En la esquina más sucia de la dársena, al fondo, donde las corrientes acumulan porquerías, ratas y desechos me encontré con un barco que un día quise. Un amante casi olvidado que a pesar de los años y lo que habíamos cambiado me volcó el corazón. Se mecía con gemidos de barco viejo, aunque no lo era tanto.
El hundimiento del Príncipe de Asturias en 1916, el buque insignia de la marina mercante española, un lujoso transatlántico de 140 metros de eslora fabricado en los astilleros escoceses de Glasgow que tenía la Russel and Company, podría ser una metáfora de algunos acontecimientos políticos, económicos y sociales que ocurren ahora, cien años después.
Es obvio que esta isla atrae sin conocerla; por su nombre legendario como ningún otro, por su pasado fantaseado en cuentos y poemas que no dejamos de imaginar o releer. Pero además es que su forma de huella de gigante torpe, o de paramecio demacrado, según la mires, abre el apetito de la fantasía.
La cartografía electrónica nos hace cómoda la existencia, pero nos priva de los recuerdos de esas rutas dibujadas, que nadie se molestó en borrar, y esas filigranas en sus márgenes, producto de guardias aburridas y somnolientas.
Allá por el 2010, Google introdujo la velocidad con la que una página se carga como uno de los más de 200 factores que tiene en cuenta para clasificar las webs en su buscador. Ahora está haciendo pruebas para mostrar un mensaje indicando si una web carga más lenta de lo normal.