En buena compañía
Antonia Cencillo suele decir que tiene un ángel arriba y otro abajo, mientras señala al cielo y a la tierra. El terrenal es Ángel Chordá, el voluntario de Amigos de los Mayores que desde hace dos años dedica su tiempo a esta mujer de 83 años, optimista y locuaz. “Estoy deseando que llegue el sábado”, confía Antonia. Es el día de la semana que Ángel llama a su puerta para hacerle compañía durante dos horas. Para ambos ha sido su primera experiencia. En la organización estudian atentamente los perfiles de voluntario y mayor para lograr la mayor sintonía. Y lo consiguen. Ángel no tiene sensación de hacer voluntariado, simplemente viene a ver a Antonia. Para ella, este joven valenciano ya es como de su familia.
Antonia es feliz en torno a la mesa camilla. Sentado a su lado, Ángel escucha lo que ha dado de sí la semana y, a su vez, le cuenta los detalles de la suya. Si la semana ha sido aburrida, hablan de los personajes de la tele. Ninguna novedad se pasa por alto. Antonia incluso está al tanto de las compras de Ángel, que le muestra por el móvil, ese invento “tan bonito”, señala con la admiración de una generación que ha llegado tarde a los gadgets tecnológicos.
Él llegó a Madrid desde su Alzira natal, en Valencia, para trabajar de becario y con unas enormes ganas de que su vida cobrara sentido. Le empezaron a ir bien las cosas y se encontró con mucha energía para devolver a otros. Se considera una persona natural, que atesora entre sus recuerdos la especial relación mantenida con el abuelo. Así, llamó a las puertas de Amigos de los Mayores, organización con la que la Fundación Mutua Madrileña colabora en su actividad de acompañamiento y salidas de personas mayores. Superó la entrevista personal y a los tres meses, le asignaron a Antonia.
Antonia oyó hablar de Amigos de los Mayores a través de la asistenta social. “Como hablo tanto”, se justifica esta mujer nacida en Córdoba, educada en las labores del hogar. Recuerda el consejo de su abuelo: “Si te casas, tienes que saber coser; si no te casas, también”. Una fotografía de Antonia con traje de boda del brazo de su hermano en la habitación recuerda a la novia joven e ilusionada que un día fue. La experiencia del matrimonio salió mal, aunque ella siguió adelante con su vida. Ha trabajado en casas de escritores como Álvaro Pombo o Luis Cremades, cuidaba de sus cosas y ellos no la han olvidado, como muestran las dedicatorias de sus libros. Lamenta no poder salir más, después de la caída que sufrió hace unos pocos años.
Esta limitación hace necesario que dependa de la ayuda doméstica de los servicios sociales, aunque sigue haciéndose la comida. Lee, escribe –christmas, ahora que se acerca la Navidad o cartas a sus amigas del colegio con las que no ha perdido la relación-, ve televisión y cose para pasar el tiempo. Es una mujer a la que le gusta el contacto con la gente, con sus amigas y sus cinco sobrinos. Con Ángel “hubo química desde el principio”, señala. Los voluntarios de Amigos de los Mayores reciben formación para tener éxito en su actividad de acompañamiento, porque el objetivo de la organización es que “surja una auténtica amistad”, afirma Ángel. Él no conoce conflictos. Voluntarios y mayores tienen oportunidad de confraternizar en los encuentros con merienda de la organización, en Navidad y San Isidro. En ellos, Ángel puede apreciar que “hay mucho cariño”. Antonia está deseando que llegue la próxima cita.
Es una mujer animada. Ya ha disfrutado de las salidas de fin de semana fuera de la ciudad que la organización pone en marcha en verano. La actividad está pensada para que la persona mayor salga de su aislamiento y comparta sus comidas, paseos o juegos con otros mayores y voluntarios. Antonia lo pasó “estupendamente” en el hotel rural de Ávila. Se llevó una grata experiencia y nuevas amigas. “Nos llamamos por teléfono a diario para que ver qué nos duele”. Mantienen contacto telefónico y se invitan a sus casas. Ella tiene pendiente hacer en la suya unas migas. Se juntarán seis personas y Antonia ya está pensando en lo difícil que resultará conseguir que las migas estén al gusto de todos. “Unos las prefieren con uvas, otros con melón”. Visto así, hubiera resultado mejor ofrecer un salmorejo de su tierra, comenta con sentido del humor.
Antonia y Ángel coinciden en que su relación es enriquecedora. “Ambos damos y recibimos”, dice Ángel. Desde el principio, le ha satisfecho saber que con un poco de su tiempo, estaba dando mucho a otra persona. Por su parte, Antonia le ha dado paz en un momento complicado de su vida. “Encontrar a una persona responsable, diferente, ha sido como ir a terapia”.
Algunas veces pasean, pero si llueve se quedan en casa. Si algún sábado Ángel no puede hacerle compañía y acude un día entre semana, por la tarde, después del trabajo, especialmente en invierno, Antonia siente pena y le dice que se vaya, pero en el fondo quiere que esté con ella. Conoce a su familia y siente que él es un miembro más de la suya. El intercambio generacional ha proporcionado a Antonia la oportunidad de probar la comida internacional o asistir al musical El Rey León en la Gran Vía madrileña. “No se me olvidará en la vida”, asegura Antonia.