'El Renacido': cine de autor disfrazado de género
Pocos directores norteamericanos nunca han tocado el western, ya sea directamente o como fuente de inspiración. El Renacido se acerca al género y lo combina con el existencialismo y con pretensiones de autor. El error es que parece acomplejada de acogerse al cine de aventuras e introduce elementos ñoños o, directamente, pedantes.
Los géneros cinematográficos han ido de la mano de los literarios, como fuente directa de inspiración. Pero mientras el terror, el romance o la comedia tenían claros exponentes, el cine histórico terminó derivando en una serie de subgéneros que consiguieron su propia identidad. Nadie dudaría en catalogar el western como un género independiente, si bien en Estados Unidos se ha utilizado, no sólo como herramienta para desarrollar las técnicas cinematográficas, sino como una revisión de su propia historia.
Son pocos los directores norteamericanos que nunca han tocado el género, ya sea directamente o como fuente de inspiración. Con todo tipo de idiosincrasias, todo sea dicho: John Carpenter, por ejemplo, ha admitido que la mayor parte de sus historias son westerns.
A algunos, como a Quentin Tarantino, su obsesión por el género ha hecho que su carrera lleve una deriva hacia el western, hasta convertirse en un director de género. Es como si hacer una película del oeste fuera una asignatura que todo director debe aprobar antes de sacarse el título. Y parece que esta vez, el turno era de Alejandro Iñárritu.
No estamos hablando de un western canónico, ni mucho menos, pero El Renacido toca muy de cerca el género y lo combina con el cine existencialista y con pretensiones de cine autor del director mejicano, que se asoma a la historia de Estados Unidos con intención de transgredir el cine de aventuras, antes que de explorar la psicología de sus personajes. Ofrece una historia sencilla que no resulta nueva para el espectador, donde la supervivencia y la venganza se convierten en los temas principales, en contacto directo con el western clásico. Sin embargo, bajo esa capa de acción y aventuras, Iñárritu intenta elevar su película por encima del género para darle más importancia de la que realmente tiene.
El apartado visual recuerda a películas como La delgada línea roja, de Terrence Malick, o Valhalla Rising, de Nicolas Winding Refn, y lo consigue llenando la pantalla de imágenes espectaculares, una violencia atronadora y una banda sonora ominosa, para retratar un mundo despiadado, duro y sucio.
En cambio, su pretensión narrativa se aleja de esos títulos y se termina acercando más a Gladiator, de Ridley Scott, o a Apocalypto, de Mel Gibson. Pero el error no está en contar con esas películas como una influencia, sino en negarse a abrazarlas definitivamente. Donde esas cintas funcionaban como películas de género, El Renacido parece acomplejada de acogerse al cine de aventuras e introduce elementos existenciales que terminan por convertirse en ñoños o, directamente, pedantes.
El maniqueísmo de los personajes, el obvio intento de tratar el racismo y el exterminio de los pueblos indios, y las rancias imágenes oníricas, sólo acentúan la idea de que, como película de aventuras, El Renacido es exuberante, pero como búsqueda del alma humana, se estrella.
El simbolismo juega un papel importante en el cine de Iñárritu, y El Renacido hace gala de ello. Del mismo modo que ocurría con su guión, todo el simbolismo correspondiente a la acción tiene una fuerza arrolladora. La brutalidad ejercida por un oso, contrapuesta a la de los propios hombres, funciona a la perfección en una historia que tiene la fortaleza y la supervivencia como pilares de la trama. Pero una vez más, el simbolismo aplicado al lado más espiritual de la película trata al público como a un menor de edad y termina por dar un mensaje mojigato.
El director no se queda tranquilo con incluir a Dios en el camino de sus personajes, a modo de artífice de su destino, sino que se muestra inseguro con la idea del renacido, y hasta en tres ocasiones podemos ver al protagonista salir de úteros simbólicos a lo largo de la película. Las intenciones del director no se han quedado atadas a su obra, y él mismo ha declarado que su película debería ser vista en un templo.
Por otra parte, el camino de Leonardo DiCaprio a por el Oscar se ha convertido ya en un clásico del actor, que incluso antes de llegar a estrenar una película cuenta con ávidos defensores de que le otorguen la estatuilla. En esta ocasión, da vida a un durísimo personaje real, Hugh Glass, al que interpreta con toda la fuerza del cuerpo y la mirada, casi sin pronunciar palabra.
Sin embargo, como suele ocurrirle, cumple con un papel que resulta creíble, pero sin conseguir separar por completo su personaje de sí mismo. Es Tom Hardy, como antagonista, quien mantiene la tensión entre ambos personajes y asume el papel más complejo de la película, cargando su interpretación de una violencia que parece a punto de explotar en cualquier momento.
El Renacido supone un hito interesante en la carrera de Alejandro Iñárritu, al permitirle asomarse al género del western y aventuras con un título intenso y emocionante, que hace pensar en lo que pueden dar de sí los clásicos revestidos del estilismo, la potencia de imágenes y la crudeza a la que nos tienen acostumbrados hoy en día los autores modernos. Veremos qué trayectoria sigue el director mejicano, y si definitivamente nos dará una película de género completa, sin complejos y entregado a su amor por el cine.