Prestige: también es tu culpa
La dependencia del petróleo, nuestras costumbres como sociedad, nuestro escaso interés por la movilidad sostenible o por la investigación en nuevas formas sostenibles de generación eléctrica, está también detrás de que haya buques surcando el mar con petróleo barato.
Como en España el Poder Judicial solo está sometido al principio de legalidad cuando nos interesa y cuando no nos interesa debe estar sometido a nuestra moral personal, los que critican la sentencia en el caso del Prestige ya son casi más que los espectadores de un Madrid-Barça. El desastre del vertido de petróleo del Prestige en Galicia fue una de las mayores catástrofes antrópicas (que no ambientales, como se dice, porque el culpable fue el hombre) ocurrida en España; una desgraciada sucesión de eventos, que si bien no se llevó consigo ninguna vida, provocó profundos daños en la sociedad, la economía y el medio ambiente gallegos; y entiendo que, para muchos, la ausencia de una fuerte condena para las personas que tomaron las decisiones aquellos días a bordo del buque y en tierra firme haya sido dolorosa o muy molesta. Pero vivimos, afortunadamente, en un Estado de Derecho. Dicho de otro modo, la ley es dura -en este caso, para la sociedad-, pero es la ley, y la obligación de los tribunales es respetarla.
A decir verdad, lo que me ha sorprendido no es la reacción de buena parte de la sociedad española, ni de la clase política, ni de los profesionales del derecho, la logística o el medio ambiente. Me ha sorprendido -aunque más por mi ingenuidad, supongo, que porque sea realmente sorprendente- la reacción del ecologismo social; que, al menos en España, ni es ecologismo ni es social. De hecho yo los definiría, tomando prestada la expresión, como el partido de la ideología clorofila, solo que ha pasado por la lavadora y les ha teñido alguna camiseta roja, de esas que ya solo sirven para hacer trapos.
El ecologismo social demuestra a menudo su irresponsabilidad y esta ocasión del Prestige no ha sido una excepción. Demostrando -de nuevo- que no les preocupa el medio ambiente, sino que les preocupa utilizar el medio ambiente como arma arrojadiza para conseguir objetivos políticos. Y en España cala el mensaje. Todavía, la mayoría de los medios de comunicación prestan más atención a gritones sin formación que ostentan el liderazgo de organizaciones ecologistas que a profesionales de disciplinas ambientales y territoriales y sus instituciones colectivas, cuando se trata de noticias del medio ambiente. No se puede culpar a los periodistas: los clorofilas hacen ruido y se hacen oír mientras los profesionales comentan en la intimidad (mensaje autocrítico, colegas: hay que salir más a la palestra).
Me habría gustado ver al ecologismo social aprovechar la ocasión para recordar que todos los ciudadanos son en una pequeña parte culpables de lo que ocurrió con el Prestige. Que la dependencia del petróleo, nuestras costumbres como sociedad, nuestro escaso interés por la movilidad sostenible o por la investigación en nuevas formas sostenibles de generación eléctrica, está también detrás de que haya buques surcando el mar con petróleo barato. Pero ingenuo que soy, esperaba demasiado del ecologismo social. No habrá manifestación pidiendo al CSIC que se esfuerce por sacar adelante la energía nuclear de fusión, no habrá manifestación pidiendo a los fabricantes de automóviles o a los gestores urbanos unos vehículos más respetuosos con el medio ambiente y una ciudad adaptada a todos; la única manifestación que les interesa es la de criticar al Gobierno para conseguir mejores perspectivas electorales a sus amigos. Una lástima.