Entre la información y el morbo
Una semana después de la tragedia en la que el pequeño Aylan Kurdi pereció ahogado sigo sin encontrar un argumento convincente que justificara la publicación de la foto del cadáver del niño de tres años, tendido boca abajo en una playa turca.
Una semana después de la tragedia en la que el pequeño Aylan Kurdi pereció ahogado sigo sin encontrar un argumento convincente que justificara la publicación de la foto del cadáver del niño de tres años, tendido boca abajo en una playa turca.
Desde el momento inicial, cuando vi por primera vez esa estampa, su publicación me causó inmenso dolor como papá y me produjo una honda vergüenza profesional, como periodista. ¿Cómo es posible que alguien hubiera resuelto divulgar semejante cosa? ¿Era necesario? ¿Qué justificaba mostrar esa imagen? ¿Con qué propósito se hizo? ¿Para sensibilizar al mundo? ¿Para vender más periódicos? ¿Para generar más tráfico en las redes sociales y más visitas a ciertas páginas de Internet? ¿Qué pasa en estos casos con el dolor de la familia? ¿Le gustaría a usted, querido colega, que el cadáver de un hijo o de un sobrino suyo fallecido en una tragedia como esa fuese exhibido de la misma manera?
Si lo que se pretendía era ilustrar el drama de la migración masiva de personas que huyen de la guerra, eso se podía reflejar de muchas formas, sin recurrir a algo tan grotesco. Para ese efecto, es más impactante ver los ríos de gente caminando por las autopistas de Hungría, tratando de llegar a Austria o Alemania, que la foto del cadáver de una criatura inocente.
Desde luego, no soy el primero ni el único que se ha crispado al ver ese cuadro, pues desde su aparición, quedó planteado el debate acerca de la necesidad o la conveniencia de lacerar a los lectores con una imagen como esa, que resulta más perturbadora que conmovedora.
En Europa, las opiniones se dividieron, y mientras casi todos los diarios alemanes y franceses optaron por no publicarla, muchos medios de Italia y Turquía la incorporaron en sus ediciones impresas.
Algo similar ocurrió en Estados Unidos, donde algunos periódicos publicaron las imágenes de ese cuerpo frágil yaciendo en la arena, pero otros escogieron la instantánea del niño muerto ya en manos de un guardacostas.
En este punto, me parece detestable el doble rasero que utiliza la prensa gringa en tales circunstancias. ¿Por qué, por ejemplo, los medios de ese país no mostraron imágenes de ningún cadáver del 11-S y en cambio sí, unos años después, publicaron restos ensangrentados y personas heridas en el ataque terrorista del 11 de marzo de 2004 en la estación de Atocha, en Madrid?
Las reacciones de repudio al 11-S y el tratamiento dado a la información en esa oportunidad demuestran que sin apelar al sensacionalismo ni al recurso fácil de la sangre o del dolor ajeno también se puede sacudir la conciencia colectiva.
Por otra parte, ¿quién nos garantiza que esa fotografía no fue premeditada, producida, calculada, con algún interés que iba más allá de la mera información? Claro, hubo un naufragio en el que perecieron unas personas, incluido Aylan, pero el ambiente y la composición de la escena, la soledad de la playa y el momento de su difusión me dejan más de una incógnita. ¿Fue de verdad una toma casual? ¿Con qué intención fue hecha? ¿Con qué objetivo ha sido divulgada?
Y, aunque esa desagradable imagen no apareció en El Tiempo ni en El Espectador, en Colombia la polémica también quedó abierta, tal y como lo he constatado estos días en varias discusiones con compañeros de oficio y con lectores desprevenidos. Por lo pronto, lo único cierto es que en este asunto ha habido poca compasión y demasiado morbo.
Este artículo fue publicado originalmente en el periódico El Tiempo