El largo aliento de un Podemos con memoria

El largo aliento de un Podemos con memoria

No nos resultará difícil ni extraño trabajar con quienes ya compartimos desde hace tiempo la calle. Y para ello, Podemos ha de ser generoso, inclusivo, pero sobre todo, valiente. No debe tener miedo a desdibujarse. Definirse por oposición a otros puede dar sensación de seguridad y fortalecer nuestra sensación de pertenencia, pero conduce al sectarismo y produce competencia y rivalidades.

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Foto: EFE

En épocas de crisis, el desarraigo político y la desmemoria del pasado histórico de las clases populares siempre ha sido, por desgracia, buen fermento para que surja el monstruo del fascismo. Cuando el descontento de los de abajo, siempre los más golpeados por los desmanes de esta agresión continuada y planificada que venimos padeciendo por parte de las élites neoliberales, es recogido por quienes ofrecen soluciones fáciles apuntando a enemigos equivocados, el plato está servido. Y para muestra, el botón Trump o el fantasma xenófobo que se enrosca en la espina dorsal de Europa y que condena al hielo y a las vallas a miles de refugiados en nuestras fronteras, tiñendo de vergüenza nuestro presente y apuntando a un futuro escalofriante.

Por fortuna, como se ha dicho, en España el 15-M nos vacunó contra esta deriva. Porque, en su "Somos los de abajo contra los de arriba" supo superar el desencuentro del pueblo con el bipartidismo de los recortes y sentó las bases para reivindicar un espacio que iba más allá del eje tradicional izquierda-derecha y con el que se identificaron rápidamente las clases populares y las clases medias empobrecidas de nuestro país.

¿Por qué el 15-M leyó correctamente la crisis del 2008 y afirmó resueltamente "No somos mercancías en manos de políticos ni banqueros"? Entre otras causas, porque se alimentó desde su origen de un caudal plebeyo y emancipatorio por el que transitaron afluentes como Juventud Sin Futuro, Democracia Real Ya o ATTAC , vinculados al Foro Social Mundial y de tinte progresista y antineoliberal. El 15M tuvo una conexión temprana y decisiva con una tradición de lucha por los derechos de los de abajo. Si pensamos en la trayectoria particular de partidos políticos de la izquierda tradicional o en la de los sindicatos mayoritarios en España, este hilo conductor tiene sus luces y sus sombras -como todo en este mundo-, pero existe. Y los que trabajamos en la dirección del cambio no podemos permanecer ajenos. Y mucho menos caer en planteamientos prepotentes ni adanismos excluyentes.

Porque el éxito de Podemos no puede entenderse sin atender al tejido social preexistente y abonado por el influjo del 15-M.

Nos situamos en frente de quienes dañan a los más vulnerables, y somos nietos e hijas de quienes nos precedieron en la lucha.

Pretender trasformar nuestra sociedad enferma en un mundo más justo es la sana y legítima aspiración de la gente de bien. Pretender que esa trasformación sea abarcable únicamente desde el color -por muy morado que sea- de una sigla es, o tan ingenuo que despista, o tan sectario que asusta.

Leer nuestro dolor como sociedad e intentar organizar a la sociedad misma para que se defienda pretende superar este marco de análisis partidista. Apostar por enriquecer espacios abiertos y comunes va en la dirección de levantar puentes y no muros. El momento histórico lo requiere. El sentido común lo reclama. Entender que los partidos son meras herramientas que se construyen para ser usadas por la gente y no son un fin en sí mismos. Eso es algo que la gente de a pie, ajena a intereses orgánicos, entiende muy bien.

Por eso, Podemos no puede limitarse a ser un partido más.

Del primer Vistalegre salió una estructura organizativa interna acorde con la necesidad de los tiempos: estructura sólida. Abierta, pero sólida. Para el ciclo electoral que nos esperaba, era necesario tal pragmatismo. En esta nueva fase, Podemos debe fortalecerse por abajo, debe llegar a más gente. Y por ello, debe crecer, a la vez que fortalecerse y abrirse al tejido social hermano preexistente al surgimiento de Podemos. No nos resultará difícil ni extraño trabajar con quienes ya compartimos desde hace tiempo la calle. Y para ello, Podemos ha de ser generoso, inclusivo, pero sobre todo, valiente. No debe tener miedo a desdibujarse. Definirse por oposición a otros puede dar sensación de seguridad y fortalecer nuestra sensación de pertenencia, pero conduce al sectarismo y produce competencia y rivalidades. Construyamos con valentía, desde los valores de la cooperación y la fraternidad y seremos capaces de transformar la sociedad en la dirección de la fraternidad y la cooperación. Un Podemos grande y unido en defensa de los intereses de la mayoría y en contra de los planes de austeridad y el continuismo del Gobierno de la Triple Alianza PP-PSOE-C's es el objetivo inmediato y el horizonte al que dirigir la mirada.

Por eso es de justicia conectar, reconectar con nuestro pasado, con el movimiento sindical, con los movimientos sociales, con la PAH, con las Mareas, con los partidos que se situaron -con luces y sombras, como todo en este mundo- a la izquierda y de frente a la injusticia social.

Nos situamos en frente de quienes dañan a los más vulnerables, y somos nietos e hijas de quienes nos precedieron en la lucha.

Rendir ese tributo al pasado nos honra, nos ubica en la Historia y nos enraiza con lo más profundo de nuestra razón de ser. Porque todos somos necesarios, pero quienes nos precedieron en las luchas son imprescindibles y merecen todo nuestro respeto y reconocimiento.

Por eso, es esencial que en esta nueva etapa, tras la asamblea de Vistalegre II nos centremos en reconstruir espacios y enriquecer las relaciones con los movimientos, recomponer los círculos y trabajar codo con codo con todas las personas comprometidas con un cambio verdadero.

Si somos capaces de imaginar y soñar con una sociedad más humana y nos organizamos desde la diversidad de los de abajo para dibujarla fraternalmente, habremos empezado a vencer.