge la ocasión, los pececillos tampoco desprecian un bocado del pelo o la caspa que sus caseros humanos van soltando.
En la tupida selva de las alfombras se esconden los ácaros del polvo, que se ceban en nuestros copos de piel muerta, así como los derméstidos, un grupo de escarabajos que se alimentan de textiles de origen natural como la piel, lana, algodón o seda, además de aprovechar los recortes de nuestras uñas. Y por supuesto, no faltan las cucarachas, pero tampoco unas avispas parásitas cuyas larvas se alimentan de los huevos de este impopular insecto. Curiosamente, y aunque las polillas hacen notar su presencia con sus revoloteos, sólo representan dos de cada cien animales en la fauna de una habitación media.
MICROBIOS, DULCES MICROBIOS
Por debajo de los artrópodos existe otro nivel aún más invisible, el de los microbios. Un proyecto reciente ha analizado el llamado microbioma casero, la población de microorganismos que comparte nuestro hogar. Para comprobar cómo se relacionan nuestros microbios personales con los de nuestra casa, los investigadores tomaron muestras de personas y de sus hogares después de un cambio de domicilio, con el objetivo de saber si nuestros microorganismos colonizan nuestra casa o si es al contrario.
Según la conclusión del estudio, parece que nuestro hogar está donde están nuestros microbios. “Las comunidades microbianas que encontramos en las superficies de casa son casi enteramente derivadas de sus ocupantes”, resume a El Huffington Post el director del estudio, el ecólogo microbiano Jack Gilbert, del Laboratorio Nacional Argonne en Illinois (EE.UU.). Incluso una gran parte de las bacterias y los hongos que flotan en el aire de nuestra casa proceden de nosotros mismos, aunque el entorno también deja una firma distintiva.
Los investigadores descubrieron que cada uno poseemos nuestra propia “aura de microbios” que nos llevamos de un lado a otro, y que el espacio en el que convivimos es una suma de las contribuciones individuales. Cuando, por ejemplo, una persona de una familia se ausenta durante siquiera unos días, en la población microbiana de la casa se puede detectar ese hueco. También ocurre lo contrario: cada visitante que pisa nuestro hogar nos deja como regalo unos 38 millones de bacterias por hora, y no solo a través de la respiración, sino también, por ejemplo, en los restos de piel muerta (que, recordemos, a su vez proporcionarán alimento a alguna que otra familia de ácaros del polvo).
Incluso las personas que conviven sin guardar relación familiar entre ellas ni mantener excesivo contacto físico, por ejemplo estudiantes que comparten piso, tienden hacia un cierto patrón común en sus microbios personales, aunque la identidad es mucho mayor en el caso de parejas y de familias con hijos. Todo ello implica que la flora microbiana es particular de cada casa y diferente de unos hogares a otros.
DIFERENTES POR NARICES
En total, el análisis genético reveló más de 100.000 posibles especies de microorganismos, en muestras tomadas de diversas superficies de la casa como los pomos de las puertas, la encimera de la cocina, los interruptores de la luz o los suelos y de las manos, pies y nariz de sus ocupantes. Los investigadores descubrieron que la nariz es el hábitat que más difiere de unas personas a otras, mientras que compartimos más los microbios de nuestras manos. Y curiosamente, es en los microorganismos de los pies donde más se nota la diferencia de una casa a otra.
Sin embargo y a pesar de esta apabullante e invisible fauna microbiana, Gilbert advierte de que no debemos volvernos locos tratando de esterilizar nuestros hogares: aunque algunos de estos microorganismos puedan ser peligrosos, lo normal es que no nos molesten. “Encontramos uno o dos organismos patogénicos conocidos en nuestros muestreos y aún así ninguno de los participantes en nuestros estudios ha informado de ninguna enfermedad asociada a ellos”, apunta el investigador.
Sólo en el caso de tener heridas abiertas, o cuando en un hogar viven personas con enfermedades transmisibles, habría que tomar precauciones especiales, “e incluso entonces el riesgo para una persona sana es mínimo”, afirma el microbiólogo.
Gilbert ha dirigido también otros proyectos de ecología microbiana en espacios construidos por los humanos, como los baños públicos. Y su conclusión es que, en general, no es tan fiero el león microscópico como lo pintan: “Incluso en nuestros muestreos de baños públicos no hemos encontrado áreas que deban ser más esterilizadas que otras”, agrega. “Nuestros hogares no están tan sucios, y hemos hecho un gran trabajo casi erradicando la mayoría de los principales patógenos de nuestro entorno”.
En resumen, y aunque vivamos en una jungla, podemos limitarnos a disfrutar de ella en el sofá sin necesidad de organizar cacerías.