El eclipse de Borrell
Josep Borrell aterrizó en la política catalana en 2016 con un libro debajo del brazo: Las cuentas y los cuentos de la independencia (La Catarata). ¿Serían más ricos los catalanes independientes? ¿Se calculan las balanzas fiscales en Alemania como dicen los independentistas? ¿Sería Cataluña miembro de la UE? ¿Qué coste tendría la Defensa, el servicio exterior? Esto era una novedad en la política española, hasta entonces centrada en una idea: la independencia de Cataluña es imposible y, puesto que es imposible, no hay que argumentar en contra. Si se acepta el debate, se está legitimando a la otra parte. ¡Error! La independencia es imposible. ¿Cómo va a ser malo algo que es imposible? Simplemente, no se discute.
Al contrario de lo que hizo el Gobierno británico con la campaña "mejor juntos" dirigida a los escoceses, la política española renunció a argumentar en favor de la unidad de España. La unidad se da por hecha, puesto que es la base del sistema constitucional. No hay discusión. No es que la unidad sea mejor que la separación. La unidad es lo que hay. Punto. Borrell traía otra cosa: aportaba razones al debate. Mejores o peores, pero razones. Argumentaba en contra de la independencia, discutía con datos frente a los independentistas.
En aquel momento, esa iniciativa de Borrell no generó gran entusiasmo en la política española. Los estrategas del Gobierno de Mariano Rajoy estaban en otra línea: no entrar a discutir. Consideraron que, si aceptaban el debate, aunque lo ganaran, en realidad lo perdían, porque habrían dejado ya para siempre la puerta abierta a una futura secesión. Fue su opción: encerrarse en la idea de que la ley impide la independencia para tratar de dejarla fuera del debate político, circunscribiéndola al ámbito judicial. Esta opción tiene un 'pequeño' fallo: en Cataluña sí existía ese debate, y si a un debate solo acude una de las partes, no es difícil que lo gane. El Gobierno catalán planteó abiertamente el debate sobre la independencia en el año 2012: los independentistas llevan ya siete años de ventaja.
Es comprensible que cualquiera, desde la Presidencia del Gobierno, sienta el vértigo de aceptar una discusión que puede abrir una puerta que deje un mínimo resquicio para un cambio que en el futuro puede alterar la historia de España. Probablemente, si uno es presidente del Gobierno toma sus decisiones con más prudencia que en la barra de un bar. ¿Se puede aguantar el tirón durante diez, quince, veinte años? ¿Qué son veinte años en la historia de España? Apenas un mal momento.
Otra cosa es verlo desde el punto de vista de ciudadanos que, tal vez, tuviéramos derecho a un debate racional, no fundamentalista, sobre si la independencia de Cataluña es una buena o una mala idea, si la unidad de España es una buena o una mala idea, y también sobre si un referéndum es una buena o una mala idea. El Brexit está dando argumentos a quienes discuten que un referéndum sea la solución: se vota sí o no a una expectativa que puede no corresponderse con el resultado final de la negociación. Al contrario de unas elecciones, un referéndum es una votación irreversible. ¿Qué se hace si el resultado de la negociación sobre la independencia no se corresponde con lo inicialmente esperado?
En algún momento pareció que la política española podía deslizarse hacia esta discusión. El exministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García Margallo, apuntaba en esta dirección. Llegó a acudir a un debate televisado (en Cataluña) sobre la independencia de Cataluña. No agradó nada a su partido ni a su gobierno. ¿Cómo vamos a discutir sobre algo que es imposible? ¿Acaso iríamos a un debate sobre si la Tierra es plana o redonda? Josep Borrell, como Margallo, discutía con datos, con argumentos.
En otoño de 2017, con el independentismo a la ofensiva, Borrell fue rescatado como un héroe social. Aupado, saludado, felicitado... El hombre que se enfrentaba a los independentistas desde la razón... Hasta que le nombraron ministro y cambió. Vuelta a lo de siempre: la independencia es imposible, por tanto no se argumenta en contra. Borrell se mimetizó con el paisaje. Se eclipsó su estrella. Será interesante comprobar qué papel asume en esta próxima campaña electoral: ¿la independencia es una mala propuesta política o es imposible y por lo tanto ni se discute?