El arca de Noé de las semillas que puede salvar a la humanidad
Hay una reserva que es un tesoro y mantiene la esperanza.
El cambio climático, con su tierra que se seca y su tierra que se inunda, con sus fenómenos excepcionales -cada vez menos excepcionales- que acaban en catástrofe, las guerras de los hombres en graneros esenciales para el planeta como Ucrania y Rusia. Muchos males se han acumulado para poner a la agricultura mundial en peligro, a niveles de crisis no conocidos en las últimas décadas. Cuando más hay y mejores medios existe para producir, peor contexto.
Por ejemplo, Ucrania y Rusia producen conjuntamente casi el 30% del trigo comercializado en el mundo y el 12% de sus calorías. Sin ellos, el aumento de los precios de los alimentos y la escasez están desencadenando una ola de inestabilidad, con inflaciones no vistas en 40 años. La guerra prácticamente ha cerrado las exportaciones de grano de ambos países y como las dos naciones (junto con el aliado sancionado de Rusia, Bielorrusia) también suministran grandes cantidades de fertilizantes, la invasión ordenada por Vladimir Putin está haciendo daño a los agricultores del planeta, desde 2022 y nadie sabe hasta cuándo.
Naciones Unidas informa
Naciones Unidas informa de que más de 122 millones de personas en todo el mundo se han sumado a las filas del hambre desde 2019, en el periodo previo a la guerra y prepandemia de coronavirus. El número de personas con hambre pasa de 613 millones en 2019 a 735 millones este año 2023, según la última edición del informe El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo, el más importante sobre el asunto que se presenta anualmente en el mundo, divulgado por la Organización de la ONU para la Alimentación (FAO).
En apenas cuatro años, la guerra en Ucrania, la crisis climática y la pandemia han disparado el número de personas castigadas por el hambre. Hay muchos lugares del mundo que se enfrentan a crisis alimentarias cada vez más graves, constata el documento. África sigue siendo la región más afectada, ya que una de cada cinco personas se enfrenta al hambre, más del doble de la media mundial. También aumenta el hambre en Asia occidental, en el Caribe.
Pero, en mitad de este páramo, se divisa una esperanza: es el Banco Mundial de Semillas, un espacio donde se almacena la información genética de millones de especies vegetales, para poder permitir su supervivencia en caso de una catástrofe. Fue creado en 2008 en el archipiélago de Svalvard, perteneciente a Noruega, impulsado por el Gobierno de dicho país. La Bóveda del fin del mundo, como se la conoce popularmente, nació de inicio como una manera de conservar la biodiversidad, frente a los retos naturales que la amenazan, pero la mano del hombre, no sólo con la contaminación, complica las cosas y la hace aún más necesaria en estos tiempos.
"La Bóveda Global de Semillas de Svalbard funciona como la caja de seguridad de un banco, pero para semillas. Es un depósito donde resguardar un ejemplar de cada semilla existente en los bancos genéticos de todos los países para ser replicada en caso de desaparición a causa de catástrofes naturales o conflictos bélicos. Es una contribución noruega a la biodiversidad del planeta y una forma de asegurar el abastecimiento de alimentos para el mundo", explica el Ejecutivo nórdico. "El objetivo es preservar una especie de copia de seguridad de todas las semillas del planeta. Así, ante una catástrofe, la biodiversidad de los cultivos estará a salvo", resume.
Sus creadores precisan que no es un banco genético al que los investigadores o interesados pueden recurrir libremente, sino que está pensado "para que los bancos genéticos nacionales o regionales guarden allí sus semillas para ser replicadas en caso de que se pierdan como consecuencia de catástrofes naturales o conflictos bélicos".
Los malos tiempos que sufre el mundo hacen más que posible que haya que recurrir a este banco bueno para recuperar lo perdido. De hecho, ya hay precedentes: debido al conflicto en Siria, en 2015, el Centro Internacional de Investigación Agrícola en las Zonas Secas (ICARDA por sus siglas en inglés) se convirtió en el primer banco genético en recuperar semillas de su depósito en la Bóveda Global de Semillas de Svalbard para actuar en Alepo.
6.000 especies
El edificio de la bóveda es propiedad de Noruega y el servicio de resguardo es gratuito. No obstante, las semillas son propiedad del banco genético que las depositó allí. La bóveda es operada por NorGen (Centro Nórdico de Recursos Genéticos) en cooperación con el Ministerio de Agricultura y Alimentación de Noruega y la organización internacional Global Crop Diversity Trust.
Actualmente hay más de un millón de muestras de semillas almacenadas; más de 6.000 especies provenientes de 249 países. "Nuestro objetivo final es tener aquí una copia de cada semilla conservada en cualquiera de los bancos genéticos repartidos por todo el mundo. Esto supondría tener entre 2 y 3 millones de muestras únicas", señalan sus responsables.
Y eso que empezó como algo muy doméstico: en 1984 se inauguró el Banco Genético Nórdico con semillas de plantas escandinavas, conservadas en una mina en desuso. Debido a la incertidumbre sobre lo que sucedería con los recursos genéticos, no era posible que el banco fuera internacional, pero con la entrada en vigor del Tratado Internacional de Recursos Fitogenéticos para la Alimentación y la Agricultura en 2004 finalmente se hizo posible. Noruega tomó la iniciativa de construir el banco a un precio de aproximadamente nueve millones de dólares que hoy, está claro, no tiene precio.
Un espacio único
La elección de su ubicación fue muy pensada. Svalbard es una isla al norte de Noruega, a 1.000 kilómetros del Polo Norte. La localidad de Longyearbyen es la que guarda la nave, entre sus 2.000 habitantes. Un lugar seguro, en una zona protegida ambientalmente, con buena infraestructura y eficientes rutinas de transporte y distribución, con uno de los aeropuertos más septentrionales del mundo. Y, además, porque cuenta con permafrost, que es la capa de suelo permanentemente congelada que facilita la conservación de bajas temperaturas. Todo natural.
La bóveda está construida en el interior de la montaña a 130 metros de profundidad y a 130 metros sobre el nivel del mar, lo que garantiza que el suelo esté seco. La cámara está construida a prueba de erupciones volcánicas, de terremotos de hasta 10 grados en la escala de Richter y de radiación solar y, en caso de falla eléctrica, el permafrost actuaría como refrigerante natural. La bóveda tiene una temperatura artificial de 18 grados bajo cero, pero en caso de corte eléctrico, la temperatura natural es de entre 3 y 5 grados bajo cero, lo que permitiría continuar conservando las semillas congeladas. La bóveda tiene capacidad para albergar 4,5 millones de semillas diferentes.
Un arca de Noé que sí atesora un plan b para el planeta.