La condena
Parece extraño pero existen. ¿Quién? Los italianos, como yo, que están hartos de Berlusconi, del 'bunga bunga' y de la sobrina del entonces presidente egipcio Mubarak, que ni siquiera fue nunca su sobrina. Somos personas normales, con trabajos normales, con sueldos normales y una vida normal.
Que nadie compre periódicos. En Italia, por supuesto. Y es que lo digo como periodista. Sobre la condena de Silvio Berlusconi a siete años de cárcel e inhabilitación de cargos públicos por el caso Ruby Robacorazones no he leído nada: ningún comentario, ningún editorial. Solamente las portadas y muy de prisa. Ya basta: cerrado por cansancio de noticia. He cogido mi bici y a fuera, a tomar aire fresco y sol en la cara.
Parece extraño pero existen. ¿Quién? Los italianos, como yo, que están hartos de Berlusconi, del bunga bunga y de la sobrina del entonces presidente egipcio Mubarak, que ni siquiera fue nunca su sobrina. Somos personas normales, con trabajos normales, con sueldos normales y una vida normal. Casados o solteros, con hijos o sin, heteros o gais.
No somos hipócritas, como acusa la parte de Italia que organiza manifestaciones a favor de Il Cavaliere, que habla de sentencia talibana y compara el tribunal de Milán al de Teherán.
No somos tampoco estúpidos, como opina la otra parte de Italia, la que el lunes por la noche tomó champagne, (aún siendo una sentencia de primer grado y susceptible por tanto de ser recurrida) riéndose como en Nochevieja.
Entre las dos Italia hay una tercera posición que sobrevive a la obsesión veinteañera de Berlusconi. Esa Italia, la mía también, desde ayer se pregunta desesperada solo una cosa: ¿Y ahora qué? Ahora nada de reformas, nada de leyes ni de cumbres económicas. Nada de trabajo a los jovenes, de lucha al fraude fiscal, de delación de pago para las pymes, nada de debate sobre impuestos como el IVA, Imu e IRPF. Se acabó. Las buenas intenciones se largan y dejan espacio a la arena de siempre, como en una plaza de toros: berlusconiani contra antiberlusconiani.
A esta Italia no le importan nada de las cenas eróticas de Berlusconi, de cuantas tías se llevó a la cama, del dinero que le costó. A la tercera Italia le importa lo que pasó en el Parlamento, eso sí: delitos, conflictos de intereses, leyes ad personam, el dominio económico y mediático. Pero nunca se habla de esas cosas. O mejor dicho, todo al final se convierte en una charla de putas y maricones.
En un país sacudido, hay solo una pregunta verdadera: ¿Qué pasó en estos años? ¿Cómo llegó Italia a esta sentencia? Y es que, a sus 76 años de edad, después de haber sido tres veces primer ministro y liderar el centroderecha durante las dos últimas décadas, Silvio Berlusconi representa a Italia. Un golfo, farsante, rico, mujeriego, simpático, es el típico italiano. Y si no el típico, el tío en que la mayoría de los italianos quiere convertirse. Así queda resuelto el misterio de cómo Il Cavaliere está aun haciendo nuestras leyes.
Pero ahora el tema no es la señora Cuestión Moral, que de un lado a otro los detractores y defensores estiran la chaqueta. Es el poder político de un hombre que ha tenido en sus manos las riendas de un país y que ha hecho de las instituciones públicas un uso privado.
La tercera Italia dejaría a Berlusconi ya solo, por fin, con sus procesos, sus pesadillas, sus chicas. Le apagaría la luz. Pero las otras dos Italias no se quieren olvidarse de él. O más bien, no pueden.
Así que nadie compre periódicos. En Italia, por supuesto.