Eurovegas: no hagan juego
Adelson trae una idea de negocio que tal vez funcione. Puede que incluso sea una gran idea -el tiempo lo dirá-, pero nos obliga a encajarla a la fuerza en nuestro país como si se tratara de una pieza de otro puzle; como si tuviésemos miedo a ver suelo sin edificar o a sentarnos a hacer un planteamiento serio de lo que queremos y necesitamos.
No hay un solo periódico que no haya hablado de él, pero el multimillonario Sheldon Adelson era un absoluto desconocido para los españoles hasta que en 2011 pisó nuestro país para hacerle al Gobierno de Rodríguez Zapatero algo que el cine habría inmortalizado como "una oferta que no podría rechazar". Hoy casi todos conocemos su empresa, Las Vegas Sands Corp., una multinacional del juego originaria de Nevada, aunque con presencia en otros exóticos lugares como Macao y Singapur, y casi cada detalle de sus negocios y sus afinidades.
La propuesta que Adelson traía bajo el brazo no era nueva. De hecho a muchos nos recordó enseguida al famoso pufo de Gran Scala que el Gobierno aragonés se coló en propia puerta -y además por todo lo grande, llegando a redactar una ley ad hoc- y que consistía, poco más o menos, en levantar un paraíso del juego en mitad de Los Monegros. El proyecto, que venía avalado por inversores de dudosa capacidad y por una viabilidad que habría generado reticencias hasta al más optimista, quedó en nada. No se levantó ni un solo edificio, pero, eso sí, este amago de fraude se llevó por delante toda la credibilidad del entonces presidente Marcelino Iglesias.
El equipo de Sheldon Adelson, sin duda, ha jugado mejor sus cartas. Le avala su experiencia en el sector (no en vano posee casinos en medio mundo, aunque tiene menos empleados que la empresa catalana de juego Cirsa), además de haber optado por una ubicación mejor elegida que Los Monegros y sobre todo, haber acertado a la hora de ganarse apoyos. El enfrentamiento entre Madrid y Barcelona para albergar el Eurovegas de Adelson no parece algo al azar. Sin duda, Las Vegas Sands valoró que la mejor forma de conseguir el máximo apoyo en cualquiera de las dos ciudades era convertir la ubicación de su complejo de casinos en algo así como una pugna de egos entre las dos urbes que se pelean por ser la ciudad española de referencia en el mundo.
Eurovegas es, sin duda, un proyecto megalomaníaco. Sus cifras, sencillamente, asustan. Vean algunos números: la superficie que los promotores dicen necesitar para completar el proyecto (750 hectáreas) es equivalente a todo el distrito del Ensanche en Barcelona, en el que viven cerca de trescientas mil personas, o a la mayor parte del casco urbano de Bilbao. Si finalmente se concluyera, se levantaría sobre un suelo en el que cabrían casi ocho veces el parque madrileño del Retiro, tres veces el núcleo costero de Gandía o dos veces el casco histórico de Sevilla. Sólo el complejo de Eurovegas una vez acabado albergaría más plazas hoteleras que Benidorm, Barcelona o Madrid, multiplicando casi por 20 el número de plazas hoteleras del mayor casino del mundo, el Marine Bay Sands, que Sheldon Adelson posee en Singapur -que, por cierto, pese a haber sido el más caro de la historia del negocio del juego sólo ocupa unas 20 hectáreas-.
El coste total de Eurovegas se estima cercano a los 20.000 millones de euros (el triple que el Marine Bay Sands de Singapur o que la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas), y sus defensores dicen que crearía más de 250.000 empleos, tantos como tiene el grupo Telefónica en todo el planeta, o más de los que suman Apple, Google, Microsoft y Yahoo. Para ubicarlo, el magnate estadounidense ha elegido la localidad de Alcorcón, en un suelo en el que quienes hoy se oponen al desarrollo del macrocentro del juego proponían la irracional construcción de nada menos que 26.000 viviendas, que comparativamente sería desarrollar desde cero una capital de provincia como Toledo o Guadalajara.
Con algo de sensatez y las cifras en la mano, solo se puede decir que Eurovegas, tal y como nos lo presentan, es irrealizable. Tal vez podría desarrollarse una versión descafeinada, pero no el proyecto completo. Con las grandes cifras Adelson habría conseguido atención mediática, apoyo popular y rapidez burocrática. Si luego deja el proyecto a medias, siempre habrá a quién culpar.
Por mucho que algunos coreen que los casinos traerán a España prostitución, drogas (curiosamente suelen ser los mismos que abogan por la legalización de ambas cosas) o blanqueo de capitales, no creo que ese sea el debate más trascendente. Dicho sea de paso, quien piense que antes de Eurovegas no hay ya en España prostitución, drogas o blanqueo de capitales posiblemente no viva en España. A mi entender, el mayor problema pasa por la perpetuación de un modelo equivocado en la planificación y la gestión de nuestro recurso menos renovable, el más limitado de todos cuantos nos serán necesarios hoy y en el futuro: el territorio.
Estamos invirtiendo el proceso de la planificación. La ordenación del territorio se empieza por el análisis y el diagnóstico, es decir, por evaluar qué ocurre en nuestro espacio y qué necesidades tenemos que abordar. Aquí se ha hecho al revés: se ha confeccionado en el estudio un proyecto que valdría para cualquier lugar del mundo y se le ha buscado encaje en el territorio, como si se tratara de guardar en el armario la nueva prenda que hemos comprado en las rebajas. ¡Pero hemos comprado una prenda que no sabemos si necesitamos, si nos combina con las demás o si nos cabe en el armario!
El problema de Eurovegas no es Eurovegas. No comparto ni el mensaje puritano que alerta de los peligros de los casinos, ni el mensaje del ambientalismo que hoy critica casinos igual que ayer defendía construir una ciudad de cien mil habitantes en mitad de la nada, sencillamente porque los gobernantes de ayer eran más de su agrado que los de hoy. Un técnico del territorio jamás rehusará como concepto un casino, un centro turístico o una macrociudad dormitorio como la que se proponía para el mismo lugar que puede que algún día ocupen ruletas y mesas de póquer y black jack, sin antes haber analizado si son las soluciones necesarias para los problemas que se le presentan; pero desde luego se opondrá de plano a encajarlo dónde quepa sin evaluar la viabilidad y la necesidad de hacerlo, sin estudiar si es la solución adecuada para su entorno, si tiene cabida en las redes de transporte, en la infraestructura verde, en las potencialidades de desarrollo de otras actividades en el mismo territorio...
Como decía, el problema de Eurovegas no radica en Eurovegas, sino en un concepto de política territorial pervertido mil y una veces al servicio de los intereses más variopintos. Construir por construir. Reclasificar o recalificar suelo como fin, y no como medio. Eurovegas es el paradigma de la malinterpretación del principio constitucional que aboga por la participación de la comunidad en las plusvalías del proceso urbanizador. A cambio de plusvalías en lato sensu (en forma de puestos de trabajo presuntos y dinamización económica por llegar), ya que los impuestos por las plusvalías en stricto sensu seguramente serán perdonados, renunciamos sin habernos parado siquiera a pensarlo, a ocupar el territorio como mejor nos convenga, y quizás a generar más trabajo y más actividad económica. O quizás no. Pero sin un análisis sosegado no podremos saber si los casinos que Adelson nos trae en un paquete cerrado y sobre el que no podemos opinar son la solución que queremos y tal y como la queremos.
Adelson trae una idea de negocio que tal vez funcione. Puede que incluso sea una gran idea -el tiempo lo dirá-, pero nos obliga a encajarla a la fuerza en nuestro país como si se tratara de una pieza de otro puzle; como si tuviésemos miedo a ver suelo sin edificar o a sentarnos a hacer un planteamiento serio de lo que verdaderamente queremos y de lo que verdaderamente necesitamos. Las Vegas Sands ha venido como lo habría hecho Chiquita en la Centroamérica bananera: nos ha presentado su maqueta, ha elegido la ubicación y hasta parece que ruega que se expropie a los propietarios para no tener que negociar con ellos. No podemos saltarnos los pasos: diagnostiquemos las necesidades de nuestro país, evaluemos cómo queremos saciarlas, ordenemos el territorio con sensatez, disciplina y consenso, y entonces, y sólo entonces, será el momento para recibir las ofertas.