El 'corsé del régimen'
No es de extrañar que los diferentes populismos se ensañen con la Constitución, porque esta sirve, precisamente, como dique de contención contra las arbitrariedades de los políticos que se creen por encima de las leyes. Las personas que quieren romper por las bravas con la Constitución en aras, supuestamente, de la libertad del pueblo, esconden, en realidad, que son incapaces de negociar para lograr las reformas necesarias que ellos anhelan. Y la negociación y el diálogo son claves para una buena salud democrática.
De un tiempo a esta parte, se ha puesto de moda por parte de los diferentes populismos que campan por nuestro país, presentar la Constitución como una especie de rígido corsé que impide la libertad de los ciudadanos. Presentan la Carta Magna como una imposición de lo que ellos llaman el "régimen del 78". Por supuesto, la elección de las palabras no es casual y sirve para vincular ese logro democrático de todos los españoles con la nefasta dictadura franquista.
No es de extrañar que los diferentes populismos se ensañen con la Constitución, porque esta sirve, precisamente, como dique de contención contra las arbitrariedades de los políticos que se creen por encima de las leyes. Pondré un ejemplo sencillo. Hace unas semanas era habitual escuchar discursos de alarma ante la posibilidad de que Donald Trump pudiera llevar adelante sus promesas electorales pero bien pronto quedó claro que eso no será así porque en un Estado de derecho, con un marco legal difícil de cambiar, como es el de la Constitución, y una separación de poderes, no resulta fácil que cualquiera que llegue al poder haga y deshaga a su antojo.
La Constitución española no es inamovible, todo lo contrario, se puede modificar toda ella, a diferencia de otras constituciones de nuestro entorno que tienen aspectos que no se pueden tocar. Pero, para poder modificarla, son necesarias unas mayorías reforzadas. Esto, lejos de ser algo negativo, nos protege contra las veleidades de cualquier partido que tenga mayoría absoluta. Las personas que quieren romper por las bravas con la Constitución en aras, supuestamente, de la libertad del pueblo, esconden, en realidad, que son incapaces de negociar para lograr las reformas necesarias que ellos anhelan. Y la negociación y el diálogo son claves para una buena salud democrática.
Una de las críticas que se suele hacer a la Constitución es que muchas personas que somos adultas hoy en día no la votamos. Claro, eso sucede con la inmensa mayoría de las constituciones de las democracias occidentales. Han votado, eso sí, enmiendas y reformas, pero no la Constitución en sí. También suelen añadir que se elaboró bajo las órdenes de la dictadura franquista. Si bien es cierto que en el momento de su redacción la situación era muy complicada, esto, lejos de quitarle méritos, se los suma: personas de ideologías muy diferentes lograron olvidar sus diferencias y ceder de un lado y del otro para que el texto tuviera el máximo de consenso posible.
Además, si estos argumentos fueran válidos para denostar nuestra Constitución, no sé dónde quedaría la alemana. La Ley Fundamental fue redactada por un Consejo Parlamentario de 65 miembros nombrados por los gobiernos de los once estados federados de la Alemania Occidental, a instrucción del mando militar de las zonas de ocupación estadounidense, británica y francesa. El 8 de mayo de 1949, el Consejo Parlamentario aprobó la Ley Fundamental con mayoría absoluta, el 12 de mayo fue ratificada por los gobernadores militares y, durante los días siguientes, por los parlamentos de los estados federados a excepción de Baviera, que rechazó el texto. Desde luego, a nadie se le ocurre dudar que Alemania es una democracia con un Constitución legítima pese a las circunstancias en las cuales fue redactada y pese a que el pueblo no la votó.
Seguramente, lo mejor para la propia Constitución es hacer reformas para adaptarla a la actualidad y para que la gente la pueda sentir más suya al vivir ese proceso. Se han de hacer reformas para clarificar competencias y para blindar los derechos de los ciudadanos. Pero ha de ser una reforma realizada desde el máximo respeto y con el espíritu de crear un texto que concite el máximo consenso posible. Esto, además, serviría para anular los argumentos de aquellos que la representan como un corsé impuesto que no han votado.
En todo caso, en medio de este desprecio a la Carta Magna de ciertos partidos políticos, encontramos también motivos para la esperanza. Este año, Rubí va a ser el primer ayuntamiento de Cataluña que celebre institucionalmente el día de la Constitución. Como rubinense, no puedo sentirme más orgullosa de mi ciudad, y espero que la iniciativa se contagie a más ayuntamientos el próximo año y que cada vez seamos más los ciudadanos que celebramos este día.