Las diez decisiones que tomar en 2014 para salvar al mundo (no al planeta)
¡No vamos a salvar a La Tierra, por mucho que digan en ocasiones los eslóganes de los ecologistas! La Tierra no nos necesita. En todo caso, es al contrario: nosotros necesitamos al planeta. Y es por eso que lo que tenemos que salvar es la civilización.
El planeta en el que vivimos los seres humanos, La Tierra, tiene unos cuantos años. Aproximadamente, 4.600 millones, lo que comparado con los 50.000 años que han transcurrido desde que apareció nuestra especie -el hombre moderno- es una diferencia tan grande como la que hay entre el sueldo de un funcionario y la fortuna del presidente de Mercadona, Juan Roig.
En todo ese largo tiempo La Tierra ha tenido desde diferentes composiciones químicas de la atmósfera (incluso con muchísimo C02, y sin oxígeno) hasta supercontinentes. ¡No vamos a salvar a La Tierra, por mucho que digan en ocasiones los eslóganes de los ecologistas! La Tierra no nos necesita. En todo caso, es al contrario: nosotros necesitamos al planeta. Y es por eso que lo que tenemos que salvar es la civilización.
Aquí os expongo, sin orden de importancia, diez decisiones que debemos tomar en el año que comienza para ayudar a salvarnos:
1. Reducir el consumo de carne
Una costumbre de las sociedades desarrolladas es alimentarse de una ingente cantidad de carne. Esto podría ser un problema menor en el siglo XIX o incluso durante buena parte del siglo XX, pero con crecimiento demográfico y el acceso a cada vez más recursos económicos de una parte importante de la población del planeta, el consumo de carne se ha multiplicado y con ello el suelo destinado a cultivos para alimentar al ganado. Como consecuencia: menos personas pueden acceder a los alimentos en el mundo y se deforestan grandes superficies.
2. Vivir más densamente
Si hay algo que salvará a la civilización es lo mismo que nos hizo civilización: vivir en la ciudad. Solo con ciudades más densas reduciremos drásticamente las necesidades de energía para transportarnos, la contaminación que genera la movilidad y los problemas asociados a ella (como los atascos, o el coste de construcción de nuevas infraestructuras). El sprawl, es decir, la urbanización dispersa en forma de chalets con jardín y piscina, tan propia de América del Norte y más recientemente importada a países con un urbanismo típicamente compacto, como España, es uno de los mayores problemas ecológicos del mundo desarrollado.
3. Movernos de forma más eficiente
Sea en los desplazamientos de las personas o de las mercancías, en las ciudades y sus áreas metropolitanas o en las largas distancias, un mundo viable y globalizado pasa porque nos movamos de forma más sostenible. El urbanismo debe facilitar ciudades abarcables a pie y la ordenación del territorio regiones abarcables en transporte público. Los vehículos privados más ecológicos (los no motorizados, como las bicicletas, o los motorizados con combustibles alternativos, energía eléctrica o bajas emisiones) deben ganar también peso frente a los más contaminantes.
No hay un medio de transporte más sostenible que el que mejor se adecúe a su demanda real: haríamos mucho pensándonos dos veces las inversiones en infraestructuras que no son necesarias y que consumen suelo y recursos (naturales y económicos) para devolvernos más bien poco. Los costes ambientales de un microbús (aunque consuma combustibles fósiles) son menores que los de un gran tren eléctrico si éste va vacío.
4. Invertir en nuevas formas de energía
Los combustibles fósiles no son renovables a escala humana (sí a escala geológica, pero no viviremos para contarlo). No podemos depender de ellos eternamente, pero tampoco parece que vayamos a poder hacerlo de las energías renovables convencionales. La inversión en el desarrollo de nuevas formas de generar energía -y no sólo en implantar las energías renovables actuales, por buena prensa que tengan- debería ser una prioridad de todos los países.
5. Fomentar una agricultura comercial más sostenible
Y más sostenible no quiere decir ni ecológica, ni más verde. Necesitaremos, seguramente, organismos genéticamente modificados para incrementar la productividad. Y también fertilizantes y pesticidas. La mejor agricultura es la que produce más con menos superficie, pero con técnicas que permitan garantizar la producción de las siguientes generaciones: es decir, sin contaminar el agua ni esquilmar el suelo.
No es razonable deforestar miles de hectáreas de gran valor para plantar soja con la que producir biocombustible, ni tampoco lo es comprar frutas supuestamente ecológicas que han viajado decenas de miles de kilómetros en barco para llegar hasta nuestras casas. Priorizar los productos locales de agricultura tradicional es un granito de arena que todos podemos poner.
6. Hacer una gestión eficiente del agua
El agua es un recurso fundamental para la vida. Hoy no hay ni menos ni más agua en el planeta que hace miles de años: el del agua es un ciclo cerrado. En cambio, sí hay muchos más seres humanos consumiendo cantidades ingentes de agua, tanto para la agricultura y la industria como para el consumo doméstico. Hay que utilizar el agua de forma que llegue a todos. Además, el agua es un recurso muy desuniformemente distribuido: debemos ser solidarios con él.
7. Protegernos mejor de los riesgos ambientales.
El agua, igual que nos da la vida, puede quitárnosla en forma de peligrosas inundaciones. La Tierra en la que vivimos también puede hacerlo, con eventos meteorológicos adversos, volcanes, terremotos... Está demostrado que en la actualidad no hay mayor peligro de que se produzcan estos eventos, pero sí estamos sometidos a mayor riesgo. Somos más los que vivimos en lugares de riesgo. Sólo una ordenación sostenible, racional y profesional del territorio nos protege de los riesgos naturales.
8. Gestionar bien los residuos
Una de las costumbres ecológicas más arraigadas en los hogares es el reciclaje, pero para obtener beneficios ambientales, sociales y económicos reales del reciclaje, debemos gestionar el ciclo integral de los residuos de una forma responsable. De nada sirve reciclar un ordenador en una ciudad europea si sus componentes acaban dispersándose por el aire del lugar más contaminado del mundo, donde sus habitantes se dedican, precisamente, a reciclar.
9. Asumir que el clima cambia (y que todo el cambio no es por nuestra culpa)
El clima cambia, ha cambiado siempre y va a seguir haciéndolo. Pero que el clima cambie no lo observamos en que este diciembre haya llovido más o menos que el del año anterior. Son cambios a gran escala. Empieza a haber consenso científico en que el ser humano, especialmente desde la revolución industrial, ha contribuido a alterar el clima. Debemos reducir nuestras emisiones de gases de efecto invernadero hasta un objetivo sostenible, como antes hicimos con los CFC. No puede ser una misión imposible. No obstante, que nosotros dejemos de emitir gases no hará que el clima deje de cambiar. Habrá cambios a los que las generaciones futuras deberán acostumbrarse, y no es mal momento para empezar a planificarlo. La mayor parte de la responsabilidad recae, de nuevo, en la ordenación del territorio.
10. Ser sostenibles (no ecológicos)
La sostenibilidad es un equilibrio, y el desarrollo sostenible es buscar una mejor calidad de vida para las personas que habitan este planeta hoy, pero también en el futuro. La sostenibilidad es una yuxtaposición de tres dimensiones: la ambiental, la social y la económica; y no hay peor enemigo de la sostenibilidad que el defensor a ultranza de una de las tres. Igual que un planteamiento puramente economicista de las sociedades acabaría por terminar con ellas, también lo haría un planteamiento puramente ecologista.
El crecimiento económico sin medida y, sobre todo, sin regulación (social y ambiental) es un despropósito. También lo es la teoría opuesta. El crecimiento cero o, peor todavía, el crecimiento negativo, no puede contentarnos ni ser nuestra solución a los problemas. Es cobardía. La solución a un grave problema no es ni poner la vista en otro sitio ni cerrar la civilización y disponerse a vivir como en el Neolítico. Entre otras cosas porque ahora somos muchos más que en el Neolítico y tampoco sería viable ambientalmente.