El hundimiento del 'Titanic español'
El hundimiento del Príncipe de Asturias en 1916, el buque insignia de la marina mercante española, un lujoso transatlántico de 140 metros de eslora fabricado en los astilleros escoceses de Glasgow que tenía la Russel and Company, podría ser una metáfora de algunos acontecimientos políticos, económicos y sociales que ocurren ahora, cien años después.
El hundimiento del Príncipe de Asturias en 1916- el buque insignia de la marina mercante española- podría ser una metáfora de algunos acontecimientos políticos, económicos y sociales que ocurren ahora, cien años después.
El lujoso transatlántico de 140 metros de eslora fue fabricado en los astilleros de la Russel and Company, del puerto de Glasgow, en Escocia, en 1914. Su corta singladura por los mares se cobró, al chocarse contra un arrecife en la costa de Ilhabela, en Brasil, por lo menos 447 víctimas mortales.
Este auténtico Titanic español navegaba por un Atlántico turbulento -entre Barcelona y Buenos Aires- en plena Primera Guerra Mundial. Pese a que España era una nación neutral durante el conflicto, los submarinos alemanes podían confundirlo con un barco enemigo y hundirlo con sus torpedos. Por su parte, los británicos vigilaban los mares en busca de refugiados alemanes y de otras naciones enemigas, así como a espías que viajaban hacia Sudamérica.
España perdió el Príncipe de Asturias, y los sueños de muchos españoles, sudamericanos e italianos que viajaban a bordo se desvanecieron para siempre. Entonces, el presidente del Gobierno era el conde de Romanones que, atacado por la prensa conservadora favorable a Alemania, acabó por presentar su demisión. La mayor parte de la población española vivía inmersa en serios problemas sociales.
¿Por qué apenas se conoce una de las mayores tragedias de la marina mercante española, solo superada por la tragedia del Valbanera, de la misma compañía, la Pinillos e Izquierdo, en aguas cubanas en 1919?
Algunos creen que porque, en ese momento de la historia, muchos otros barcos eran torpedeados o atacados en plena conflagración mundial, eclipsando la tragedia del Príncipe de Asturias. Otros lo achacan a la presión del Reino Unido para que no se divulgara este hundimiento, que podía perjudicar la industria naviera del imperio Británico, que necesitaba más ingresos en aquel periodo. Sería un desprestigio que ocasionaría la pérdida de nuevos clientes de los astilleros.
En mi libro 1916: el 'Titanic español', la historia oculta del naufragio del Príncipe de Asturias (Ed. Stella Maris) comentó que el Titanic estaba dotado de los más modernos sistemas de navegación, y sus propietarios lo publicitaban como un transatlántico que jamás se hundiría. El Príncipe de Asturias también estaba dotado de modernísimos compartimentos estancos que serían capaces, por ejemplo, de mantener a flote el barco pese a un agujero en su casco. Sus sistemas de radio, los de la empresa Marconi, eran los más avanzados de la época.
Pues ni toda la modernidad del mundo salvó ambos barcos: uno estampado contra un Iceberg en el mar del Norte, y el otro, el español, contra una gigantesca roca granítica bajo el agua, cerca de una isla del tamaño de la Gomera en la costa del estado de São Paulo. Hoy, salvo historias trágicas como la del Costa Concordia en Italia, a causa de la negligencia de su capitán, pocas veces se repiten naufragios como los de cien años atrás.
Pero si el Imperio Británico ya empezaba a hacer aguas hace 100 años, lo que ahora vemos, tras el famoso Brexit, es el fin de su pretendida capacidad de querer gobernar el mundo por la incapacidad política de sus orgullosos gobernantes y por los ciudadanos que aún añoran tiempos coloniales. Por eso, aún siguen recordando su Titanic con tanta nostalgia y ensalzando a sus víctimas.
España se liberó de este sentimiento ya a partir del desastre del 1898 - con la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas - y por eso la Pinillos e Izquierdo resolvió invertir en el más floreciente negocio: el del comercio con sus antiguas colonias americanas y el transporte de emigrantes. A bordo del Príncipe de Asturias, Valbanera e Infanta Isabel viajaban ricos empresarios españoles y miles de emigrantes que vivían en la más profunda pobreza en la España de aquellos tiempos. La naviera de los empresarios riojanos apostó por hacer las Américas.
La culpa de los naufragios no la tuvieron ni los astilleros escoceses (que fabricaron el Príncipe de Asturias), ni los irlandeses (que hicieron el Titanic británico), que eran muy buenos, sino los errores humanos y los factores marítimos-climatológicos.
En el Príncipe de Asturias viajaban 11 toneladas de oro supuestamente británico para hacer pagos de cereales al Gobierno argentino y que jamás aparecieron.
Hoy, Escocia, donde estaban los astilleros que construyeron el Príncipe de Asturias, se quiere separar del Reino Unido para formar parte de Europa. Cataluña -el barco salió de Barcelona para su último viaje el 17 de febrero de 1916- busca su independencia, tal como quería uno de las víctimas del Titanic español, el malogrado periodista catalán Miguel Balmas Jordana. El joven de 34 años escribía para El Poble Català, medio de comunicación que se definía "federal, nacionalista y republicano". En Buenos Aires, Jordana dirigía la delegación de ese diario.
La palabra "Independencia" era la que llevaba a bordo el transatlántico de la Pinillos bajo la forma de un monumento con varias estatuas de bronce. Era La Carta Magna y las Cuatro Regiones Argentinas, obra de tres escultores, dos catalanes y un asturiano. Dos murieron de forma repentina mientras esculpían las estatuas. El monumento era un regalo de la colonia española en Buenos Aires al pueblo argentino en recuerdo de la independencia de aquel país. No hace falta recordar que las estatuas a bordo jamás llegaron a su destino, ni su custodio, el periodista catalán Juan Mas y Pi.
Actualmente ya no existen submarinos alemanes torpedeando barcos en el Atlántico. Las armas del Gobierno alemán son económicas y pueden literalmente hundir en la miseria naciones como Grecia o desviar el rumbo de otras naciones hacia aguas más turbulentas.
Hoy los modernos emigrantes españoles quizá estén mejor preparados que aquellos que buscaban hacer las Américas hace 100 años. Pero hay otros emigrantes que lo pasan aún peor: los refugiados de Siria que arriesgan sus vidas en precarias embarcaciones para atravesar el mar Mediterráneo y llegar a Europa. Es este mismo continente -que libró la Gran Guerra del 14- el que sigue impidiendo que muchos seres humanos encuentren un hogar lejos de su tierra destruida.