La contundencia del nacionalismo
Lo que pide el ciudadano vasco es la constitución de un gobierno estable que pueda afrontar con garantías este terrible periodo de crisis. Hoy, más que nunca se hace necesario pensar en país y no en partido.
Las urnas han hablado. Los ciudadanos han decidido libremente y por primera vez sin ETA, el color de su voto. Cuando se constituya el parlamento vasco, dos de cada tres escaños estarán ocupados por nacionalistas vascos que han sido elegidos por la ciudadanía que ha ejercido su derecho al voto. Ahora ya no se puede hablar de coacciones, ni de la ausencia de representados. Todos estarán legitimados para gestionar una realidad compleja y extremadamente difícil protagonizada por una crisis que se tardará años en superar.
Hablar de un nuevo tiempo desde el Partido Nacionalista Vasco es una obviedad; evidentemente todos están ante un nuevo escenario porque con la presencia del EH-Bildu en la cámara de Vitoria, el protagonismo y la supremacía de las dos primeras fuerzas que han salido de las urnas, está fuera de toda duda. La imposibilidad de que ambos suscriban acuerdo estable alguno, que no puntual, despeja un panorama que se augura con dos posibilidades reales: un acuerdo del PNV con el PSE-EE, o bien gobernar en solitario suscribiendo acuerdos de forma casi permanente.
Sin mayoría absoluta alguna, todos los partidos están condenados a suscribirlos. Uno de los periodos más tranquilo fue cuando en Ajuria Enea cohabitó un matrimonio de conveniencia. Entre PNV y PSE-EE lograron un equilibrio con el que las dos sensibilidades de una sociedad compleja como la vasca, se vieron representadas en un Gobierno donde José Antonio Ardanza y Ramón Jáuregui llevaban las riendas de la comunidad autónoma vasca sin grandes sobresaltos.
Ahora, en principio, el PNV es el llamado a formar Gobierno. Tiene donde elegir. Tanto con EH Bildu (27+21), como con el PSE-EE (27+16) le salen los números; es decir los 38 escaños necesarios para la mayoría absoluta. Solo que un acuerdo con la confluencia de fuerzas que aglutina la candidatura de Laura Mintegi, es muy remota, por no decir imposible. A todas luces es obvio que suscribir un acuerdo con el PSE-EE dependerá del deseo de poder que tengan los socialistas, y del peaje que quieran imponer al PNV a cambio de permitirles sentarse con tranquilidad en la presidencia del Gobierno.
El varapalo que ha recibido Patxi López en las urnas no ha sido baladí. Solo que paradójicamente su partido tiene la clave para la estabilidad de un PNV que recuperará el poder perdido durante la última legislatura. Que Iñigo Urkullu pueda trabajar como previsible Lehendakari sin sobresaltos, dependerá esta vez no de lo generoso que quiera ser con sus potencialmente socios de Gobierno, sino también de las ganas que tenga el PSE-EE de mantener parcelas de poder en Lakua (sede del Gobierno Vasco). Porque a lo mejor, en este momento, no le interesa seguir en el Gobierno, y sí divertirse un rato en la oposición viendo al PNV en aprietos cada vez que tenga que aprobar una ley o sacar los presupuestos adelante.
Dependerá sin duda de la capacidad de negociar de ambos y de la responsabilidad de país que manifiesten. Porque parece ser que desde la presidencia del EBB hay una clara tendencia a gobernar en solitario con acuerdos puntuales con otras fuerzas. Aunque esta opción conlleva el riesgo de una inestabilidad con la que no saldrían perjudicados los partidos políticos, sino el país, y eso no puede permitirlo la ciudadanía. Lo que pide el ciudadano vasco es la constitución de un Gobierno estable que pueda afrontar con garantías este terrible periodo de crisis. Hoy, más que nunca se hace necesario pensar en país y no en partido. Lo reconocía el propio Urkullu al comparecer tras el éxito electoral: "Este país no va a construirse unos contra otros, desde la división o la exclusión, sino entre todos, para todos y para todas".
Pues eso. A cumplirlo.