Dos mujeres, dos historias: Tsai Ing-wen no quiere ser Wu Zetian

Dos mujeres, dos historias: Tsai Ing-wen no quiere ser Wu Zetian

La soberanista Tsai Ing-wen, elegida presidenta de Taiwán, no alberga interés alguno en ser la presidenta de una posible China democrática asentada en Taiwan y con vocación de proyectarse al otro lado del Estrecho. Tampoco alberga tampoco interés alguno en la reunificación con el continente.

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Foto: REUTERS

La elección de una mujer, Tsai Ing-wen, como presidenta de la República de China o Taiwan supone ciertamente un hito histórico. Tsai, no obstante, quiere ser más presidenta de Taiwan que de la República de China. Me explico. La República de China une el destino de la vieja Formosa al continente y al relato histórico que reivindica la existencia de una sola China en el mundo. En ese duro proceso de desgajamiento territorial que China vivió a partir de las guerras del opio, la isla de Taiwan fue cedida a Japón a finales del siglo XIX tras una breve contienda que perdió la última dinastía imperial, los Qing. Desde entonces, durante más de cien años, salvo el breve interregno entre 1945 y 1949, el lapso que va desde el final de la Segunda Guerra Mundial a la conclusión de la guerra civil china, Taipei no ha estado bajo dominio del Gobierno continental, que el KMT quiso restaurar a sangre y fuego con sus ejércitos vencidos. Para Beijing es un asunto pendiente y la última de las grandes heridas históricas que ansía reparar.

Siguiendo el discurso de la República de China, el único paralelismo posible con Tsai en el mundo chino es el de Wu Zetian, quien fue también emperatriz de China entre los siglos VII y VIII y la única que reinó como soberana, llegando a proclamar su propia dinastía. Los moralistas confucianos eran más que reticentes y quizá por ello Wu fomentó el budismo como alternativa para dar legitimidad a su mandato. La legitimidad de Tsai reside en un apoyo igualmente histórico a su partido, el Minjindang o Democrático Progresista, que barrió a los nacionalistas del KMT, incluso en el legislativo, donde se encuentra en la oposición y sin posibilidad de bloquear el gobierno de Tsai. La mayoría del Minjindang no tiene parangón en la reciente historia taiwanesa.

La soberanista Tsai no alberga interés alguno en ser la presidenta de una posible China democrática asentada en Taiwan y con vocación de proyectarse al otro lado del Estrecho. El Minjindang, a diferencia del Kuomintang, no alberga tampoco interés alguno en la reunificación con el continente; por el contrario, apuesta por mantener el actual statu quo de separación de hecho y por avanzar hacia el reconocimiento de la existencia independiente de Taiwan. El problema radica en que las circunstancias no le son propicias y que el solo intento de formular ese objetivo representa un casus belli para Beijing.

El mandato que ahora inicia Tsai Ing-wen estará inevitablemente condicionado por esa especie de disociación. Aunque no lo quiera, tendrá que ejercer como tal, a la vez como presidenta de Taiwan y como presidenta de la República de China, cuidando de preservar los equilibrios precisos para no inclinarse demasiado ni a un lado ni a otro. Puede que en tal disyuntiva acabe por defraudar a los sectores más soberanistas de su partido, pero el riesgo de tensar las relaciones con el continente podría resultarle aun más costoso.

La gestión de tan delicada tesitura representará uno de sus mayores desafíos, tanto que podría condicionar largamente el tono de su mandato. La memoria de su antecesor en el cargo Chen Shui-bian (2000-2008) resulta poco atractiva y si algo debe temer es la repetición de sus errores.

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