El retorno de la JESP: una JASP en Madrid
Dudas. Reflexión. Lágrimas. Sonrisas. La verdad es que no sé que hacer. Me cuesta creer que me hayan ofrecido un trabajo de periodista en España. Precario, claro. Pero trabajo al fin y al cabo. Sin duda es una buena noticia. Aunque lo cierto es que ya le he cogido cariño a Dublín.
Dudas. Reflexión. Lágrimas. Sonrisas. La verdad es que no sé que hacer. Me cuesta creer que me hayan ofrecido un trabajo de periodista en España. Precario, claro. Pero trabajo al fin y al cabo. Sin duda es una buena noticia. Aunque lo cierto es que ya le he cogido cariño a Dublín, y más ahora, que ya casi puedo vivir con lo que gano de mis artículos -precariamente también, por supuesto-. ¡Qué narices te cuestionas, Vero! ¿No emigraste cabreada porque no había manera de conseguir un contrato en tu país? Pues ahora lo tienes. Prepara las maletas, y vuelve.
Aterrizo. Ya estoy aquí. En un Madrid más apestoso que nunca. Y digo apestoso porque, desde que llegué, he notado un curioso tufo permanente en la ciudad. ¿Qué será? ¿Paranoias mías, tal vez? No lo creo; tras mi corta pero intensa estancia en casa de Mr. Dirty en Dublín, mi umbral de tolerancia a la suciedad ascendió un poco-mucho-bastante. Bueno, Vero. Relaja. Quizá estés siendo demasiado radical. Démosle una oportunidad a esta, nuestra bella y olorosa capital.
Whatsappeo con mis castizos amigos y quedo en Malasaña. Dejo el coche en Ciudad Universitaria (buffff...¡cómo odio tener que volver a vivir en las afueras y cogerlo para todo!), y a continuación me introduzco en la boca de metro. Ehmmm... tic, tac, tic, tac... ¡¡¿¿Son las 8 de la tarde y el siguiente tren pasa en 9 minutos??!! ¡Y yo en Dublín vendiendo que el metro de Madrid es lo mejorcito que hay en Europa! Hay que ver. La próxima vez me voy en bus. Tras un recorrido que dura 20 minutos más de lo que solía antes de emigrar, me reúno con mi panda en la parada de Tribunal. Compramos unas latas de selvesa flía a un encantador asiático que tira de un carro de la compra de los que usaba mi abuela nonagenaria sorda en los 90 (años en los que todavía oía sin que tuviésemos que utilizar una bocina para que se percate de que le estamos hablando). Desafiando a las autoridades policiales, nos las bebemos en la Plaza de San Ildefonso.
Todo marcha con normalidad; sentados en un círculo, hablamos sobre la fiesta que se pegó uno ayer, la entrevista de curro que otro ha hecho hoy, y el chico con el que quedará otra mañana. Al terminarme la lata, me dirijo a una papelera para tirarla. Vaya, está a rebosar, pues sí que hay ambiente hoy. Camino hasta otro cubo cercano -yo es que soy muy cívica-, y compruebo que se encuentra en el mismo estado que el anterior. Me paro a contemplar la plaza y las calles aledañas. ¿Pero qué leches pasa? ¡Está todo repleto de cochambre! No me queda más remedio que depositar la cerveza vacía junto con otros 29740813740374021 kilos de porquería aglomerados en torno a la papelera. Ahhh, vale. Al volver al círculo, mis amigos me informan sobre la huelga de basura en la capital. Menos mal que ya ha tocado fin. De no haber sido así, en lugar de recorrer la calle Fuencarral a pie, hubiéramos empezado a hacerlo en tanque para no quedarnos atrapados en la tumultuosa y gruesa capa de mugre.
El tema genera un debate encarnizado sobre el comportamiento de los reivindicativos basureros, que se queda en el aire por la inesperada interrupción de un personaje espontáneo harapiento bastante contentillo. Como si nada, se abre hueco entre nosotros e intenta entablar una conversación. Lo intenta pero no lo logra, porque el nivel de alcohol que corre por sus venas hace que su lengua no sea capaz de articular palabra. Poco a poco, van uniéndose sus amigos, otros personajes espontáneos harapientos más contentillos aún. Aunque en un principio no les hacemos mucho caso, cuando me quiero dar cuenta ya están sentados con nosotros. Remarco que antes de mi experiencia JESP no había tantos homeless en la calle, y es que la tasa de pobreza en nuestro país se ha duplicado desde que empezó la crisis, afectando ya a tres millones de españoles. ¡Ay, la madre del cordero! ¡Qué va a ser de ellos! Si no tenían ya bastante con lo suyo, además les van a empezar a caer multas en 2014 cuando se apruebe la nueva ordenanza de la bilingüe Annie Bottle contra la mendicidad y la prostitución.
Qué horror. Qué horror la basura por todas partes. Qué horror el farfullar de los acoplados espontáneos. Hasta la selvesa es un horror, que ya parece pis de gato. En fin. Esto es lo que hay. Sin mediar palabra, mis amigos y yo decidimos mimetizarnos con el ambiente surrealista que se ha creado. Uno de los personajes harapientos saca una guitarra de no se sabe dónde. Tras unos acordes arrítmicos, comienza a emitir unos sonidos guturales que no sabemos muy bien si nos recuerdan a Asturias, patria querida o Pongamos que hablo de Madrid. Da lo mismo; todos nos ponemos a tararear. Eso sí, cada uno, lo que le da la gana. Keep tuned...